Creatividad
Recoveco
La única manera de hacer que el tiempo pasara más rápido era divagando, perdiéndose en los recovecos de sus ideas, en aquellos sitios en los que difícilmente podía ser incomodado. Un lugar plácido, cálido, imaginado para escapar de la asfixiante realidad, esa que usualmente lo tenía consumido por la incertidumbre de no saber cuál sería su porvenir. Con todo lo que acontecía era un milagro que pudiera estar ahí, planteándose distintos escenarios, en los cuales pudiera respirar con más tranquilidad, olvidando los sinsabores de lo que le rodeaba.
—¿En qué piensas?
Para este fin se enfocaba en un punto cualquiera, una sombra, su reflejo, una partícula elemental o, simplemente, en un instante cualquiera, así entraba en un universo paralelo en el que los minutos parecían segundos.
—¿En qué piensas?
—En nada
La facilidad de conseguir esto fue gracias a que comenzó a hacerlo en la parada de autobús. Cuando llegaba tras recorrer un largo trecho, se ubicaba en alguno de los asientos y se ponía a contar los vehículos, más que intentar adivinar el modelo intentaba adivinar el color del que vendría después, era un juego tonto, pero lo entretenía hasta que cogía el bus en dirección a su casa.
—¿En qué piensas?
—No pienso en nada
En otras oportunidades, cuando no podía abstraerse, aunque se enfocara en sus puntos mágicos, intentaba recordar momentos del pasado, hechos que le dejaron marcas, a veces buenas, otras, malas, las segundas era en las que menos pensaba, pues sentía que irremediablemente traerlas al presente no valía la pena, solo conseguía sentirse mal, lamentarse por no haber tomado las decisiones correctas, las que hubieran hecho que éste presente estuviera mejor enrumbado.
—¿En qué piensas?, estás demasiado callado.
—No pienso en nada, a veces es bueno estar en silencio.
Habitual lector de comics tenía metida en la médula la idea de los multi universos, mundos posibles en los que un mismo personaje tenía miles de variantes, todas ellas válidas, todas ellas con personalidades diversas, así como distintas realidades, culpables de su temperamento.
En los comics esto tenía una razón de ser, ya que a causa de tantos años de publicar las historias de un mismo personaje se creaban confusiones en sus argumentos, por lo tanto, la única explicación plausible era la de mundos distintos en universos paralelos. Así de sencillo, una idea que ahora todos aceptaban como posible, pero que, en su momento, creó controversia por lo descabellado que sonaba.
—¿En qué piensas?, te siento distante.
—Son ideas tuyas.
¿Cómo sería en cada de una de sus variantes?, elucubraba con la posibilidad de verse de distintos modos, aunque esperaba que en esencia todos fueran el mismo, no solo exteriormente, sino, interior. No obstante, esto era divagar al extremo.
—¿En qué piensas?
—En nada
Interrumpido por la pregunta se enfocó en otras cosas, no venía del todo mal ya que comenzaba a tener ideas ridículas, ideas que lo distraían, pero no lo llevaban a pensar en nada provechoso, nada que le sirviera para su día a día. En su mente trató de pensar en sus buenos momentos.
Los traía al presente e intentaba recordarlos con exactitud. Al ser hechos que lo reconfortaban, trataba de tener una imagen detallada de ellos, en esos instantes en los que se sintió ilusionado.
Los imaginaba como escenas de una película, en las que siempre era el personaje principal. En sus recuerdos, todo giraba en torno a él, era la razón de ser de ese universo, así se quería ver, como alguien especial, como alguien único, como alguien irrepetible.
—¿En qué piensas?
-Para variar, en nada.
Eran momentos raros, así los recordaba, momentos que le venían a la memoria como si de sueños se trataran, como si fueran una idealización de un instante de su existencia, ya que parecían perfectos, cálidos, felices, ¿tendría algo que ver la distancia de los años?, probablemente, por eso hizo una captura así de ellos para seguir en pie y los había conservado de ese modo, con el ideal de sentirse consolado, para usarlos en circunstancias en las que no estuviera a gusto, en las que se sintiera asfixiado.
—¿En qué piensas?
A menudo siempre era la misma pregunta, lo interrumpía, lo despertaba de su ensimismamiento. Podía ser borde y responder que no era su asunto, indicar que si estaba así era porque él quería, igual podía guardarse algunas cosas. No siempre iba a ser un libro abierto, no siempre iba a ser transparente en sus respuestas.
Prefería callar, no responder, porque su contestación, de repente, no sería satisfactoria, no llegaría a calmar las dudas que generaba su rostro, su comportamiento e incluso sus modos.
—¿En qué piensas?
—Ya sabes la respuesta…