Creatividad
Estreno
Las entradas tenían la hora claramente señalada: diez de la noche, no era la hora que más le gustaba, pero a un obsequio no se le pone pegas. Sería su primera vez en un estreno.
Lamentablemente estaba rodeado de frikis, se desvivían por asistir a estos eventos, no dudaban en hacer cola para ser los primeros en adquirir entradas, incluso se retaban entre ellos por ver quien se hacía con el mejor lugar.
Él era ajeno a todo esto, no le seducía la idea de perder el tiempo de ese modo. Prefería estar a otras cosas, se autoconvenció de que no existía diferencia entre ver una peli en el cine a verla en la televisión y argüía que casi siempre había gente que se dedicaba a hacer comentarios que no venían a cuento, a comer e incordiar.
Esto no le gustaba, si tuviera poder de decisión prohibiría la venta de comida, que la gente fuera simplemente a ver la película y nada más o, en su defecto, separar las salas entre las que se podía comer y las que no, pero era improbable que algo así pasara, en ocasiones, ganaban más con la venta de comida.
Debido a esta razón, de peso, prefería esperar al estreno en formato digital, de este modo podía estar solo en el sofá, delante de la pantalla sin tener a nadie al lado y se podía centrar en el disfrute de lo que observaba.
Este plan inicial cambió, cuando le pusieron el billete delante —esperamos que ahora sí nos acompañes —le dijeron sus colegas.
Por eso se lo pensó, ¿valdría la pena?, negarse a aceptar la entrada implicaría hacerles un feo, ya tenía pocos amigos como para ponerse a buscar nuevos, igual podría centrarse solo en la película e intentar olvidarse de todo lo que le rodeaba. Para conseguirlo tendría que concentrarse, aislarse, meditar y olvidarse de todo, ser una especie de monje cinéfilo —cuando pensó en esto soltó una carcajada, se imaginaba como un monje shaolin, con la cabeza rapada, así como los que aparecían en los documentales y series—, especializado en atender e interiorizar lo que veía.
Las diez en punto estaba claramente escrito, la demanda de entradas era flipante, porque todas la de los turnos anteriores estaban cogidas —le comentaron.
Al comprarlas tuvieron algo de suerte, pudieron escoger sitios en la parte de atrás, desde dónde se admiraba bien la pantalla.
Aceptó el regalo. La sala de cine quedaba cerca de su casa, bastaría con salir unos cuantos minutos antes, incluso podía tomar algo de camino.
Al llegar al cine notó que había mucha expectativa, esperaron hasta que el encargado indicó que se podía ingresar a la sala, una vez que esto sucedió se ubicaron en su sitio y se mantuvieron atentos hasta que la función se inició.
Las luces se apagaron y en la pantalla comenzaron a aparecer una serie de anuncios publicitarios, luego de unos diez minutos la película empezó, puso en práctica su poder de concentración, pero, a pesar de ello, se sintió fastidiado por una chica que se sentó a su lado. Obviando este hecho, disfrutó, sintió que había valido la pena asistir.
Tras salir escuchó unos comentarios que sepultaban la obra, ¡era ridícula!, ¡no era tan buena como la anunciaban!, ¡ver a esos viejos disfrazados haciendo como si lucharan, no molaba!
Convencido de que la película que había visto era buena, la fue analizando en su cabeza.
Se despidió de sus amigos y caminó pensando en el detalle de las imágenes, en los efectos especiales. La idea de la infinidad de mundos posibles lo seducía, eso de que hubiera miles de versiones distintas de un personaje daba mucho juego, el abanico de posibilidades que se abría era inconmensurable.
Mientras cavilaba sobre esto, pasó por la puerta de una discoteca, había gente esperando para entrar, más adelante, en la esquina, un tipo dormía en unos cartones, ocupaba gran parte de la acera, por eso tuvo que desviarse un poco para no tropezar con él. Tras librarse de aquel obstáculo, siguió su camino, estaría a unos cinco minutos de su apartamento.