Creatividad
Evaluando
La espera lo tenía sobre ascuas, no dejaba de mover las piernas, quería tener la prueba en sus manos ya. Si en lugar de dar discursos se centraran en evaluarlos no se perdería el tiempo innecesariamente —pensaba—, sin embargo, era preciso pasar por ese trance, luego podría divertirse. Las ganas le podían, en lugar de estudiar se decantaba por ir a pasar la jornada haciendo cualquier cosa, en cualquier lugar. Su época prefería para esas tropelías era la de los exámenes, tenía todo planificado, recibía el papel con las preguntas, rellenaba por rellenar, marcaba por marcar, no se detenía en verificar las respuestas, el hacerlo conllevaría perder minutos valiosos; una vez completado, lo devolvía, al hacerlo era como si sosegara sus ansias y se hubiera quitado un peso de encima.
Se levantaba de improviso, me hubiera gustado tener su habilidad para resolver las pruebas, desconozco sus motivaciones, pero, con seguridad, estaba sumamente convencido de sus capacidades, con decir que demoraba más en sentarse que en levantarse.
El encargado de cuidarlos era novel, la primera vez se sorprendió, era factible que un estudiante bien preparado no demorara mucho en resolverlo (él era bueno para ello), además las preguntas eran sencillas, tenía algunas para desarrollar, tal vez este punto era el más intrincado, pero por lo demás no requería demasiado esfuerzo. En esa oportunidad, entusiasmado le dijo: se nota que estudiaste, todos deberían seguir tu ejemplo, llenar de adjetivos a quien se lo merecía era una buena acción. El papel estaba perfectamente entregado. Más esa emoción inicial dio paso a una sensación contraria cuando comenzó a conocer mejor al personal. En procesos sucesivos ocurrió lo mismo, el tiempo era clavado, por más que fuera un dotado, no podía ser que siempre demorara lo mismo, parecía como si tuviera una reunión urgente, ahí había gato encerrado —concluyó.
Siguió alabando su velocidad, pero en ese cumplido comenzaba a encubrirse un aire de desconfianza, no era posible que se tomara en broma este tipo de procesos, cuando estaba enfocado en medir a cabalidad su progreso lectivo y ubicarlos en aulas adaptadas a su desarrollo intelectual.
No tenía claro cómo salir al frente de este tipo de imprevistos, más aún cuando todo eran suposiciones. Le estuvo dando vueltas al tema y cayó en que lo mejor era cambiar el modelo de evaluación, si el proceso era oral todos se verían beneficiados, porque se notaba al instante quien estaba preparado y quien no, de la forma actual recibían las hojas y pasaban varios días hasta conocer los resultados, con el examen oral era en vano que el examinado tratara de fundamentar su argumentación en frases sin sentido. Otra opción que se planteó, pero que pronto desechó, fue la de castigar, ese no era el camino —pensó.
Estaba en su derecho, para él era la mejor época del año, no perdía tiempo quedándose en la escuela, podía ir a donde quisiera, a hacer cosas que fueran más interesantes, era infumable estar en ese centro.
A veces, de soslayo, el profesor les llamaba la atención, se refería a otros estudiantes para puntualizar sus inquietudes. No pueden jugar así con sus notas —recalcaba, luego se sentaba encima del pupitre y continuaba—, suspender significaría asistir a un curso de recuperación, eso, como comprenderán, se solaparía con sus vacaciones, sé que ustedes no tendrán problemas en este apartado, estoy convencido de que les irá bien en todo, pero otros… —se detenía un momento—, no tendrán la misma suerte, ni tiempo para descansar, se pasarán toda esa temporada haciendo deberes.
En el centro comercial se pasaba el día tranquilamente, tenía heladerías, tragaperras y máquinas recreativas, él elegía estas últimas. Pasaba horas jugando, llegando al punto de hacerse amigo del encargado, a veces, cuando no tenía dinero, lo invitaba a jugar. Se sentía a gusto en ese ambiente, su pasatiempo era gratificante, y se consideraba bueno, deducía que, puliendo algunos defectos, no estaba lejos de hacerlo de forma profesional.
Era necesario cambiar el modelo de evaluación, no había dudas, pero era una costumbre asentada, estudiada y planificada, cambiarlo sería retroceder, por lo menos eso pensaban los encargados, estos siempre se jactaron de estar a la vanguardia, como institución moderna, que marcaba las pautas al resto, no podían permitirse ir en contra de su ideario. Mandar a sus casas a los alumnos, tras los exámenes, era una buena decisión, no había más vueltas que darle. Era difícil lidiar con esta costumbre, más siendo nuevo, por más esfuerzo que puso en los informes, no le hacían caso, esos ímpetus se perderían con el tiempo, por eso su postura no cogió fuerza.
Estaba convencido de que no entendieron su propuesta, sino, no comprendía cómo dejaban de lado un proceso más efectivo, no obstante, su ánimo no decayó, tarde o temprano se darían cuenta de su error.
Gracias al tiempo dedicado y de tanto asistir al mismo sitio, aprendió varias técnicas. Para él —sin dudarlos— esa era la mejor temporada, la de los exámenes, pues podía quedarse todo el tiempo que quisiera jugando hasta que tuviera que ir a casa, calculando, eso sí, la hora de llegada. Solo una vez casi lo pescaron, pero, para salir del paso, le echó la culpa al transporte, con la repetición fue a mejor su cálculo, de tal modo que sus fechorías pasaban desapercibidas.
Viendo que era inútil sustentar su posición por medio de escritos, trató de buscar un aliado. En la escuela había un tipo que trabajaba como auxiliar, se encargaba de mantener el orden dentro de la institución y, aunque sus formas de tratar a los alumnos, aunado a sus métodos correctivos, no iban con su forma de pensar, decidió plantearle su disgusto, todo en aras del bienestar de sus pupilos. Mientras hablaban coincidieron en varios puntos, de tal modo que trazaron un plan para pillar a alguno de los ociosos, pues según la información que manejaban, un lugar cercano era el reducto donde se reunían, si esto iba bien podían ser una pareja memorable, además, como era consumidor de series, se imaginaba siendo parte de una investigación. La idea no le desagradaba, podía ponerle un nombre llamativo a su operativo, la captura de los evasivos o algo por estilo, cuando tuviera la confesión de uno, elaboraría una serie de informes (con pruebas) y, en esa oportunidad, tomarían en serio su posición.
Llegó a tener tal grado de familiaridad que, a veces, cuando iba la policía por ahí, porque se preocupaban en verificar que no hubiera estudiantes por la mañana, los dueños del centro le permitían esconderse en un pequeño cuarto, luego, cuando se iban los agentes, le avisaban para que saliera, así, sin nada que pudiera causarle problemas, seguía divirtiéndose.
Se pusieron de acuerdo, el auxiliar haría el trabajo sucio, se encargaría de seguir a uno de los estudiantes, pusieron en su punto de mira al de los exámenes exprés, con ello esperaban desmontar sus tropelías. Lo siguió sin que se diera cuenta hasta el local de las máquinas recreativas, vio como entraba, esperó un tiempo prudencial y se acercó.
El lugar era dedálico, si no eras asiduo te perdías, por eso el profesor tuvo problemas dentro, no sabía a quién acercarse para preguntar. Su amigo se dio cuenta de la presencia de ese desconocido, sin más le hizo señas para que se escondiera, pensó que era un policía.
Comenzó a preguntar de manera indiscriminada, se encontró con varios alumnos, pero ninguno era el que buscaba, no tenían la insignia de la escuela, cuando se acercó al encargado este negó rotundamente que hubiera alguien de ese centro ahí, le indicó que el lugar tenía varias puertas, algunos solo cruzaban para seguir a la calle contigua, salió buscando el rastro. Cuando las aguas se calmaron su amigo le dijo que podía salir, no sin antes preguntar ¿qué había hecho?, el arguyó que nada, no tenía ni la más mínima idea, no quedando muy convencido con la respuesta le recomendó que se fuera a casa, tenía la impresión de que aquel tipo volvería.
Ya en la calle, con algo de temor, miró a todos lados, por eso cuando le pareció que el auxiliar estaba a sus espaldas comenzó a correr, quería llegar lo más pronto posible a la parada del bus. En ningún momento volteó para ver si lo seguían. Una vez situado se sentó en una de los bancos, lamentaba no saber cuánto demoraría en llegar el autobús, ¿y sí lo pescaban?, ¿y sí luego se enteraban sus padres?, en ese momento sintió miedo, podían castigarlo. Al poco rato pasó por ahí el bus, no tardó demasiado, más para él fue una eternidad, subió raudamente y se dirigió a los últimos asientos, escondiéndose, no quería ser pillado.
Mitchel Ríos