Creatividad
Husmeando
Cuando subió al vagón, en una de las primeras estaciones, aún estaba vacío. Decidió no sentarse, prefería ir de pie y apoyado en la puerta que estaba cerrada. Conforme iba avanzando y deteniéndose en las distintas estaciones, el tren comenzó a llenarse. Cuanto más avanzaba subía más gente, todos querían llegar temprano a su destino, a trabajar, estudiar o a alguna actividad más.
Quizás eso de ponerse en ese sitio no había sido buena idea —pensó—, tendría problemas para bajar, se notaba en el ambiente.
Mientras tanto, trató de distraerse centrándose por momentos en los reflejos de la ventana. La vista no era de las mejores, pero le ayudaba a abstraerse. Como aún faltaban unas cuantas estaciones para que bajara, posó su mirada en uno de los viajeros que estaba leyendo.
El libro que tenía en sus manos no era extenso, sería de unas ciento cincuenta páginas, o algo más. Le generó curiosidad saber cuál era el título de la obra que lo tenía así, tan embebido.
De soslayo comenzó a estudiar la situación, poco a poco fue enterándose del mismo, leyó un artículo, un sustantivo, un verbo y así hasta conformar el título que le intrigaba. Le sorprendió, no porque fuera llamativo, sino, por ser más bien rebuscado.
Tras tener lo que buscaba pasó a centrarse en las páginas. Las hojas eran de color blanco. Sin ser un experto dedujo que eran del tipo más común, el que se podía comprar en cualquier librería. De repente la editorial no tenía el suficiente presupuesto como para utilizar uno de mayor calidad o era un ejemplar autopublicado —especuló.
Algo decepcionado pasó a enfocarse en lo escrito, le resultaría sencillo, pues estaba cerca y el lector estaba en una posición tal que dejaba abierta esa posibilidad.
Por su actitud no tenía la más mínima idea de que alguien estaba posando su mirada en sus acciones, en el modo en el que volteaba las páginas, el estilo que utilizaba para hacerlo, como ojeaba el libro, la forma en la que estaba de pie.
El texto estaba dispuesto de tal modo que parecía un poema en prosa, los márgenes eran extensos, de tal modo que lo escrito ocupaba una parte ínfima de la cuartilla, tal vez —se dijo— lo hacían así para que tuviera más extensión el ejemplar, ya que comparándolo con los que él leía, este no sobrepasaría las 25 páginas, una desilusión más.
Tenía diversas anotaciones y subrayados, probablemente era de la escuela. Elucubró con la idea de que fuera una lectura llevada a cabo por obligación, para conseguir una nota aprobada y de ese modo sentir que estaba progresando en cuestiones intelectuales.
De igual modo caviló con que no habría tenido tiempo para leerlo en casa —era fácil de colegir, no era necesario ser un genio—, de ahí devenía su interés por acabarlo pronto y su poca atención a lo que pasaba a su alrededor. Para su mala suerte, conforme avanzaba el trayecto, su tiempo se iba haciendo más corto. Cada vez que se escuchaba la vocecita que decía: próxima estación…, se aminoraba más.
Durante su época de estudiante a él también le pasó lo mismo muchas veces, por eso se identificaba con el estudiante. Sabía perfectamente lo que se sentía al no tener la certeza de aprobar una materia, los días sin poder dormir, las malas noches, era una temporada de estrés constante. Debido a esto aparecieron ojeras en su rostro, tan marcadas que cualquiera pensaría que era tres o cuatro años más viejo.
Cuando recordó este hecho puntual se le dibujó una sonrisa, porque no era para tanto, no se veía tan mal.
Nuevamente se centró en su estudio, intentaría centrarse en alguna de las palabras y así hacerse una idea de lo que trataba. Gracias a esto pudo leer un par de líneas del texto, estaba escrito en primera persona, ¿sería una auto ficción?, no pudo comprobarlo, porque cuando estuvo a punto de hacerlo, o de enterarse parcialmente, la mirada del despistado se posó en él, fue tan profunda que se sintió cohibido, acojonado. No era usual que lo intimidaran, pero esa mirada fue capaz de hacerlo. No continuó con su pesquisa.
Para evitar que lo tomaran como un fisgón hizo todo lo posible para bajar del vagón. Aceleró el paso, empujó a todos los que pudo, de tal forma que le sirvió para avanzar y colocarse en la puerta principal.
Consiguió, por poco, no ser pillado, la puerta se abrió, bajó, sin fijarse si estaba en su estación. Cuando volvió en sí, tras la sensación inicial, leyó el nombre de esta, estaba escrito en una de las paredes, efectivamente, no estaba en la que solía bajar, aún faltaban tres para hacerlo, miró su reloj y se dijo: hoy llegaré tarde.