Creatividad
Escéptico
Empezó a adentrarse en el mundo de los ejercicios. Como quería saber más, buscó la bibliografía que le recomendaron —se sorprendió por la cantidad de libros que había sobre el tema—. Era un mundo aparte, una especie de universo paralelo, exclusivo para los mortales interesados en esas lides. Eran cursos sobre teoría del deporte: sus inicios (antecedentes), como llegó a nuestros días y la manera en la que algunos comenzaron a tomarse en serio su práctica, a esto se sumaban los aspectos biológicos, la forma en la que los músculos se ejercitaban, además de los beneficios para la salud, en resumen, una forma de adentrarse, por medio de la lectura, en su territorio.
Un compañero que estaba metido hasta el cuello en ese tema. Él fue quien le metió en la cabeza la necesidad de cuidarse: los años no pasan en vano, se comienza a resentir el cuerpo, ¿acaso no lo notas más pesado? No tienes la agilidad de un chaval, la única forma, créeme, es entrenando, asistiendo al GYM; con ello retrasarás los achaques que conlleva la edad, la vida de holgazán no da nada bueno, mira la publicidad de Javier Cámara, eso resume lo que te digo.
Después de revisarlos pensó que no podía ser difícil de practicar. Por las imágenes impresas deducía que bastaba con unas cuantas sesiones para ponerse en forma. Los pasos necesarios eran pocos, hágalo usted mismo —se leía—, por lo tanto, estaba al alcance de cualquiera —creía.
Hasta antes de las recomendaciones se burlaba de todo lo que tuviera que ver con los gimnasios. Cuando salía del trabajo y pasaba por la avenida principal se topaba con uno de grandes ventanales transparentes. De soslayo observaba a los de las cintas de correr, a pesar de ello no se detenía (ansiaba llegar casa), quizá si lo hubiera hecho se habría percatado de las bicis elípticas, las barras de tracción, los cojines de flexión, las pesas, pero, al ir apurado, solo notaba el rostro de los corredores con la mirada puesta en los coches y transeúntes; debido a su despiste tampoco se percató que a pocos metros había un supermercado. En ocasiones, en la puerta, estaba sentada una chica, de unos 20 años (más o menos), pidiendo limosna, alguna gente se detenía para dejarle calderilla, otros, sin embargo, pasaban y hacían como si no existiera, salían de aquel lugar mirando en dirección al recinto deportivo, era como si gracias a esa imagen lo otro quedara en segundo plano. El sudor, y no la necesidad, era una escena más agradable.
Debía ir con cuidado, no todos los días se empieza una empresa de ese tipo, comenzar a hacer ejercicio era como moldear el comportamiento, porque tenía claro que al darle un nuevo impulso a todo lo que tenía aparcado, era necesario tener fuerza de voluntad, con ello, siendo lo suficientemente activo, conseguiría cambiar el mal futuro que le esperaba.
Cuando pasaba por ahí sentía ganas de decirles a todos esos pringados —porque así los consideraba—, os vais a morir igual que yo, estar allí, practicando deporte, no os asegura que la parca vaya a tener misericordia con vosotros.
Le dio una serie de indicaciones, podía empezar con series sencillas hasta que fuera cogiéndole el tranquillo, por lo menos, las primeras semanas, cuando estuviera acostumbrado, podría dar paso a las más exigentes, de tal modo que su cuerpo no se rindiera, era inaguantable pasar de 0 a 100, tenía que ir paso a paso, correr sin más era contraproducente, si le interesaba, podía recomendarle a su personal training, de ese modo, seguirían la misma rutina.
Tal vez tenéis la idea de que la muerte está sentada en su despacho, en su gran oficina, aburrida (como suele suceder con los trabajos con carga burocrática), esperando candidatos. De repente, sus ayudantes, le acercaban un currículo, cogido de entre los documentos que tenían apilados en estantes —imaginaba una serie de anaqueles en los que se guardaban las hojas de vida de todo el mundo—. Para hacer la elección se decantaban por los de aquellos que eran holgazanes, si por alguna parte encontraban la D (porque así los marcaban) de deportista, los volvían a guardaban. Esa gente se había ganado con sudor alargar su estancia en la tierra, por ello, eran separados y puestos al fondo, fuera del alcance de cualquier novato que los pudiera coger por error. Pero para él esas minucias no se tomaban en cuenta, daba igual que tuviera una D o una H, todos iban a la tumba por igual, no había forma de cambiarlo, todo venía definido por el destino. En ese instante, le vino a la mente la imagen de las gorgonas, eso era hilar fino.
Como sabía que le gustaba la lectura, su amigo le recomendó diversos textos. Como no tenía nada que perder, fue a por ellos. Al inicio no supo ubicarlos, un encargado le indico el área al que debía dirigirse, no había duda, era un espacio para especialistas. En vista de ello se decantó por el tomo más voluminoso de la lista, ahí debería estar la sustancia para iniciarse, malo sería.
No estaba mal la idea de tener un coach, pero eso costaba, así como ir al GYM, además, los que quedaban cerca se pagaban mensualmente, hacer ese desembolso podía generar un hueco en su cuenta, por ello, el mismo sería su training, solo él sabía lo que le hacía falta. Las ganas del inicio al poco tiempo mermaron, era difícil seguir las recomendaciones, los dibujos estaban claros, pero seguirlos era complejo, por eso se detuvo, perdió cualquier tipo de motivación.
Nunca lo hizo, no dijo nada de lo que pensaba, pasaba por ahí porque no tenía otra ruta, sin prestar demasiada atención, enfocado en llegar pronto a casa para descansar.
Salió a la calle con el libro en las manos y lo tiró en el contenedor del papel, era mejor seguir su rutina personalizada: caña y tapa después del trabajo, posteriormente, en casa, se dedicaría a ver series, a comer a sus anchas, y a pensar en lo bien que le sentaba ser un fofisano.
Mitchel Ríos