Creatividad
Dispersiones
La clase era un aburrimiento, en ella no se abordaban temas que fueran lo suficientemente interesantes, por consiguiente, no mantenían mi atención, eran causa y efecto.
Me sentaba al lado de una ventana, afuera tenían lugar eventos más atractivos, mirando de soslayo me entretenía con ellos, intentando, eso sí, poner cara de estar atento al parloteo del maestro. Mi cuerpo estaba ahí, todos notaban que estaba ahí, sin embargo, solo era una cáscara de nuez, pues mi yo prefería divagar, se ideaba en libertad.
No estaba ahí por motivación propia, me obligaban, en consecuencia, mi actitud era válida. Solo me esforzaba cuando creía en lo que hacía. Este no era el caso. Podían decir que era un pasota, por mi falta de empeño, no me interesaba, todo daba igual.
Cuando percibía que el profesor miraba en dirección a mi silla volvía a escucharle. Sería bueno en lo que hacía, pero, para mí, su labor era insignificante, no dejaba de leer sus apuntes, por lo visto, faltó a la clase de metodología pedagógica.
La enseñanza me la imaginaba de otro modo, más dinámica (sin llegar al límite de los dibujos para memos), estimuladora de interés, y que no fuera, simplemente, un cúmulo de información enfocada en superar una nota o cumplir con las exigencias de un currículo, así no se aprendiera nada en el proceso.
Quizás al tipo ese no le gustaba lo que hacía (estábamos en la misma situación), se dedicaba a la actividad docente solo por ganar dinero y, desde mi perspectiva, no existía nada peor que enfocarse en el mercantilismo, en especial en una profesión que requiere fundamentos necesarios (vocación) para generar el gusto por la misma.
El poco aprecio por lo que ejercía saltaba a la luz, veías a un tipo (casi universitario) leyendo unas diapositivas como si fuera una exposición cualquiera, el dedicarse a leer y no explicar causaba poca disposición en sus oyentes, cuando perdía el hilo de la lectura tenía que volver sobre sus pasos, volver sobre ellos significaba hacer una pausa, con ello confirmaba su poca preparación, en ese momento, volvía a lo mío.
Entre toda esa desgana, un día de tantos, mientras observaba la realidad de la calle, me fijé en una pareja, estaban en una de las esquinas. La vía en la que se situaban era larga, conformada por diez bloques, se caracterizaban por su color cetrino (adquirido por las constantes lluvias y por la contaminación). Cuando caminaba por ahí sabía ubicarme porque en ella existían una serie de centros culturales y varios locales con máquinas recreativas. Era una zona con aire propio, vivaz, tomada por asalto en la noche por grupos de personas enfrascadas en discusiones intelectuales.
La pareja estaba abrazada, abstraída en su momento personal. Los abrazos dieron paso a los besos, esa esquina era el encuentro entre una calle llamada La de los amantes y otra La del puente, podría decirse que era la esquina del puente con los amantes (un curioso juego de palabras). En ese instante se estarían obsequiando promesas, ella le diría, te quiero, él respondería lo mismo, aunque luego, cada uno se fuera por su lado, pasando de todo, la condición era decirse palabras que hicieran posible continuar con sus caricias, se decían lo que querían escuchar, uno pensaba que lo mejor era decir me gustas para que la respuesta fuera un beso aún más apasionado que el anterior, en el camino tal vez se decían, te deseo, simplemente para seguir endulzando el ambiente, todo era cuestión de dejar volar la imaginación.
Era sorprendente como podían aislarse entre tanto bullicio, era un lugar sumamente transitado, pero los demás, por lo visto, respetaban su momento, o quizás era indiferencia, pasaban, miraban, pero no les causaba ningún sentimiento la escena, eran un par de personas, comunes y corrientes, achuchándose, como se los podían dar en cualquier otro lugar, no tenían nada de especial, estaban ahí por sus emociones, sin tener otro acicate.
En ese instante me vi obligado a dejar de prestar atención, nuevamente la mirada del pesado se posó en mi sitio, ahora con más insistencia, quizás se dio cuenta de mi dispersión, no pude seguir mirando en dirección de la pareja.
Mitchel Ríos