Revisando el periódico matinal encontré un anuncio sobre una nueva obra que se estrenaría en el teatro principal de la ciudad. En él indicaban, en una pequeña reseña, el elenco que participaría, un conjunto de actores reconocidos por sus dotes interpretativas, y el director de la puesta en escena, de una trayectoria, no menos, destacada, asimismo el guion era la adaptación de una obra del inventor del esperpento.
No soy un asiduo al teatro, es más, las pocas veces que he asistido ha sido para acompañar a un colega, fanático de este arte. Creo que se ha visto cientos de obras, puede hablar de una forma tan didáctica que sabe dar detalles claves, tiene buen ojo y criterio para sus juicios, si se lo propusiera podría escribir un libro interesante.
En tal contexto, le reenvié la información, —pensaba sorprenderlo—, sin embargo, ya estaba al tanto de todo e incluso sabía cuántas funciones habría, solo cuatro, le pregunté el motivo de por qué eran tan pocas y me explicó que la productora no se quería pillar los dedos, en cierto modo, quería sondear al público. Luego comentó lo interesante que estaría, tenía curiosidad por ver la adaptación de aquella obra que se había leído muchas veces. Tras escuchar el interés que tenía me comprometí a coger las entradas, no siempre iba a esperar a que las compraran por mí.
El día en que salieron a la venta en la página web estuve pendiente desde temprano, confiaba en que sería de los primeros en hacerme con las entradas, pero, no bien estuvieron disponibles colapsó, este era un percance que no había contemplado.
La espera me sentaba fatal, pues mi tiempo para estar pegado al ordenador era limitado. Tras un largo lapso pude acceder a la compra, sin embargo, me topé con que debía esperar un turno para ser atendido, había cientos de usuarios antes, gente madrugadora —me dije—. Esto me parecía una broma de mal gusto, no obstante, permanecí en mi lugar, aguardando en la cola virtual que se había formado, hasta que no pude seguir, porque tenía compromisos acordados con anterioridad.
Llamé a mi amigo y le expliqué las circunstancias, entendió la situación, era de esperarse, aunque no lo creas hay muchos aficionados al teatro —afirmó.
Como no me quería quedar con las ganas, me acerqué a la taquilla del teatro, quería hablar con un encargado cara a cara, pues mis intentos por hacerlo desde el teléfono de atención al cliente fueron infructuosos, no fue difícil encontrarme con uno, pero poca cosa podía hacer ante el problema que le expliqué, eso es lo que tienen las nuevas tecnologías —expresó.
Estuve de acuerdo, hubiera preferido que fuera de la manera antigua, de forma presencial y no a través de un portátil.
El encargado comentó que probablemente pondrían a la venta entradas para una función especial, pero eso aún estaba por confirmarse, no sabía cuándo, pues el departamento que se encargaba de esos asuntos les avisaba con poca antelación, eso sí, me dijo que podrían contactarme si dejaba mis datos, para informarme de las fechas.
Proporcioné mis datos y los de mi acompañante, el trabajador me comentó que seríamos los primeros de la lista, esto claramente me reconfortó.
La obra se estrenó según lo planificado y la critica especializada destacó sus cualidades, informando que todas las actuaciones encajaban en un engranaje que ofrecía al público una experiencia sustancial.
Tras leer estas opiniones, esperaba impaciente a que me llamara el encargado del teatro para comunicarme las fechas de la función especial, por algo éramos los primeros de la lista —sentencié.