Creatividad
Decisiones
Durante los últimos días de aquel año, Xuzmán, decidió ir a un lugar lejano, si era exótico, mejor.
Quería empaparse de realidades distintas a la suya. Tenía en mente las ideas de aventuras que había leído en textos antiguos, viejos y ajados.
Buscó el lugar más al norte que podía hallar y qué podía permitirse (claro), ser aventurero en esta época era un pelín caro —meditó.
Le hubiera gustado vivir en un mundo de fantasía en el cual no se debieran justificar los ingresos del héroe, o crees que, si extrapolaras las grandes aventuras literarias al mundo real, no se necesitarían cantidades ingentes de dinero para llevar a cabo tales excursiones, si no lo sabías, eras un iluso. Cualquiera sabe que la ficción es mentira, por lo tanto, no hay necesidad de ser tan quisquilloso —sentenció.
¿Y si era mejor un lugar remoto? —se preguntó—. Este no sería un problema, lo esencial era, para él, irse lo más lejos que pudiera, no obstante, tampoco pensaba en las antípodas, este lugar estaba en sus planes, pero al comprender que era una idea manida, pues la ojeó en varios escritos, dejó de tenerla en cuenta.
La gran mayoría de autores escribían sobre las antípodas, como si se tratara de un lugar al que sería difícil llegar, una idea abstracta de lo que significaba irse a un sitio extremadamente alejado.
Ya que se iba a ir, tendría que ser a un sitio al cual poca gente estaría dispuesta a hacerlo. Esto demostraría que su intención era sincera, no una simple ocurrencia que le surgió por el aburrimiento o porque su inventiva no daba para tanto.
Ir al norte —se repitió— como si para él fuera un punto desconocido, un lugar al que jamás había llegado, su Rubicón, un punto distante en su imaginario al que esperaba llegar del modo más efectivo.
Para dar con ese punto procedió a hacer cálculos, era sumamente importante que estuviera a una distancia tal que no fuera necesario hacer una inversión excesiva.
Tenía en mente irse lejos, pero no quedarse en la miseria, a pesar de tener un espíritu aventurero, tendría que ser low-cost, supeditado a un presupuesto que iría elaborando conforme le surgieran sus necesidades.
Estaba convencido que no emplearía muchas herramientas, ya que, lo esencial, era tener la voluntad de embarcarse hacía lo desconocido, con ello tenía suficiente.
Este ánimo aventurero no siempre estuvo así de motivado, estaba más bien reprimido, porque era mejor, así no llamaba la atención, pero al escuchar las constantes historias de los viajes que realizaban sus amigos, la curiosidad, por disfrutar in situ de esos relatos, le sedujo.
Sacó un boli y comenzó a hacer una lista, mientras la realizaba se detuvo en la necesidad de traer recuerdos a sus conocidos, ya que ellos siempre le traían presentes, mayormente imanes para la puerta del refrigerador.
Cada uno tenía un relato diferente, uno decía: lo compré porque pensé en ti, otro, por el contrario, se disculpaba y argüía, lo compré a última hora, tenía planificado hacerte el mejor regalo, ya lo tenía reservado, pero por confiar en mis tiempos lo perdí de vista, entre visitar un museo, ir a la plaza, recorrer bares, al final tuve que salir apurado, tuviste suerte que en el aeropuerto hubiera algunos obsequios, cogí lo primero que vi.
Siguió rellenando su lista, cuando llevaba más de cinco nombres, cayó en que sería algo más larga de lo que había pensado al empezarla.
Uno de sus colegas, durante las vacaciones de verano del año pasado, se fue a la ciudad luz, al volver habló maravillas de su visita. Le encantó, en todas partes se respiraba cultura, era como recorrer un gran museo, lo demostraban las fotografías que había hecho.
En unas aparecía solo, en otras, con el grupo de viaje. Le gustaba sentirse arropado en sus desplazamientos, le daba seguridad tener todo programado, de este modo evitaba romperse la cabeza, tampoco se preocupaba por buscar el hotel, compraba un paquete turístico y el asunto estaba solucionado, lo único que hacía era estudiarse el cronograma de visitas, salidas y demás.
Otro amigo decía que tener todo programado tenía más contras que pros, desde su perspectiva, tener que cumplir determinados horarios, en especial durante las vacaciones, no se diferenciaba mucho de cualquier día laboral, de tal modo que consideraba que era mejor ir por libre, sin depender de un guía o una empresa que se encargara de hacer las cosas que le gustaban, no había nada mejor que efectuar una reserva, tratar directamente con el hotel, comprar las entradas, a pesar de tener que hacer cola, la experiencia era lo más valioso que se llevaba y los buenos recuerdos.
Lo decía convencido, resultaba sincero en sus palabras.
Alguna vez quiso preguntarles si se les ocurrió, mientras viajaban, quedarse a vivir en el país que visitaban, sin embargo, prefirió no formular la pregunta, lo más probable era que a ninguno le hubiera pasado esa idea por la cabeza o tal vez, le responderían, cualquier lugar al que se va de vacaciones resulta relajado, lo diferente sería si se va a hacer una vida, buscar un trabajo, ahí es cuando pierde la magia, lo mejor era simplemente ir a divertirse.
Siguió con su lista, esta iba en aumento y no parecía que fuera a detenerse, porque cuando pensaba tenerla cerrada, de repente, se le ocurría algo más, de tal modo que las dudas eran mayores, esto le hizo replantearse si valía la pena ir a la aventura, si era lógico tomar una disposición tan radical, de algún modo comenzó a darle más vueltas de las que pensaba.
Tras divagar entre sus opciones, decidió quedarse en casa, estaba mejor en su espacio de confort, tal vez, volver, era una forma de llegar —se dijo—, luego recordó una canción…