Creatividad

Mi lugar

Pensé en ir sacando el pasaporte, al ver que me acercaba a unos controles —uno no puede moverse sin la venia burocrática.
Hubo una época en la que tenía como mi lugar, el lar en el que nací.
Pero un día —siguiendo mi intuición lectiva— caí en que uno no podía conocerse siendo un sedentario, porque uno no nace en su lugar, ese es un espacio al que se tiene que llegar, una especie de Utopía.
Embebido con esa idea, me pregunté cuál sería el mío. Siguiendo los pasos de algunos estudiosos, logré dar con un sitio específico. Al inicio pensé que se encontraría en las antípodas (según las ficciones lo mejor está en esos reductos), no obstante, no sé sí para mi suerte, solo se hallaba a unos miles de kilómetros, para arribar bastaría con coger un vuelo, no fue difícil.
Al llegar a destino, el sitio me resultó enorme, la tierra de la que venía me cabía en un recuerdo, un olor, la llevaba en el tacto.
Gracias a transgredir estaba aquí —pensé en un momento de sosiego—, no tenía certezas, sí dudas, pero había dejado atrás las lamentaciones, el encasillamiento, escapé de esa sensación de estar cómodo eligiendo lo seguro.
Cavilé en el trayecto que, por fin, podría decir que hice algo por mí mismo, un proyecto realizado, sin depender de nadie para lograrlo. Ahora tendría la confianza de avanzar y dejar de lado el ser víctima de mis circunstancias.
Cuando pasé el control se me acercó alguien a preguntar la razón de mi viaje, por sus modos se notaba que era un vigilante de seguridad. Intentaban ver si estaba haciendo algo prohibido, pero no me inmuté ante su presencia.
De soslayo lo analicé. Vestía de civil, iba con deportivas y se notaba que hablaba por un intercomunicador, le estarían dando directivas, una bitácora para seguir conmigo, a la distancia me monitorizaban, se habrían enterado de las cávalas que había realizado para estar ahí, el método lúdico para encontrar mi destino.
Miré a todas partes y no había nadie más en esa situación, era mi día de suerte —me sentí extraño—, alguien (no sé quién) me había elegido al azar, por encima de otros miles de pasajeros que pasaban a mi lado. Era el inicio, una experiencia de las muchas que transitaría.
Me lo tomé de este modo, no cómo algo que intentaba truncar mis planes, joderme en vida, hacerme creer que cualquier empresa maquinada por mí estuviera condenada al fracaso, por eso no valía la pena seguir bajo esa premisa y cambié hacía un aforismo más benigno, no tendría por qué basarse en agüeros, ser infausto.
¿Cuántas probabilidades había de que fuera elegido para ser examinado por un tipo que tendría mejores cosas por hacer —mucho más importantes— que centrarse en formulas insustanciales, con respuestas similares, igual de descoloridas, prefabricadas? ¿Cuántos viandantes pasarían por ahí?, sin saber el número, la estadística sería abultada, se podría decir que era de varios cientos (o miles) a uno, esto me dejaba claro de que era el premiado y un premio no tenía que ser un castigo —me dije—, te lo daba alguien para demostrar tu buena estrella, sin claroscuros, sin ambages o construcciones insípidas, solo tu suerte.
Mientras divagaba en esos mares de incertidumbre y de abstracciones, el agente volvió a preguntar la razón de mi presencia ahí, dejando claro que, si no contestaba, no lo repetiría de nuevo, como no quería que eso sucediera, simplemente expresé: vengo a buscar mi lugar en el mundo —callé, no dije más, esperé su reacción.

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