Creatividad
El mejor…
—Venga —le espetó, metiendo ligeramente la cabeza al habitáculo, y añadió— hoy te llevaré a comer al mejor sitio que hay por estos lares.
La broma le costaría el tener que asistir a uno de esos restaurantes en los que se sentía poco, o casi nada, cómodo.
Igual podría acercarse, ir a donde aquel colega y decirle que todo era de coña.
Tras darle vueltas, entendió que ninguna de esas excusas resultaba creíble. Tendría que usar otra argumentación, porque para escaquearse se debía tener un arte especial.
Al pasar hacia la puerta de salida escuchó un comentario, la mejor… se come en un sitio, miró de soslayo al que soltaba esta afirmación. Lo reconoció como alguien que iba al mismo coworking, pero con el que no tenía demasiada confianza, en aquella ocasión siguió su camino, no quería inmiscuirse en una conversación ajena.
Sin embargo, al repetirse la escena durante varios días, pensó en soltar un chascarrillo para socializar en aquel lugar. Haría migas y, con ello, lo invitarían a formar parte de la camarilla de la oficina.
Su primer día allí fue casual. Por aquella época no estaba demasiado entusiasmado con encasillarse como oficinista, tenía otras expectativas, se consideraba un artista que no había tenido las oportunidades necesarias, pero, mientras esperaba la oportunidad, tendría que ser productivo —se lo solían decir en casa.
No recordaba claramente lo que le comentaron en aquel primer contacto, quizás un par de palabras que le gustaron. Quien lo entrevistó era una chica, llevaba el cabello atado con una goma azul y unas gafas con montura de pasta, le quedaban bien. Recordaba, eso sí, sus palabras: inténtalo un tiempo, si ves que no te va, lo puedes dejar, solo inténtalo.
Lo hizo tal como le recomendaron, y terminó gustándole (por fin su vida tenía un sentido).
A pesar de llevar algunos años, no conocía a muchas personas, de repente lo consideraban como el rarito de aquel sitio. Hasta que un día se propuso desenvolverse de manera diferente.
El pistoletazo de salida fue escuchar aquel comentario, sintió que daba pie a una respuesta y, por consiguiente, a entablar una charla, pero la ocasión no le pareció oportuna.
Como casi siempre se encontraba al mismo tipo, en el mismo lugar, decidió, a la enésima vez que escuchó el estribillo, hablar.
—Eso habría que verlo, ya sabes, sobre gustos no hay nada escrito.
Cuando formuló este comentario sintió que había metido la pata.
Tenía poco tacto para intervenir en conversaciones que no eran suyas.
Tras el silencio inicial, escuchó:
—Si lo probaras, estarías de acuerdo conmigo.
Con esto sintió que no había sido tan mala su intervención, tenía esperanza de socializar.
Los subsiguientes días, siguió bromeando, con el tema del mejor… Así, a lo tonto, hicieron migas, cada vez que podía le argumentaba lo mismo.
Sus palabras no pasaban de ser un chascarrillo, no tenía la intención de confirmar si era verdad lo que decía.
—Ahora sí lo probarás… —le dijo aquel tipo—, no aceptaré un no por respuesta.
Ante tal comentario se vio obligado a asentir, iría.
Aparcó la idea de excusarse, sería poco creíble —pensó.
Como acordaron se dirigieron al lugar y cuando entraron notó que conocía a los dueños y a los camareros.
Cuando le trajeron el plato del mejor… vio que no tenía mala pinta, el sabor era agradable, pero tanto como para decir que era el mejor…, no le parecía, no obstante, tampoco había degustado más platos de ese tipo, de repente, tenía razón, pero tomaba con pinzas su afirmación.
Al terminar, y mientras volvían a la oficina, siguió escuchando las maravillas de lo que habían comido, para no hacerle un feo, tuvo que asentir varias veces.
Ahora te dejo —le dijo el tipo— para que te recuperes de la impresión, a mí me pasó lo mismo, no pensé que se pudiera degustar algo así en esta ciudad, pero ya ves, solo es cuestión de conocer, de saber a dónde ir, no era demasiado caro…
Siguió escuchando la retahíla de adjetivos, estaba emocionado por compartirlo con alguien más.
Antes de despedirse quedaron en volver a ir…