Creatividad

Pugna

Deambulaba pensando en los males de la ciudad, sufriendo los sinsabores del fracaso, de las penurias, de esa sensación de no estar a la altura aun dándolo todo hasta quedarse vacío.
—Vivo porque no vivo —pensó en un verso.
Una actitud por la que surgían sus discusiones, los problemas, el intercambio de pareceres que solo buscaban herir y encontrar la forma más dura de dejarse en evidencia, entre más doliera, mejor.
Aunque por momentos se escudaba en sus errores, comprendía que sus justificaciones eran fruto de los temores a que su mundo se derrumbara, de que se fuera al traste lo construido a causa de sus debilidades. En ese instante no valía nada, estaba ahí como un estorbo ante su acción demoledora, ante su comportamiento irrazonable que tomaba el control y veía con malos ojos todo lo que florecía.
—Brotes verdes.
Aunque solía evitarlo, cuando se daba esta situación, no tenía más que aguantar su verborrea, porque soltaba todo lo que se le ocurría, y más, una vez que empezaba no paraba, a pesar de que sus palabras no eran más que piedras arrojadas para herir.
—Esperanza perdida.
Esa voz le decía que se equivocaba una vez y otra, miraba lo malo en sus obras, como si jodiera lo que tocara, no detallando nada bueno.
El fin era hacerlo sentir mal y lo conseguía. Tenía esa facultad, ese don que se había ganado a pulso, por eso mismo no se cortaba a la hora de endosarle la autoría de todos los males de sus acciones. No se cansaba de recalcarle que iba de mártir sin serlo, pues en su pensamiento era quien daba todo y no recibía nada a cambio, o no, en la medida de sus expectativas.
—Decisión, nula, vacua, baladí.
En el día a día, intentaba estar en paz, hacer que todo fuera con normalidad, ser correcto, ir según los cánones establecidos, porque así se lo habían inculcado: esa era la forma de moverse en sociedad. Por eso al levantarse se colocaba bien la careta, se la aseguraba lo suficiente para que nadie notara lo que ocultaba y parecía funcionar, pues se desenvolvía tranquilamente, no sacaba a relucir nada de lo que le incordiaba.
Sin embargo, en circunstancias aciagas, surgía una furia inusitada, sus ratos buenos mudaban en falsedades, sus palabras sonaban a elaboraciones vilmente expresadas.
—Tranquilidad aparente, retazos de verdades formuladas para sobrevivir.
Ante sus miedos se escondía para no ser presa de sus maltratos o de sus jornadas dantescas, en ese contexto le recalcaban que no tenía control y sus ideas eran ilusorias, fundadas en sus temores de proyectos inconclusos.
—Esencia intrínseca de sus sinsentidos funestos.
Mirándose fijamente descubrió que los monstruos no existían, era su yo quien hacía aflorar su lado oscuro, ese lado que censuraba en el día a día, para hacer más llevaderas las jornadas, pues de otra forma le hubiera sido imposible ser un ciudadano de bien, caerle en gracia a la gente, ya que más de uno lo miraría de reojo, desconfiando de su presencia, lo tendrían como un apestado más o uno de tantos seres que transitaban en el mundo y se colocaban medallas que no merecían.
—Síntomas, hecatombe personal, insensatez.
Era él mismo —esta afirmación retumbaba en su cabeza—, era el culpable de que todo le fuera como le iba, que surgieran esas discusiones interminables que no concluían de forma simple, sino más bien dejando muertos a su paso, porque eso era lo que sucedía cuando las aguas se caldeaban, cuando las palabras salían como lanzas buscando herir, buscando recalcar los errores, buscando hacer menos a su contraparte, como una forma de mostrar que estaba equivocada, como una forma de decirle que era una tontería ser tan iluso.
—Máscara pueril de sus imprecaciones.
Y delante del espejo seguía hablándose y, aunque no había nadie más en aquel espacio, su personalidad se bifurcaba; discutían entre ellas, como si vivieran en una constante pugna por hacerse con el poder de aquel habitáculo de carne y hueso, trofeo que ostentaría el ganador, para lucirse ante la realidad, para mostrar que era más fuerte, para mostrar que todo le daba igual, aunque era una falacia hecha a su medida.
—Esa imagen, su castigo; ser otro, su tormento.

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