Opinion
Los imaginarios
Los imaginarios tienen el poder de levantar espíritus y abatirlos. En su interior se forjan las grandes revoluciones, las grandes utopías. Pueden cimentar el devenir de un pueblo o en su defecto derrumbarlo.
Bourdieu en su cuadro de las distinciones nos muestra las relaciones y pugnas entre los diferentes espacios sociales. De las interacciones entre sistemas y sujetos surgirán los imaginarios, estos constructos tienen como fin el dominio de unos sobre otros, son dispositivos de control.
Para Michel Foucault los dispositivos de control son fuerzas de naturaleza esencialmente estratégicas, se trata de cierta manipulación de relaciones de fuerza para desarrollarlas en una dirección concreta, para bloquearlas o para estabilizarlas, utilizarlas, etc. El dispositivo está dentro del juego de poder, pero también está siempre ligado a uno de los extremos del saber, nacen de él, sin embargo, lo condicionan.
Estos dispositivos de control, los imaginarios, manejan al hombre, de forma sutil le hacen creer en una identidad. El poder crea el efecto de verdad en ellos, y nos llega a convencer que su existencia es fundamental para la existencia de la sociedad, donde todos somos iguales, siempre que sus miembros compartan características similares, lo distinto, lo extraño, debe desaparecer para la tranquilidad de la comunidad. En el seno de este pensamiento, nace el racismo.
El racismo es la posición que se toma con respecto al otro, el encuentro con él puede causar admiración o desprecio, en este caso nos inclinamos por la segunda opción. Todorov plantea que se funda en las diferencias. Todo está en saber hasta dónde se extiende el territorio de la identidad, en donde comienza el de la diferencia, y qué relaciones guardan estos dos territorios. La palabra «racismo», en su acepción común designa dos dominios muy distintos de la realidad: se trata por un lado de un comportamiento que, la mayoría de las veces, está constituido por odio y menosprecio con respecto a personas que poseen características físicas bien definidas y distintas a las nuestras; y, por el otro, de una ideología, de una doctrina concerniente a las razas humanas.
Los racialistas arman discursos nacionalistas elevando los valores nacionales a universalismos. Un amor desmedido por aquello que es propio de la patria tiene cierto menosprecio de lo extranjero.
El patriotismo tiene por defecto el preferir a una parte de la humanidad, sin decirlo abiertamente se admite que los hombres no son iguales. Del patriotismo deviene la formación del estado. El estado, la nación jurídicamente organizada, vela por los derechos de sus ciudadanos en tanto el ciudadano cumpla a cabalidad las normas establecidas en el mismo, cualquier tipo de alteración demuestra la falta de compromiso para con el imaginario nacionalista. La identidad que nos otorga el pertenecer a una nación es un valor intrínsecamente puro, por lo tanto, es nuestro deber honrar las costumbres del medio.
Mitchel Ríos