Creatividad

El lugar de moda

Pasó junto al gran escaparate en donde solían pegar carteles con los pisos que salían a la venta, lo hacía todos los días después del trabajo. Se detuvo y buscó el que llevaba observando varios días —le gustaba y se había prometido no dejar de pasar por allí.
De camino a su apartamento veía muchos, no los contó, pero, probablemente, basándose en su número, la oferta de viviendas estaba en auge, por ese motivo, cada corto lapso las empresas reemplazaban su publicidad.
Los anuncios daban una buena idea de lo que había, pero más de uno, por sus dimensiones, sería inhabitable, estaba convencido de que antes de ser reformado tenía otra función —ahí estaba el truco—, por eso, debido a sus medidas exiguas, sólo permitirían colocar una cama o un sofá, todo estaba en saber elegir, tener prioridades.
Mientras se acercaba, rogaba por encontrarlo expuesto. Tenía malas experiencias, cartel que le gustaba, cartel que desaparecía, en tal tesitura se resignaba e iba a por otro, pero cada vez le costaba más dar con alguno.
Cuando comenzó con esta costumbre se había planteado cambiar de piso, por algo más grande —se dijo—, pensando que con decidirse bastaba, pronto se dio cuenta que debía satisfacer demasiados requisitos para ser tomado en cuenta por alguna inmobiliaria. A causa de este impasse se conformó con seguir viviendo en el mismo piso abuhardillado, a pesar del poco espacio con el que contaba, por lo menos tenía un techo —con esto se consolaba y añadía— otros lo pasan peor.
Era lo que tenía vivir en el barrio de moda, un espacio en donde la vida moderna se concentraba para decirle al mundo las bondades de estar vivo, el disfrutar de la naturaleza urbanita. Desde que una publicación le pusiera este apelativo, no dejaba de ver gente nueva por todas partes, lo notaba cuando iba a tomar un café, los bares estaban atestados de caras extrañas. De igual modo las terrazas estaban sumamente solicitadas, varias veces, mientras caminaba por la acera tuvo que frenar para dejar pasar a alguno de los camareros de los comercios colindantes.
Así, de soslayo, su vida iba cambiando, aunque dentro de todo, le gustaba recorrer esas calles, la diversidad que se veía le daba un colorido único, la vida que se respiraba era invaluable.
Por un tiempo, sopesó el abandonar aquel sitio, pero, tras comprobar que el ambiente no era el mismo en otras partes, se convenció de que no se sentiría a gusto viviendo en el extrarradio, alejado de todo aquello que le ayudaba a hacer más llevadera las jornadas. Por este motivo quería asentarse en ese espacio, echar raíces y que mejor forma que teniendo un piso propio. Pero con quererlo no bastaba, había otros factores que condicionaban sus planes y se salían de sus manos, en este caso, el mercado era despiadado, no tenía reparos a la hora de inflar los precios, era la ley del más fuerte —económicamente hablando—, solo quienes estaban bien aprovisionados podían enfrentarse a las constantes burbujas que se establecían, los que no, solo tenían un camino, rendirse e ir a por otros horizontes.
Se iba acercando, mientras recorría la plaza de siempre y observaba el ambiente vacacional.
Tras no encontrar el cartel del piso que le gustaba, tragó inmediatamente su decepción, cada vez duran menos —expresó—, le jodía que muchos compartieran sus mismos gustos, quizás en otra circunstancia alabaría ese buen ojo, pero, así como iban las cosas, no sentía ni pizca de alegría por ese don, por lo demás, tenía presente que los carteles iban y venían no servía de nada encariñarse con ninguno, no obstante, también era consciente que pronto se prendaría de otro.

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