Creatividad
Huellas
El día estaba terminando; me senté a una mesa —no recuerdo con certeza la ciudad—, mirando al vacío comencé a beber la copa que me habían servido. En ese momento me sentí relajada. Concluía un día de perros —por decirlo de buen modo—. Mi trabajo, hasta ahora eficiente, me daba satisfacciones. Hasta que no me encontré a gusto, no senté el culo.
Los silencios eran mas continuos, se ocultaban cosas, se estaban convirtiendo en extraños, parecían simples compañeros de piso, cada uno por su lado, ya ni cenaban juntos.
—Me siento como un tonto, un tipo sin sentimientos; sin sentido común. No es una excusa que no supiera por lo que estaba pasando, pero debí parar, tampoco tenía que estar al tanto de todo, no soy su confidente… debí respetar su decisión y ponerme en su lugar, tendría sus razones para no dar señales de vida, para ocultarse de mis inquisiciones.
—Eso lo piensas ahora.
—Siempre se piensan las cosas a toro pasado.
—¿Por qué te lamentas?
—Por lo necio que se puede llegar a ser.
Estaban comenzando a ser parte de las estadísticas que contabilizaban la cantidad de hogares con poca comunicación.
Tenía el lago delante, la luna se reflejaba en él, durante la tarde el cielo estuvo nublado, ahora, quedó limpio, sin mácula. Se podía ver el firmamento en todo su esplendor. La capa celeste era otra cuando se alejaba de la contaminación lumínica, sin ella era posible contar las estrellas —por un momento pensó en esos luceros y se entristeció—. Admiraba el fenómeno, pero, tal vez, aquellos astros que lo produjeron ya no existían, aquel brillo era una muestra de su existencia, un documento, en forma de luz, que dejaron para la posteridad.
—Debí darme cuenta. Cuando alguien como ella calla, tiene sus razones. En lugar de presionar y ser pesado… Hubiera esperado, no costaba nada hacerlo.
—No ganas nada lamentándote.
—No gano nada, de nada sirve hacerlo, pero el malestar queda, el sentimiento de haber actuado mal no es fácil de olvidar. Cada vez que pienso en ese hecho todo vuelve y me sigue causando fastidio.
—La solución es sencilla, deja de pensar y asunto arreglado.
—Es fácil aconsejar.
Todo eso fue pasando poco a poco. En otro momento se hubieran dado cuenta de lo que estaba aconteciendo, ahora estaban distraídos en temas que no tenían nada ver con los dos. Cada uno por su lado, distanciados en su espacio, uno pequeño. Aunque no lo quisieran, de forma peligrosa, podían ser incluidos en las estadísticas que odiaban. Al engañarse solo conseguían vivir de espejismos… eran parte de una mentira.
Esas luces provenían de lejanos lugares. Sería interesante conocerlos o, por lo menos, imaginarlos —Pensó—; eran una huella que se visionaba desde millones de lugares en el universo, pocos acontecimientos podían jactarse de algo así. En cierto modo pensar en lo infinito del cosmos le hacía sentir miedo, se sentía insignificante, se sentía como una partícula minúscula en esa enorme creación.
—Pasará un tiempo hasta que pueda estar en paz. Dejaré de romperme el coco —será lo mejor—, no vale la pena invertir tiempo en acciones anodinas.
—Muchas veces es mejor ponerse en el lugar del otro…
—Es fácil decirlo, sin embargo, cuando pasan determinadas cosas, todo se olvida. Lo último en lo que se piensa es en ponerse en el lugar del otro, en ocasiones no se piensa antes de actuar.
Tal vez sería verdad que la falta de comunicación ocasionaba problemas. Quizás las estadísticas no se equivocaban —al final se imponían a los sentimientos—. Sin embargo, aún quedaba una luz, un pequeño haz que alumbraría, mientras durara, el sendero de su relación, ese rastro de sueños y de ilusiones con las que se inició.
Fantaseaba, mientras tanto bebía y miraba en dirección al lago. Estaría así durante un tiempo, sintiéndose orgullosa de su labor; muchos años más tarde recordaría ese momento como uno de los más tranquilos que pasó en su vida. Lo contaría como una anécdota, cuando surgiera la oportunidad, tal vez en una cena, una reunión o en una sencilla charla. Ese recuerdo se le marcó a fuego en la piel; volvería a él para reconfortarse, para tener presente que alguna vez, durante un pequeño instante, fue feliz.
Mitchel Ríos