Creatividad

La felicidad es un momento

La casa estaba hecha un caos, veía que las cosas se iban acumulando por todas partes, había llegado a sentir que vivía en un trastero, aunque creo que no es un caos material, es uno que está dentro de mí, lo cual es más jodido.
Por lo general no suelo centrarme en estas minucias, casi siempre estoy ocupado y no tengo tiempo para pensar. Sin embargo, no siempre puedo estar en guardia, hay momentos en los que me detengo, observo lo que me rodea y vienen cientos de ideas a mi cabeza, no me dejan en paz y comienzo a darles vueltas, me replanteo cambiar de lugar, dejar el trabajo dedicarme a lo que me gusta o cerrar la historia que de vez en cuando rememoro y que me acompaña incluso cuando voy en dirección a los contenedores.

Tus frases me resultaban atrayentes, tu percepción de la realidad, también, eso de no querer usar etiquetas, de no aferrarse a nada en aras de no estancarse, me sorprendía, aunque por dentro discrepaba de alguna, no lo expresaba, por ejemplo, con la afirmación de que la felicidad era un momento. Esta construcción hizo que me devanara los sesos durante días, la felicidad debe ser plena, si no, no es felicidad —me decía—, por eso me parecía ilógico que durara simplemente un instante. Probablemente esas cosas que decías y no entendía, hicieron que quedara prendado de ti.
Por eso mismo comenzamos a quedar, aunque solo éramos un par de seres raros que andaban juntos, en la búsqueda de lo que nos hacía estar incompletos, aunque como siempre tu ingenio salía a relucir y expresabas que dos seres incompletos pueden hacer algo medianamente completo, no obstante, estaba claro que esa afirmación no resultaba exacta, pues lo único medianamente completo era una parte, no el todo.
Como salíamos juntos a muchos sitios, comencé a creer que teníamos algo, que había surgido una relación en esa necesidad infructuosa. No obstante, de ese hecho nuestras versiones serían distintas, serían diametralmente opuestas, debido a que no veíamos la vida con los mismos ojos.
Cada vez que quise expresarte mis dudas, tu actitud resolutiva, pragmática, hizo que mis palabras se desvanecieran en el trayecto de mi pensamiento, debido a que no quería aburrirte con mis fantasmas, esos que aparecían y estropeaban todo.
Callaba ante tu carácter de tirar siempre para adelante, ya que no quería estancarme, quería avanzar a tu mismo paso, por eso aprendí a hilar más de dos palabras y darles sentido.
Algo que hacías y no entendía plenamente, fue tu afán por reciclar, muchas veces tu piso estaba lleno de bolsas en dónde repartías los desechos según sus características, lo esencial —afirmabas— era depositarlos en el contenedor correcto, sin interiorizarlo plenamente me alineé de tu lado, por eso no tenía problemas de ir cargando bolsas por la calle, aunque diera la impresión de que estábamos de mudanza.
Lamentablemente nada es imperecedero, las relaciones empiezan para terminar, un día nos distanciamos y conforme pasaron las jornadas, nos alejamos aún más, hasta que ya no hubo nada y perdió toda significación el seguir con esto, esto que no me animé a preguntar qué era, igual si lo hacía todo hubiera sido diferente, solo fui un lapsus.

Me gustaría que veas que, a pesar de mi reticencia, aprendí a separar lo bueno de lo malo, colocar cada cosa en su lugar, se me ha hecho costumbre, pero creo que me empeño en reciclar solo para cruzarme contigo.
Cada vez que tiro esos desechos te busco con la mirada, con la esperanza de verte aparecer de alguna forma mágica, con la esperanza de oír tus regaños por no tirarlos de la forma correcta.
En el trayecto de vuelta, me doy cuenta de que siempre tuviste razón, la felicidad era solo un momento, ahora lo entiendo, aunque me pese, el nuestro pasó.

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