Opinion
Neverending
Una buena historia se queda en nosotros y sigue cobrando vida, nos produce mezclas de sentimientos, nos crea curiosidad, nos produce alegría y nos frustra. Al leer un libro, asistir a una obra de teatro, ver una serie o una película, podemos sentir todo eso, su narración nos permite asirnos a elementos que nos cautivan.
Las buenas historias no te cuentan todo y dejan vacíos en el argumento -elementos para ser reunidos y engarzados por el que los percibe-. Las piezas del rompecabezas toman forma en las manos de quien reconoce la manera de juntarlas -sabe por medio de la experiencia colocar las cosas en su lugar-, esas piezas se van construyendo conforme se avanza en el recorrido, autor y lector son elementos que viven en una dulce simbiosis y se benefician mutuamente de su unión. Acercarse a ellas es estar delante de un reto, no es simplemente posarse frente a un conjunto de obviedades en donde todo se sobreentiende -elementos innecesarios que hacen perder el interés, con finales predecibles, cumplen la función de entretener, pero no de atraparnos, de hacer que nos quedemos con la miel en la boca-, por eso un relato que tiene giros inesperados -eventos que no se encuentran en la superficie-, son los que hacen que el interés se mantenga, nos engancha y nos producen un nudo en el estómago, nos hace tomar posición, requiere que nos involucremos -no hace que nos mantengamos indiferentes- con esas narraciones tomamos partido por algún pasaje, personaje u otro matiz que nos quede revoloteando en la cabeza, nos deja con interrogantes, nos hace pensar en todas las posibilidades que nos brinda -en la infinidad de mundos posibles que pueden surgir a partir de ella-, nos permite imaginar en todo lo que puede darnos, es el combustible que hace que tengamos sueños, nos hace partícipes de su juego, del engaño de la ficción. La buena historia es buena porque nunca termina.
Mitchel Ríos