Creatividad
Por entregas
Estaba paseando por la gran avenida y, de soslayo, se fijó en los puestos de periódicos, lamentablemente, para sus intereses, no observó nada que le causara impresión, por eso siguió de largo. No era un comprador compulsivo, pero cuando algo se le ponía entre ceja y ceja, no había quién, sobre la faz de la tierra, pudiera detenerlo. Así era como se veía, esa era la deformación que él percibía y había interiorizado, lo consideraba algo característico de sí mismo, su modo de ser.
Se tocó el bolsillo derecho del pantalón, notó una moneda. Era penosa la situación, tener que medir los gastos y no poder invertir en lo que quisiera, una moneda —se decía—, así estaba. No comentaba nada sobre el asunto, dentro de todo, sabía por experiencia que las cosas podían torcerse aún más, por eso callaba y tragaba, mejor no forzar, mejor resignarse —concluía.
Tras pensar en alguna de las nuevas colecciones que estaban saliendo, esas que, por temporadas, publicitaban en la televisión, a causa del inicio de las labores escolares y universitarias. Sacó la pequeña lista que había confeccionado, pues, de forma meticulosa, anotaba los nombres de los títulos que sonaban atractivos, uno de historia, uno de filosofía, también de literatura, los anunciaban de distintos temas, cualquiera que quisiera podía hacerse con ellos y confeccionar una pequeña biblioteca.
Para quien no supiera de que iban estas selecciones, podía pensar que eran novedosas, algo nunca visto, pero con el paso del tiempo se notaba que algunas se repetían, las ediciones eran las mismas, incluso no se daban la molestia de cambiar el cartón al que venían pegadas. A veces, se preguntaba, ¿cuántos tomos imprimirían?, seguro que serían millares, quizá más, solo así se explicaba que muchos estuvieran expuestos por toda la ciudad, por lo menos por aquellos lugares por los que a menudo transitaba. Sacando una media de los que había visto y multiplicándola por el número de comunidades, compuestas a su vez por más ciudades, daba un número alto, es así que, con esta simple regla de tres, fundamentaba su afirmación, los datos podían variar, pero se le acercaban.
Volvió a pasar la mano por el bolsillo para sentir la moneda que tenía, solo la gastaría en una situación importante —se planteaba.
Por otra parte, también se había dado la molestia de analizar cuáles eran los que menos se vendían. Por su experiencia, además de la charla que tuvo con un vendedor, estos eran los que no salían promocionados y, por promocionados, se refería a aquellos que tenían un precio distinto al del primer número, porque esta era una forma de atraer a los compradores, vendían el primer tomo, en ocasiones, por la cuarta parte o por la mitad de precio y las subsiguientes entregas al precio que, según argumentaban los distribuidores, era el ajustado a los costes de su elaboración, el precio real. Por consiguiente, le decía su colega, los de precios rebajados, vuelan, textualmente, esgrimió el siguiente argumento:
—Es ponerlos en exposición y se agotan.
Solo por algo importante —se repitió.
Luego, si quieres conseguirlos, para completar la colección, en caso de que por un despiste no los hubieras pillado, tienes que ponerte en contacto con la editorial, rellenar un formulario en donde se debe especificar el número que deseas adquirir y una dirección física, para que lo envíen. Esto le parecía engorroso, pero si deseaba conseguirlos, no había otra forma, era eso o tener que esperar a la próxima vez que volviera a ver la oferta. Había algunas que salían en año impar, otras en año par y las más raras cada cuatro años, su fecha de lanzamiento concordaba siempre con año bisiesto, para los agoreros esto podía resultar un buen o mal augurio, se los imaginaba haciendo sus cábalas para elegir el libro que leerían, la imagen en su cabeza era sumamente graciosa, esta culminaba con la frase: en lo que ha quedado el chamanismo —sonreía—. Eran temas que no tenían nada que ver; entremezclarlos daban como resultado una escena digna de Fellini.
No dejaba de observar los escaparates.
Tras ese proceso, enviaban el pedido. También había la posibilidad de suscribirse y recibir los tomos mensualmente, incluso con cada entrega venían distintos obsequios, este era un buen gancho si se quería hacer un desembolso generoso de dinero.
De estos libros tenía unos cuantos, en especial los informativos, los que daban alcances de temas densos. Le resultaban entretenidos, los leía para distraerse y para adentrarse, por lo menos hasta la puerta, del tema que abordaba cada texto, pues era consciente de que no servían para tener un conocimiento profundo, simplemente cumplían el papel de introducir al lector en temas que eran más intrincados, además muchos necesitaban una reescritura, solían ser poco meticulosos, el editor y el corrector de estilo, velaban por su ausencia, por lo visto, no se metían en estos chiringuitos. Del tema sabía poco o nada, más bien nada, haber leído un libro de estilo no me hace corrector —meditaba.
Si solo fuera posible hallar lo que busco.
Algunos de los que regentaban quioscos parecía que odiaran su actividad, pues, muchas veces, fue testigo de la forma en la que se desenvolvían cuando realizaban las ventas. Trataban al cliente como si le hicieran un favor, si no fuera porque tenían material que era difícil de conseguir en otros lados nadie les compraría o tal vez era eso —en ese momento cayó— solo eso explicaría su actitud. Pero saber lo que tenía no justificaba el trato, ni tampoco los sobrecostes.
Tendría que regresar sin comprar lo que esperaba, en todas partes ofrecían tomos que ya tenía, al parecer, se les había dado por sacar el mismo número en oferta este año, tendría que estar atento, para ver si, por casualidad, cambiaban su metodología, no les costaba nada sacar otro título que no tenía, pero eso sería pedir demasiado, su plan demoraría un poco más. Volvió a palpar su moneda.
Mitchel Ríos