Creatividad
La cara bonita de la empresa
Cuando la vi pasar por la puerta, su aspecto me sorprendió, daba la impresión de que manejaba todo, lo podía todo, lo sabía todo. De buenas a primeras me acojoné, ¿cómo le podía hablar a alguien así?
En tal tesitura intenté ser lo más perspicaz posible, hablar con una seguridad única, de tal modo que la convenciera con lo que le estaba diciendo.
Cierto, empiezo así, sin contextualizar la situación, aquí van algunos datos, grosso modo.
En aquel tiempo tenía que dar un curso de formación, era para un producto que estaba saliendo al mercado, quería hacerse de un nicho, por eso intentábamos, en la empresa, darle el empuje necesario y, para eso, hicimos varios procesos de selección.
Se presentaron muchos candidatos, superando nuestras expectativas, ya que hicimos un mensaje simplificado del estilo: se necesitan comerciales, buenas comisiones. Al ser así de sencillo, no esperábamos que tuviera tanta repercusión, tampoco hicimos demasiada publicidad, nos enfocamos en una empresa que captaba personal, al inicio tuvimos nuestras dudas, pero al ver el impacto, la inversión se vio justificada.
Nos ilusionaba la idea de hacer algo nuevo, adentrarnos en terrenos vírgenes, sin embargo, al ser nuevo, teníamos que implementar un dispositivo acorde a nuestras exigencias. Por este motivo fuimos a distintos cursos de formación, queríamos manejar al derecho y al revés el producto, para comprobar si realmente tenía las cualidades que prometía.
Tras ese proceso, echamos a suerte cuales serían nuestras funciones, a mí me tocó el papel del formador, era curioso, pues yo no conocía las metodologías necesarias para entrenar a los candidatos.
Por eso, cuando me la encomendaron, tuve que practicar varios días, quería ser lo suficientemente convincente en mi papel, para lograr este objetivo estudié una serie de videos en donde daban pautas para ser lo más pedagógico posible. Con la práctica comencé a notar logros en mi forma de expresar el mensaje que quería formular, asimismo, comencé a observarme constantemente en el espejo, de este modo podía practicar mis gestos, mis miradas.
Una de las cosas que se me quedó grabada en mi proceso de autoaprendizaje, fue estar seguro de lo que se dice, de tal modo que así se podía convencer al interlocutor y conseguir que, con esta treta, creyeran lo que yo soltaba en mi discurso.
No fue fácil, ya que arrastraba vicios de dicción, ante esto fue necesario ser más exhaustivo en mi método. No podía dar pie a la duda —recalcaban—, si estaba delante de un grupo de gente tenía que confiar en mis habilidades, porque ese era el primer paso, luego podría improvisar, pero siempre yendo de la mano con palabras claras, no rebuscadas, que fueran cercanas al oyente.
Tras esto y, después de mucho luchar, me convencí de que estaba preparado, podía formar a quienes quisieran ser parte de nuestro proyecto en ciernes.
Fuimos cuidadosos al momento de hacer la selección, nos fijamos en las distintas capacidades que mostraban los aspirantes, así como en su experiencia, dejamos para el último el C.V., en él se mentía bastante, por eso mismo tomamos esa decisión.
En tal contexto me encontraba cuando ella apareció, tenía unas maneras que acobardaban, sin embargo, la primera impresión fue engañosa, pues conforme fue pasando el proceso, comencé a percibir ciertos aspectos de su carácter que, a simple vista, era difícil hacerlo.
Con las dudas de fondo, comencé a dar mi charla, ayudado con una presentación de diapositivas, todo iba correctamente hasta que, en un momento de demasiada soltura, pregunté si alguien tenía alguna duda, en ese momento tuve que solucionar diversas interrogantes, cuando pasó esto pensé en lo fácil que estaba saliendo todo.
En cierto modo salí airoso hasta que alguien comenzó a hacer preguntas más detalladas, como si le interesara al ciento por ciento conocer el producto, esto me causó buena impresión, ese interés demostraba que estaba hecha para el puesto.
No obstante, cuando quise profundizar explicando detalles, me dijo que ella no formaría parte del personal técnico para conocer esos entresijos, con saber lo superficial, le sobraba.
Me centré en el modo en el que decía estas palabras, su rostro dejó de ser amigable y se llenó de una autosuficiencia que espantaba.
—Yo no tengo porque saber eso que me estás explicando —espetó—, yo me dedicaré a vender y si surge alguna duda, se pondrán en contacto contigo, yo daré tu teléfono, porque, eso sí, soy muy efectiva, no soy una comercial cualquiera, seré la cara bonita de la empresa.
La situación resultaba difícil, por educación, nadie la contradijo, incluso algunos se lo tomaron a broma, no podía estar hablando en serio —se decían.
Sin saber si me había entendido o no, comenzó a soltar un discurso, que resultaba impertinente, no venía a cuento que comenzará a decirles en la cara a los demás que ella era la bonita, los demás, los feos.
No le dije nada, callé, sin embargo, no dejé de examinar sus gestos, se ufanaba de su modo de hablar, además, casi siempre añadía —Soy universitaria, nosotros estamos preparados para cualquier escenario.
No quise pensar que lo de no tener carrera pesara tanto en su imaginario, igual yo podía decirle que en ocasiones los autodidactas podían estar al nivel de los más pintados en un entorno cultural, pero esto era dar información innecesaria.
Luego añadió que los viernes no trabajaba, no sé qué impresión podían llevarse sus compañeros, pero yo guardé silencio y seguí escuchándola.
Cuando concluyó su discurso, me alejé y la dejé conversando con los demás, increíblemente, podía ser la cara bonita —según afirmó—, pero le faltaba algo esencial, empatía.