Creatividad
Estación de espera
Cogí uno de los periódicos que estaban en el mostrador, comencé a ojearlo.
No encontré gran cosa, solo muertes, asesinatos machistas, asaltos, robos y corrupción, nada interesante, sus temas eran repetitivos y sus imágenes, también, probablemente era el contenido que consideraban que vendía, por eso siempre lo ponían en su menú.
Pensé que habrían pasado muchos minutos, sin embargo, no fue así, aún quedaba un largo rato —lamenté estar ahí.
A pesar de tener esas páginas escritas delante, no les prestaba atención, comencé a cavilar en otras cosas, pensando que, de ese modo, cuando menos me diera cuenta, mi espera habría terminado.
No me imaginé que terminaría por estos lares, la suerte −como se suele decir− me había sonreído, de todos los espacios en los que podría estar −aunque pensándolo bien no eran tantos−, me encontraba ahí, pendiente, en una situación tan común como anodina.
Tal vez lo que jodió todo fue ser demasiado posesivo, en plan, quiero que me prestes atención siempre, aunque no tengas ganas de hablar y eso le enfadaba.
−Sí no te contesto la primera vez, no esperes que lo haga un minuto después −No conocía esas sutilezas, seguía intentándolo y eso elevaba su enojo.
−Me da pavor ver el número de llamadas perdidas −darle rellamada al móvil no era difícil, esperaba que en una de esas contestara.
−¿Quieres que hablemos aun cuando no tenga ganas? —No valía la pena estar sólo en los buenos momentos.
Ante tanta insistencia, se tensaba la cuerda, no obstante, luego, cuando las aguas se tranquilizaban, todo volvía a la normalidad, dejábamos de lado nuestros desencuentros.
−No entiendo nada.
Era una relación difícil, de locos −para quien no conociera la situación−, nadie con cuatro dedos de frente estaría inmerso en algo semejante, pero ahí estábamos.
Parecía eterna la…
Usó una palabra que no entendí, por eso no le di importancia, pero, al enterarme de su alcance, entré en colera, tuve tal cabreo que dejé de buscar sus charlas, no valía la pena.
No le dije nada, simplemente dejé de dar señales de vida. Hubiera sido mejor que le dijera lo que me había molestado, pero no, yo desde mi tontería pensé que lo correcto era actuar impulsivamente.
De tantos lugares…
Al final se tensó demasiado la relación, igual lo nuestro no era tan fuerte como pensábamos, solo bastaba con estirarlo un poco más de lo que pudiera aguantar.
Me estuve lamentando por una temporada, pensando en que no debí haber tomado aquella decisión, no quería sufrir las consecuencias. A pesar de creer que sabía muchas cosas, me faltaban otras tantas por aprender, lo peor es hacerlo cometiendo errores.
Ahí, exactamente ahí, no en otro sitio, tenía que estar en esa estación.
No tenía planificado contactar nuevamente, igual ya era hora de voltear la página, pero no, no quise dejarla atrás. ¿Sería obsesivo?, no, no era del tipo que acechara a nadie, solo intentaba volver a charlar, compartir momentos, volver sobre los pasos, revivir aquellos momentos en los que me sentí bien —como siempre hablando en singular.
Más hojas llenas de palabras, llenas de imágenes, sosas, redundantes.
¿Cuál habría sido su rumbo?, igual era hora de quedar, tomar un café y explicarle algunas cosas.
Aquel lugar era desconocido, solo sabía que era una de las tantas estaciones esparcidas por la ciudad, sin nada en particular, no sé cómo se te ocurrió, con lo fácil que hubiera sido quedar en un mejor sitio, como a los que solíamos ir, en donde nos conocían, conocían nuestros ratos buenos y malos, incluso en uno me dejaste sentado a una de las mesas, mientras que tu corrías echando pestes en dirección a la salida, me quedé sentado. Traté de seguir como si nada pasara —no sé qué esperabas—. Después volviste como si nada, te sentaste y seguimos conversando, nada podía estropear aquella noche.
−Lo mejor que podríamos hacer es ir a sitios en los que no nos conozcan −te dije y añadí−, con todos los lugares que existen, podríamos ser siempre los nuevos del barrio, ir a un lugar diferente cada día.
Era una buena propuesta, de ese modo podríamos actuar como quisiéramos, sin estar pendientes del resto.
Éramos un par de actores frustrados, con unas líneas dignas de un culebrón −hubiera sido bueno grabarnos y luego transcribir nuestras palabras−, nos montábamos buenas historias, aunque perdíamos de vista que aquello no nos beneficiaba, siendo tan vehementes con nuestros parlamentos nos colocábamos en situaciones innecesarias.
−No me agrada mucho que antes de pedir, sepan lo que quiero, que den por hecho que repetiré lo de las veces anteriores, eso me parece un exceso de confianza, aunque son cosas mías, a veces le doy vueltas a lo que no viene a cuento −te confesé.
A pesar de lo que conversábamos, lo olvidábamos y volvíamos a interpretar los papeles de cada noche, aunque cambiamos de rol, casi siempre tenía el mismo desenlace −¿qué esperábamos?−, luego la continuación, luego las disculpas, luego lo de costumbre, el único modo de terminar nuestras noches.
Cerré aquel diario, era casi la hora, no quedaba nada, a lo mucho un par de minutos, tal vez, habría valido la pena estar aquí.