Creatividad
Enfriamiento
Llamaría una vez más —se dijo—, no perdía nada.
Tenía la esperanza de que al final del día se fijara en su móvil y comprendiera que quería contactar.
No tenía claro cómo las cosas habían devenido en esta situación, si hasta un par de semanas antes conversaban de la mejor manera, se echaban unas risas y se prometían una serie de situaciones satisfactorias para ambos. Ese momento le parecía tan lejano que recordarlo lo ponía de mal humor.
Le parecía pueril la actitud, con lo fácil que sería decir, directamente, ya no quiero hablar contigo y no dar pie a crearse falsas expectativas, aunque, cuando lo pensaba con la cabeza fría, en realidad nada de lo que elucubraba tenía sentido, solo él era quien se había imaginado un nexo irrompible, algo trascendental. Qué daño le había hecho idealizar a una persona para la cual, si se hacían realidad sus presentimientos, no significaba nada.
Debido a sus estudios tuvo que cambiar de ciudad, esto fue algo inesperado, ya que confiaba en conseguir una plaza en la universidad de su localidad, pero no fue posible. Antes de hacerlo, le dio muchas vueltas al tema, sopesó todas las opciones que tenía, tras pensarlo seriamente decidió dar ese paso e ir a por la oportunidad que se le presentaba.
Fue así como se mudó a las antípodas. Cuando veía en el ordenador la distancia que había entre su casa, la de toda la vida, y su nuevo alojamiento, alucinaba. Reconocía que, si por algún motivo se quería volver, sería complicado recorrer ese trayecto a pie, pero eso no entraba en sus planes, estaba decidido a llegar hasta el final y, después, regresar convencido de haber hecho realidad su proyecto.
Sin embargo, no todo estaba calculado, esta decisión tendría sus consecuencias, pues antepuso lo profesional a la relación que, en ese momento, tenía, pensó que todo funcionaría a la distancia igual que como hasta ahora. Estaba confiado, no veía ningún problema, incluso se comprometió a hacer videollamadas todos los días y, de ese modo, hacer que el contacto siguiera. Otra opción era viajar cada fin de semana, pero su economía era un escollo insalvable, era más cómodo del otro modo.
Para contactar tenían que adaptar los horarios, ponerse de acuerdo y tirar para adelante, esta situación duraría un lustro; al concluir, volvería y todo sería como siempre.
Recordaba el día en que se despidieron. Mientras esperaban a que saliera el vuelo, estuvieron conversando en la cafetería. Hablaban de lo difícil que sería mantener el contacto, pero él le decía que por su parte nada cambiaría, la otra parte, por el contrario, no estaba tan segura. Cuando por el altavoz de la sala sonó la llamada para embarcar, se despidieron y dijeron que harían todo lo posible para que todo siguiera de forma normal.
Su relación demostraría que sería tan fuerte como hasta ahora, a pesar de la incredulidad de su entorno, que no les daban más de treinta días, porque consideraban que era una ilusión pasajera.
Los primeros meses se comunicaban a menudo, les daba igual hablar de madrugada o amanecerse. Hasta que llegó el día en que una de las partes se dio cuenta de que necesitaba algo más. Las videollamadas del inicio le sabían a poco, estar de esta forma era igual a admirar una imagen. Se conocían en persona, cierto, más ese recuerdo era lejano, llegando al punto de olvidar las sensaciones que le otorgaba el estar juntos. Comenzó a sentir que estaba en una etapa de su vida en la que una relación así no le satisfacía. De este modo todo se fue enfriando, la distancia se hacía cada vez más grande e insalvable.
De un día para otro los pretextos para no hablar se volvieron habituales, la disculpa, tengo cosas que hacer, se convirtió en la muletilla más utilizada.
Este cambio repentino le resultó difícil de asimilar, ahora cada vez que quería comunicarse le saltaba el contestador, a veces, era un mensaje que había grabado con su voz, otras, la operadora, también le mandaba mensajes de texto, pero no tenían respuesta, era raro.
Durante los siguientes días fue un sin vivir, borraba y recuperaba el número, era un juego cansino, pero que, al parecer, a él le resultaba entretenido. La primera vez que lo hizo sintió que se le caía el mundo encima ante la imposibilidad de recuperarlo, por dejadez o, tal vez, por confiar demasiado en la constancia de las charlas, no se dio la molestia de aprendérselo de memoria, con solo haberlo repetido, mentalmente, unos cuantos minutos lo tendría aprehendido para siempre —se lamentaba—. En esa tesitura buscó la manera de recuperarlo. Gracias a las nuevas tecnologías, se hacía un respaldo automático de la lista de contactos en la nube, lo descubrió tras intentar varios métodos para obtener el número. Ahora solo bastaba con sincronizar su móvil y listo. Esto, lo de borrar y añadir, lo hizo cientos de veces, a tal punto de volverse un experto.
Marcaba y seguía saltándole el contestador, en esta oportunidad fue el mensaje que había grabado con su voz, si al siguiente intento le cogía la llamada, le explicaría que llamaba incesantemente para poder oírla. No sabía sí se lo tomaría con agrado, pero soltaría la gracia para romper el hielo.
Cogió por última vez el teléfono, marcaría un par de veces más, probando suerte, esperaría a que, en algún momento, su muro de indiferencia se derrumbara y, por lo menos, le dijera un hola, comenzaba a cansarse de realizar esa acción monótona, pero por ahora era lo único que tenía, esto —se repitió—, es mejor que nada, no obstante, el mensajito, ha llamado al… comenzaba a ser insoportable, sentía que el mundo se le venía abajo, sentía que todo dejaba de tener sentido.