Creatividad

Planes trastocados

El coche se detuvo en mitad de la carretera. Sin tener la certeza de lo que fallaba intentó apearse a un costado de esta, con cuidado para no causar un estropicio de dimensiones dantescas. Para su suerte, el modelo de coche que cogió era pequeño, económico, esperando que, de acuerdo con sus proporciones, el consumo de combustible no fuera excesivo.
Cuando se acercó a primera hora a recogerlo le hicieron la oferta de mejorar su reserva: por solo diez euros más, tiene uno superior, le recomendaría que la acepte. Por un momento se lo pensó, pero recordó que unos meses antes por hacer eso tuvo quebraderos de cabeza, sabía perfectamente que la muletilla «oferta» sólo servía para engatusar a los incautos.
Ni se lo pensó, rápidamente respondió: el trayecto es corto, con lo reservado es más que suficiente, expresó más que suficiente para dar énfasis a su negativa.
El tema, de que no quería cargos extras, aparentemente quedó zanjado hasta que el encargado comenzó a rellenar la ficha del alquiler: por cierto, tenemos un seguro que cubre cualquier accidente que pudiera ocurrir, no estaría de más contratarlo, no le aumentaría demasiado el precio. Sé que algo subirá −acotó−. Créame que no, pero no pasa nada, lo quito y asunto arreglado.
Una vez que dio por concluido su trabajo, agregó: pues nada, acompáñeme, el coche lo tenemos por aquí, salió raudo, sígame.
De lejos, por sus dimensiones, parecía un auto de choque, pero, a pesar de notarlo, se mantuvo en su posición, no cambiaría de coche, se quedaría con él, además el viaje es corto, se recalcó, pidió las llaves y partió.
En tales circunstancias, el tamaño le venían bien, no sería difícil moverlo, solo bastaría con empujar el vehículo y colocarlo en dónde quería. Cuando lo consiguió contactó con el servicio de carreteras, a pesar de querer ahorrar en gastos, este imprevisto implicaría un desembolso generoso.
Mientras esperaba, pensaba en la razón de ser de la reunión de ese día, él prefería quedarse en casa, sin embargo, al no saber decir no, siempre era al que le encargaban aquellas empresas: hoy toca ir al sur, ¿puedes…?, mañana tenemos…
¿puedes?, el puedes no era una consulta, era una orden disfrazada de cortesía. En tal condición tendría que ir pensando en llamar a la oficina, explicar que no llegaría a tiempo y que, a esas horas de la mañana, estaba en mitad de la nada esperando a ser remolcado. Todo por no saber decir no —se repitió—, si se hubiera plantado en la posición de no viajar, nadie podría haberlo obligado, pero pronto sintió algo de culpa, pensaba que al hacerlo sentaría un mal precedente, su posición, ser el más antiguo de la empresa, era para dar ejemplo, no para mostrarles a los recién incorporados que hacía lo que quería.
Ahí en mitad de la nada, era consciente que la situación podía empeorar, por eso intentó estar tranquilo, alguien estaba viniendo a echarle un cable.
Contactó con quienes lo estaban esperando, lamentablemente demoraría más de lo pensado, no tenía claro cuánto tendría que esperar, les explicó que los de la grúa estaban de camino, eso le habían dicho una hora antes, muy a su pesar, no tenía otra opción, esperar, en cuánto le dieran alguna solución, los volvería a llamar.
A estas alturas la espera se era insoportable, ahora mismo podría estar haciendo algo más provechoso que estar ahí pendiente de que apareciera su salvador, aquel vehículo que lo sacaría de aquel entuerto, eso de sólo saber subirse al coche y no tener nociones mínimas de mecánica le estaba saliendo caro, si por lo menos se hubiera puesto con las nociones básicas ahora mismo sabría lo que fallaba.
La grúa apareció, semejaba un trasto desfasado, testigo de múltiples situaciones similares a la suya. El chófer le comentó que irían a un taller cercano, tendría que ser paciente y esperar a que lo repararan o, en su defecto, si no tenía solución, le darían un coche de sustitución. Para ese momento sus planes se habían ido a la mierda.

APP

300

Dos