Creatividad
Desganado
Tras una semana dura solo pensaba en descansar, no tenía planeado salir por ahí, sin embargo, el domingo sin saber cómo, me encontré en una de las calles que, a menudo, se caracteriza por tener aglomeraciones de gente, al ser uno de los destinos más recomendados por las principales plataformas de ocio, todos los turistas, extranjeros y locales, se reúnen a disfrutar.
Lo bueno de salir sin tener claro a dónde, es que cualquier lugar te puede resultar adecuado, incluso el sentarse en un banco, sin más motivación que el ver como pasa la gente, resulta reconfortante.
Esta acción contemplativa hace que cualquier espacio conocido resulte diferente, pues se perciben particularidades que en el día a día se pasan por alto, no se consideran importantes, a pesar de transitar a menudo por ahí, por la sencilla razón de ser simples lugares de paso, en los que no solemos detenernos.
Así pues, me ubiqué en un lugar diferente, uno que me resultó llamativo por su colorido y que descubrí en ese momento, hasta entonces, pasé por alto su existencia, no me había percatado que tenía zonas para sentarse, pensé que era una avenida más.
Desde ahí, comencé a observar a los viandantes, todos iban centrados en llegar a algún destino, se notaba porque caminaban pendientes de cualquier cosa, menos de lo que tenían delante, guiándose por los nombres de las calles y por las indicaciones que recibían de sus dispositivos electrónicos, en donde consultaban alguno de esos mapas que pululan en esos trastos. Muchos llevaban maletas, otros, iban cargando solamente una mochila, aditamentos característicos de quien está de paso.
Las terrazas parecían estar abarrotadas por extranjeros, hablaban en distintas lenguas, alguna que otra palabra entendía, pero no presté demasiada atención, por este motivo no pude apreciar su contexto, de repente hablaban de ese extraño que estaba sentado en una banqueta viendo pasar el tiempo, todo era probable. Gracias a que hacía bueno, se observaba esa situación, el clima estaba dando señales del cambio de estación y vendrían más con el paso de los días.
En ese momento recordé que esa cantidad de transeúntes se ve usualmente en el centro, no es nada del otro mundo, no es necesario que sea un día especial.
Lo diferente era mi posicionamiento, en un espacio en el que podía centrarme en sus movimientos, que veía como se repetían las mismas situaciones, sin más sentido que el de reunirse a pasar el rato, a disfrutar de las vistas o, simplemente, a ver la vida pasar.
Después de estar algunos minutos fuera de casa, volví sobre mis pasos, para recluirme en ese piso interior que me aísla de todo lo que pasa en las afueras, que me mantiene alejado de lo que puede suceder en el mundo exterior, de los viandantes, de los dialectos raros, sin ruidos que puedan molestarme, ni agobiarme, así como de la gentrificación que lo cubre todo, como un ente que cambia el rostro de todo aquel sitio en el que se asienta.