Creatividad
Más tengo, más quiero
Después de mucho tiempo se encontrarían, ¡ya era hora de vernos! —se dijeron.
Antes de salir confirmaron cual sería el escenario elegido, se decantaron por uno pequeño y tranquilo, en dónde servían buenas bebidas.
Durante el tiempo que compartieron comentaron sobre lo que hacían y las decisiones que los llevaron a ese momento. Sin embargo, en algún punto, la conversación tomó un camino inesperado, uno de ellos comenzó a proferir frases que le chirriaban al otro, en especial por la forma despectiva de referirse a quienes sufrían el sinsabor de vivir el lado más desfavorecido del sistema, achacándoles que preferían vivir de las subvenciones en lugar de trabajar, haciendo malgastar los impuestos en necedades.
—Tener pasta está mal visto —afirmaba—, cuando más tienes te atacan a impuestos y eso es insoportable, más aún cuando los destinan son los que son.
Esto le sonaba fatal a su compañero, porque el deber de quienes tenían algo más era ayudar y, aunque se pagaran más impuestos (de algún modo se debía financiar la calidad de vida de todos), significaba que también habían ganado más que la media, a él no le disgustaba la forma en la que funcionaban los servicios.
Mientras escuchaba, pensaba en su situación, él estaba tranquilo pudiendo pagar el alquiler, la luz, el agua y darse un gustito de vez en cuando, no le sobraba, pero tampoco le faltaba, si podía echar una mano, lo hacía, sin jactarse por ello, pues consideraba que hacerlo era darse ínfulas de algo que no era.
Solo alguna vez se vio en la tesitura de hacer virguerías para poder pagar sus deudas.
Aquella vez fue por un mal cálculo, dejó menos dinero del que debía en la cuenta y cuando pasaron los recibos de los distintos servicios quedó en descubierto, en esa situación tuvo que llamar a su gestor y darle solución al embrollo, desde esa fecha dejó de tener problemas, porque siempre estaba atento.
Entre tanto, su colega seguía explayándose, dando razones para descreer de aquellos que vivían de las ayudas, como si fueran unos apestados, cuyo pecado era recibir un auxilio para poder sobrevivir.
—Ya me gustaría cobrar sin hacer nada, tumbado en la cama.
En su imaginario, con un par de monedas se podía vivir plácidamente.
Si la riqueza se repartiera equitativamente el panorama sería diferente, no habría acomodados y desacomodados, por eso no entendía a los que acaparaban dinero que no podrían gastarlo ni aun viviendo varias vidas, una tontería —pensaba—, no iba con su forma de ser.
Cada nada le llegaban avisos de préstamos preaprobados y de financiaciones que se podían adaptar a sus necesidades, pero nunca las usaba, para bien o para mal, prefería abarcar hasta donde podía, lo de aparentar opulencia era para otros.
Por eso mismo —mientras escuchaba a su colega— intentaba delinear el momento en el que dejó de tener sentido de clase,
era como si le apestara todo lo que estaba por debajo de él, cuando en sí mismo no se daba cuenta que si las cosas hubieran salido de otro modo, si no hubiera tenido suerte, quizás estaría en la misma situación de los que criticaba.
Por momentos le resultaba chocante oír tantas argumentaciones para denostar a determinados grupos.
Pero no era su culpa, gracias a la matraca que soltaban en la radio y en la televisión día y noche, para demonizar al otro, les estaba dando resultados, parecía que tenía acogida en cierto sector y se recitaba como una letanía.
En tal sentido, le daba rabia no poder responder como quisiera, pues las argumentaciones de su interlocutor no eran suyas, simplemente era una caja de resonancia, un altavoz que no tenía control en lo que se decía a través de él y así había miles que daban cabida a los discursos de odio.
Lamentablemente el daño estaba hecho, había muchos convencidos que entremezclaban conceptos y categorías con el único fin de dar solidez a lo que planteaban, había muchos que no querían escuchar razones, las ideas egoístas que les inculcaban, les daban la facultad de querer lo bueno solo para ellos, en desmedro de los demás.
Volviendo sobre lo que estaba pasando, pensaba en lo diferentes que eran, si en la actualidad no fueran amigos, probablemente no tendrían interés en común, no coincidirían, no tendrían nexos que los unieran.
Le resultaba tan diferente al que conoció, a aquel muchacho al que le brillaban los ojos cuando hablaba del compromiso político, él solamente escuchaba, porque en aquella época desconocía algunas categorías, pero más adelante las conoció, no le desagradaron, pero tampoco lo motivaron a convertirse en un apasionado de sus postulados. Nunca fue comprometido, es más, a veces le hacían ver que era tibio, pero se sentía bien así, prefería ser buena persona, con eso estaba tranquilo.
En qué punto se volvió un descreído de todo lo que consideraba como bueno en alguna etapa de su vida, en qué momento se alineó con el discurso de los acaparadores, de los que se preocupaban por sí mismos, aunque al resto le fuera mal, le hubiera gustado saber, pero al verlo, al escucharlo, solo podía elucubrar, quizás para estar donde estaba se vio obligado a renunciar a las cosas en las que creía.
Por eso mismo, siguió escuchando, intentaba no resultar falso mientras lo hacía, no quería que pensara que le resultaba estúpido, pero apenas tuvo la oportunidad, sacó otro tema, valoraba su amistad lo suficiente como para enfadarse por un simple posicionamiento equidistante.
—¿Qué tal le va a tu equipo en la liga?
—Ya no lo sigo, es una tontería.
—Aún recuerdo cuando eras un seguidor acérrimo.
—Ya, pero todo cambia, me di cuenta de que me desgastaba innecesariamente siguiendo a unos peloteros de tres al cuarto.
—¡Quién te oye y quién te oyó!, nunca pensé que viviría lo suficiente como para escucharte hablar así.
—Crecí, solo eso.