Creatividad
Lugar prohibido
Cerca de Lhasa hace su aparición un personaje de cabello coloreado con un negro llamativo —tal vez usó tinta china— y de piel oscurecida artificialmente (ante el ojo preparado su tez no pasa inadvertida). Vestida a la usanza tradicional de los mendigos de la zona, se desplaza lentamente, en la mente lleva sus ideas nómadas, seguidora del estoicismo de Epícteto, ese célebre esclavo que terminó convirtiéndose en filósofo.
Deambula de forma sosegada acompañada por un adolescente, su fiel sirviente. Desde aquella vez que, no hace muchos años atrás, la vio en su aldea no se despegó de su lado, con sus modos educados y su forma de desenvolverse fue su objeto de admiración por el resto de su vida. Sin hacer demasiados aspavientos busca pasar desapercibida.
Al iniciar este camino pensó no demorar más de noventa días, pero llevaba en la aventura más de lo que había pensado, sus cálculos habían fallado, a eso se exponía al ser pionera en esas lides. Cuando tiempo atrás lo planificó estaba segura de que no claudicaría hasta cumplir su meta: encontrar una nueva ruta para llegar a esa ciudad ubicada en la meseta tibetana, su sueño añorado.
Mientras caminaba evocaba sus orígenes, recordaba el país en el que nació, Francia, en donde su patronímico era Louise Eugénie Alexandrine Marie David, para ella un apelativo demasiado largo, por eso se buscó un pseudónimo a su medida, Alexandra David-Neel, le resultaba más cómodo y sonaba menos burgués.
Durante toda su vida demostró un espíritu transgresor, fue este el que la llevó a viajar a Inglaterra, sin embargo, debido a problemas económicos, tuvo que regresar a casa. Desde joven decidió ser escritora.
Además de humanista era periodista, cantante de ópera, y exploradora. El credo budista, conjunto de prácticas inmateriales establecidas por el sabio Gautama, fue el que marcó de forma más profunda su personalidad, desde la primera vez en que viajó a la India en el siglo XIX, inició su camino hacia el misticismo. Tuvieron que pasar varios años hasta decidirse a dejarlo todo.
Al regresar a su patria reprimió sus inquietudes, tuvo que fingir ante el mundo exterior, se casó, por un tiempo aparcó sus ideas aventureras, hasta que llegó el día en el que todo ese mundo dejó de tener sentido. El matrimonio no le satisfacía y tomó la determinación de cambiar de aires, puso rumbo a Ceilán. Ese lejano año 1911 era un simple recuerdo, un punto de partida, de cambio, del que nunca se arrepintió, estaba convencida de que fue la mejor decisión.
Tres años después de imaginar ese viaje de descubrimiento personal, le hablaron de un joven que era la reencarnación de un lama tibetano. Emocionada por esta noticia solicitó conocerlo, este era un jovenzuelo de 14 años, su abuelo también era lama, desde ese momento nunca más se separarían, su nombre era Aphur Yongden, la exploradora lo adoptó y le sirvió de cocinero, sastre, secretario e intérprete. Con el tiempo, junto a Swami Asuri Kapila, se convertiría en discípulo y amigo de la viajera.
Durante mucho tiempo recorrió distintos lugares, hasta que se decidió por un reto a la altura de sus ambiciones, conocer la ciudad prohibida de Lhasa, para ello ideó una trama que según sus expectativas la conducirían a su destino. En un primer intento llamó la atención de la guardia fronteriza por los equipos que llevaba, quizá tuvo algún altercado, fue así como se dio cuenta que de esa manera sería imposible cumplir aquel viaje, por eso cambió de planes, se disfrazaría para poder llegar y evitar, si era posible, los inconvenientes de la tentativa inicial.
El camino era escarpado, los bandidos estaban a la orden del día y el tiempo era inclemente, el territorio difería del suelo europeo. A veces sus fuerzas flaqueaban, pero no se dejaba vencer, aunque en ocasiones recordaba aquella vez en la que casi fue descubierta por un monje tibetano, eso hizo de ella alguien más cuidadoso, era la única manera de poder llegar a su destino.
El clima no mellaba su valentía, de repente era de mañana o de tarde, le hacía perder la noción del tiempo. Otros en su lugar se hubieran desanimado y dejarían inconclusa aquella experiencia, preferirían volver para encontrar un lugar seguro, no exponerse a estar en lo desconocido, volver a su zona de confort, cuando se sale de ahí todo cambia, se hace diferente, el mundo se ve de manera distinta.
Su ímpetu por llegar a esa urbe mágica se iba acrecentando, tenía la seguridad de estar en la senda correcta.
Conforme se iban acercando a esa ciudad, comenzaron a divisar una gran mole de piedra, al inicio no la reconocieron, pero al poder contemplarlo más claramente notaron que se trataba del palacio de Potala, la enorme construcción que guarda grandes misterios en su interior, lugar de peregrinaje y retiro, era la residencia del Dalai Lama.
Tras reconocer la edificación la alegría que los invadió fue indescriptible, era el fin de su viaje, el punto y aparte de incesantes sinsabores. Su primera reacción fue la de fundirse en un abrazo de felicidad con su fiel acompañante y testigo de su hazaña.
En ese momento Alexandra no reparó en el gran logro que había alcanzado, ser la primera mujer en visitar aquel lugar sagrado. Tampoco le pasó por la cabeza la celebridad que alcanzaría su nombre, tanto en su país de origen como en el resto del mundo. No pensó en lo aclamados que serían sus escritos, solamente tenía en mente recorrer aquellos parajes, visitar aquella gran construcción, descubrir el porqué de tantas historias escritas alrededor de aquel lugar, esperaba ensimismarse y sentirse parte de lo prohibido.