Creatividad

En las buenas y en las malas

Era defensor acérrimo de su equipo, por seguirlo hacía lo que fuera, creía que gracias a él ganaba, se consideraba el amuleto de la suerte. En ocasiones, cuando por diversas cuestiones no podía alentarlo, sentía que le había fallado, le entraba la sensación de no estar lo suficientemente comprometido.
Delante del televisor sacaba a relucir su verborrea, parecía un loco hablando solo, le gritaba a la pantalla pensando en que los jugadores lo escucharían, también hacía gala de su manejo del idioma, así como de su inventiva, creando neologismos que bien podrían haber sido recogidos por los encargados de elaborar los diferentes manuales de nuestra lengua, pero sus creaturas eran efímeras, se olvidaban una vez que concluía el encuentro que estaba viendo.
Todo esto lo dejaba a un lado cada vez que iba al estadio, ahí se lo veía retraído, sosegado, cosa distinta de quienes lo rodeaban, que se mataban animando a los jugadores y poniendo nerviosos a los contrincantes, por eso, probablemente, prefería verlo en casa, ahí se sentía más libre, podía ser él mismo, sin tener que guardar los convencionalismos, los de ser un buen ciudadano sin incordiar a quien tenía al lado.
Cuando su equipo ganaba no dejaba de ver los distintos programas deportivos, ya que en todos ellos hablaban maravillas. Veía y reveía lo goles, daba para adelante y luego rebobinaba, incluso lo hacía en la oficina, esperaba a que nadie lo viera y dejaba de hacer sus labores en aras de seguir disfrutando de las mejores jugadas.
Por el contrario, cuando perdía ni se le ocurría ver ningún programa, pues cuando escuchaba a los distintos comentaristas le parecía que se alegraban, eran unos antis que se disfrazaban de periodistas. Ese poco rigor a la hora de informar, lo hacía descreer de todo lo que informaban, no era posible que se comportaran de ese modo −afirmaba−, era un sinsentido para su profesión.
Su apoyo no cesaba, incluso si no conseguían ningún título, lo importante es saber competir −decía−, al ser un equipo no muy grande era necesario apoyarlos en las buenas y en las malas.
Si lograban ganar alguna copa salía a celebrarlo a la calle, había un punto de encuentro que se teñía de un mismo color, era especial sentir la confraternidad, encontrarse con gente que compartía el mismo sentimiento, era una fiesta en la que solo había un color, la alegría era descomunal.
Al día siguiente, aún con la resaca de la celebración, iba al quiosco más cercano, compraba el periódico en el que aparecía la mejor imagen del triunfo y se iba a su piso a archivarlo junto a los demás que tenía, así, a lo tonto, se había hecho de una colección que crecía con cada triunfo.
Cada vez que terminaba la temporada, descansaba y pensaba que eran poco entretenidos los fines de semana, dejaba de estar pendiente de lo que sucedía en la parrilla deportiva, le daba igual que estuvieran a punto de marcar un récord mundial, a él no le interesaba.
Asimismo, estaba atento a las informaciones de la pretemporada, a las nuevas incorporaciones, las que comentaba con sus colegas, con una copa de por medio.
Cuando se jugaban los amistosos, a él se le complicaba seguirlos, pues eran a altas horas de la madrugada, porque el sueño le jugaba malas pasadas, pues por más que se esforzaba terminaba durmiéndose, lo cual le generaba un sinsabor enorme.
En estos encuentros le daban igual los resultados, solo quería ver las nuevas contrataciones y así comprobar si valían la pena o no, lo importante eran los partidos oficiales, no esos encuentros de exhibición, en los que solo se participaba por amor a la pasta. Mas de una vez discutió sobre esto y siempre dejó claro que lo fundamental era ganar dinero en esas giras, el cual serviría para hacer alguna contratación de último momento, una de esas sorpresas que alguna vez les dio el presidente.
Cuando empezaba la temporada todo seguía su ciclo, celebraba los triunfos, se cabreaba con las derrotas, era lo mismo de todos los años, pero no lo veía así, cualquier cosa valía por alentar a sus colores.

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