Creatividad
Enfoque errado
I
—
—Miró el periódico en busca de un puesto acorde a sus aspiraciones, por eso era quisquilloso y detallista a la hora de discriminar los anuncios. Esperaba encontrar uno que resultara un desafío y pusiera a prueba sus capacidades.
Cuando hablaba sobre sus expectativas, casi siempre le decían que los puestos de mando estaban reservados para los señoritos, no para gente como él, al escuchar esta afirmación asentía, había aprendido con el tiempo que lo mejor era dar por su lado a las voces contrarias a sus proyectos.
Sus capacidades, su valor añadido, se tenían o no, eran innatas, no se aprendían en un taller de motivación. Tenía claro que nunca sería un mandado, antes de serlo prefería vivir al estilo Thoreau, por algo —pensaba— se había preparado y había demostrado su valía en diferentes escenarios.
II
–
—Lo mismo de siempre —se dijo, mientras seguía preparando el pedido— a este le surgen imprevistos varias veces a la semana —añadió y para que no se percatara que lo había visto, se centró en lo que tenía delante.
—¿Cómo estamos Manu?, ¿todo bien?
—Ya ves, aquí trabajando un poco, ¿tú?
—Atareado, me acaban de llamar de casa.
—¿Algo grave?
—Espero que no.
—Ya verás que no es nada, tú tranquilo.
—Lo sé, pero… —hizo una pausa y continuó— lo siento, pero tengo que dejarte solo.
A estas alturas no lo pillaba por sorpresa, lo conocía, era del tipo de gente que se las daba de buen compañero, aunque solo se preocupara por sí mismo. El hecho de que tuviera facilidad de palabra y dijera, casi siempre, lo que los demás esperaban oír, lograba que lo tomaran por un tipo agradable, empático.
—¿Puedes cubrirme hoy?
—Tú tranquilo, acércate a tu casa y soluciona lo que tengas por solucionar —hizo el esfuerzo para no resultar demasiado sarcástico.
III
–
Así, con esas ideas, se pasaba bosquejando diferentes proyectos entre las paredes de su habitación, hasta que se diera la situación ideal para incorporarse al engranaje laboral. Cuando se excedía pensando caía rendido en los brazos de Morfeo, la solución, hablar con la almohada, para que una vez descansado volviera sobre sus pasos a seguir en la misma tesitura.
IV
–
De esta forma tendría que llevar el pedido al mercadillo, sin la ayuda necesaria que hiciera más tolerable la actividad.
¿Cuántos años llevabas en esto?, ¿cinco, diez, quince? ¿acaso no te habías dicho que esto era algo eventual?, ¿hasta que juntaras el dinero suficiente para irte de la ciudad?
Sin embargo, nunca llegó a ocurrir, por una razón u otra, ya fuera por motivos personales o por darse gustitos, no podía ahorrar. No sabía a cabalidad cuantos años llevaba haciendo lo mismo, ¿se habría encasillado?, pero tenía controlada la labor, los supuestos contratiempos no lo pillaban por sorpresa.
Atrás quedó su primer día de trabajo, se pasó la jornada entera lamentando su suerte.
¡Qué cojones hacía en ese sitio!, un lugar sin alicientes, cuyo valor era el dinero que le proporcionaba, en cuya puerta deberían poner: «Dejad aquí toda aspiración».
Cada vez que abría y cerraba el furgón sus expectativas se iban difuminando, sus utopías, eran solo eso, utopías, entelequias, sin sentido, sin cabida en su realidad, en la que se sentía presionado por las condiciones para sobrevivir.
V
–
Pero no todo era perfecto en su entorno, a veces las voces contrarias a sus planificaciones lo obligaban a elegir el camino fácil, sopesando diferentes estrategias, cayó en que lo mejor sería prepararse para unas oposiciones. A pesar de no ser lo suyo, probaría suerte. Con esta decisión las voces se silenciaron, lo dejaron tranquilo una temporada, la de su preparación. Sin embargo, pronto comprendió que decantarse por ser funcionario era elegir un estilo de vida en donde te decían que tenías un puesto seguro —una falacia para incautos—, horarios fijos y un sueldo acorde a tu posición, el primer paso para ser un frustrado más de la vida —se dijo—, como ese no era su camino, haciendo el tonto consiguió una calificación paupérrima, no obstante, les comunicó a sus allegados que seguiría intentando, la perseverancia es la clave —les dijo.
VI
–
Ahora, en su presente, consiguió silenciar esa voz interior que ponía peros a todo, por eso el resignarse, para él, fue una forma de adaptarse, no se podía pasar la vida luchando contra el determinismo, aunque con ello truncara sus sueños. Por eso, desmotivado, cada vez que salían a relucir esos ímpetus, se convencía, a sí mismo, de que estaba en dónde debía estar, no había más explicaciones, con esto calmaba sus aflicciones, con esto daba por buena su realidad.
VII
–
La posibilidad de que se tomara otro año sabático no gustaba en casa, por este motivo, de soslayo, tocaban el tema y le explicaban que debía tomarse en serio la situación, de eso dependía su futuro, pero prefería seguir con sus lineamentos que escuchar a los demás, ya que daba por hecho que no lo entendían, callaba, prefería no dejar palabras sueltas que luego sirvieran de combustible para que lo atacaran, en la sutileza estaba la magia —se decía— y en mostrar entereza.
VIII
–
El pedido de aquel día, al no ser demasiado voluminoso, no requeriría ser llevado en la furgoneta, bastaba con acomodarlo en una carretilla y enrumbar al mercadillo. No obstante, por situaciones anteriores, iba convencido de que el cliente lo tendría esperando, hasta que dejara de atender a quienes se acercaban a comprar a su puesto, ellos eran lo primero —le expresó un tipo en una ocasión en la que quiso apurar la entrega—, aunque su posición era ilógica, pues sin mercadería sería imposible que satisficiera a sus compradores.
En tal contexto, al no querer escuchar una retahíla de tonterías, al llegar y ver que estaba abarrotado de gente, se decantó por esperar pacientemente a que se vaciara el establecimiento.
IX
–
Esta experiencia le sirvió para descubrir lo que no quería para su vida, nunca más volvería a coger un puesto de ese estilo, en el que había una hora de entrada, pero no de salida, en donde habitaban seres particulares, resignados a ser unos lacayos del capitalismo, aunque sus limitaciones no los hacían darse cuenta de su realidad.
X
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¿Aun estabas a tiempo de cambiar las tornas de tu suerte?, no era imposible, pero decidió dejarse llevar por la corriente. A estas alturas no le gustaba pensar en lo que pudo haber sido, prefería estar centrado en el presente, ya que con apoyo podría haberlo logrado, pero la gente como él, sin estrella, sin un mecenas, lo tenía complicado.
Miró su reloj, ¿cuánto más debía esperar?, como sabía cuál sería la respuesta, se mantuvo tranquilo.
Parecía que el tiempo no avanzaba, parecía que la gente no dejaba de comprar.
XI
–
Curado en estas lides, hacía el paripé de que buscaba empleo todos los días, se pasaba el día entero deambulando por las calles y, aunque no hacía nada destacable, al volver a casa lo hacía destrozado, cansado, con ganas de echarse a dormir.
Para satisfacer las inquietudes de su medio, les expresaba que no quería estar de vago por más tiempo, el mismo sentía que el mantenerse ocioso le hacía darle vueltas a cosas que no tenían sentido, pronto saldrá algo —expresaba—, tengo una corazonada, algo me dice que mañana será un mejor día. Con esta afirmación lograba estar a su aire, podía estar tranquilo hasta que le saliera algo de lo suyo.
XII
–
Si hubieras resistido un poco más y conservado tu espíritu indomable, ¿serías diferente?
Eso nunca lo sabría, a estas alturas, no valía la pena hacerlo. Prefería vivir de las migajas que le daban, eso era mejor a nada, por eso mismo no quería caer en esos momentos de darle vueltas a las cosas, le jodía haberse defraudado, le jodía ser todo lo que criticaba cuando era joven, pero entendía que, a veces, estábamos condenados por las circunstancias, hiciéramos lo que hiciéramos no se podía trocar el destino de alguien, el suyo en este caso, por este motivo prefería divagar, pensar en cualquier tontería, pensar en que seguía esperando a que lo atendieran, ya faltaba poco —se decía—, una vez entregado el pedido volvería al almacén y daría por concluido el trabajo, hasta el día siguiente en el que todo empezaría de nuevo, en el que seguiría la misma rutina de siempre.
XIII
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Cogió el diario nuevamente, tras ver que ningún anuncio se adaptaba a lo que pretendía, lo tiró a una esquina de su habitación para que se cubriera de polvo.



























































































































































































































































































































































































































































































































