Creatividad

La mejor toma

—Tu mejor perfil es el derecho —le dijo, después de algunos intentos desde distintas posiciones.
—¿Tú crees?
Llevaba buena parte de la tarde en ese estudio, necesitaba hacerse fotos para el carné. Debía cumplir ciertas exigencias; era importante que fuera con fondo blanco y unas medidas exactas. ¡Tantos requerimientos para una simple imagen! —pensó—, no obstante, era consiente de la importancia de pasar por el aro —no estaba en sus manos decidir lo que era conveniente o no.
Durante varios días, estuvo en la disquisición de elegir un buen estudio para sacarse las fotografías. No se sentía muy seguro con su apariencia, por eso quería ir a uno que le dieran la tranquilidad necesaria, quería salir bien o, por lo menos, no tan mal como se veía a diario. Si le podían hacer algunos retoques, no se enfadaba, además ¿quién podría decir que no era él?
Con las nuevas tecnologías se podían hacer maravillas, leyó un artículo sobre ese tema; en él decían que podías verte como quisieras, si no te apetecía mostrar un lunar, te lo borraban, si veías que la nariz era demasiado grande, la reducían. Todo residía en pedir y el diseñador gráfico lo hacía. Esto no significaba que se sintiera mal con su aspecto, a estas alturas se había aceptado como era, no podía hacer nada. Además, si le apetecía hacerlo, no le alcanzaba el dinero, esas cirugías costaban mucho, podría viajar a Turquía, pero prefería mantener su aspecto a endeudarse, no mercería la pena invertir de ese modo —pensó.
Para iniciar el proyecto tendría que adecentar su aspecto, no le iban esas cuestiones del cuidado personal, se sentía extraño. Él, en esos asuntos, prefería ir por libre, era su vida, su estilo —se decía—, por eso, bajo sus normas, no entraba esa posibilidad, prefería ir a lo bruto, como fue mandado a este mundo. Tampoco significaba que no se preocupara por todos los aspectos, tenía unos mínimos, por lo demás, le daba igual. Pero los deberes, son los deberes, no había marcha atrás, estaba en esa tesitura, tenía que ceñirse a los convencionalismos para cumplir con la solicitud, si no lo hacía podía entrar en el bucle de ser antisistema.
Le gustaba jugar a serlo, escribía en varios foros; era un contestatario de escritorio, detrás de una pantalla tenía el valor que en la realidad le faltaba. Tenía licencias en ese medio que no tenía en otros lares, es así que, seguro de sí mismo, podía erigir diatribas a diestra y siniestra, censurar a quienes no pensaban como él, era único en el control que tenía, pero eso no servía de nada en el mundo real, no era más que una mentira, un personaje, un arquetipo hecho a su medida, a la medida de su ser diría, o a la de su estupidez, eso podía replanteárselo. La farsa era complicada de llevar a la realidad, su imaginario anarquista nacía y moría en ese medio binario.
Si quería ser un anarquista en el mundo real, tendría que seguir los pasos de aquel tipo que escribía libros enteros en base a sus ideas, desdeñando todo, gracias a que tenía un buen seguro económico que solventaba sus arrebatos; podía dedicarse a escribir libelos, sin la preocupación de que lo despidieran, él era su propio jefe. Era el estado ideal —pensaba— tener todo bajo control, ser un antisistema con dinero, solo así podía renegar de su clase sin sufrir represalias por ello… solo era una conjetura, una idea que se elevaba y caía, no daba para más —pensó.
No podía quedar fuera del sistema por una simple foto, sería tonto por su parte, podía haber cientos de escenarios, pero por una cosa tan sencilla no; pasaría por el aro sin chistar, escogería un buen estudio —como se dijo—, y, una vez que estuviera ahí, tendría lo que necesitaba para su trámite.
Fue al peluquero, antes de que empezaran a faenar en su cabeza, le indicó que tenía un cuero cabelludo delicado. No presiones demasiado, hazlo con cuidado —le recalcó.
Cuando estuvo listo lo guiaron a una sala. Había un espejo enorme en donde podía verse, le recomendaron que se arreglara un poco, vio que tenía a mano un peine, un tubo de gel y una maquinilla de afeitar. Solo utilizó el gel, pero no demasiado, los otros instrumentos le dieron grima, le parecían no aptos para ser compartidos. A pesar de las recomendaciones, no se acicaló demasiado, pensó que, por su parte, era suficiente.
—Si te acercas un poco y miras directamente a la cámara, terminaremos pronto.
—No soy un buen modelo.
—No te preocupes. Una vez que concluyamos las fotos para la acreditación, tendrás que posar para una postal.
—¿Es necesario?
—Está incluida dentro de lo que has pagado.
—No me gustan demasiado las fotos.
—Lo recomendable es que te tomes tu tiempo y listo, tampoco es tan complicado, todo consiste en que me des tu mejor perfil y nada más.
—No sé cuál es mi mejor…
—Lo descubriremos sobre la marcha.
—Listo, eso es todo.
Después de terminar se dirigió al mostrador. No quería verse hasta llegar casa, pensaba que no saldría bien, como era su costumbre, nunca se sentía a gusto con el resultado, por eso se las metería al bolsillo sin más. De pronto se formó una pequeña cola, mientras esperaba, se dio cuenta que la encargada bromeaba con todos, les hacía comentarios sobre las fotos, al que estaba por delante le dijo: Qué fotogénico eres, yo que tú me llevaba un ciento y este le respondió que con una docena era suficiente, pero le causó gracia, por lo visto, con ese comentario empezaría bien el día. Cuando llegó su turno la encargada no dijo ni mu, le dio sus fotos, se apuró en cogerlas y salió de ahí.

Mitchel Ríos

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