Creatividad
De tramo en tramo
El camino de salida era un laberinto. Las primeras veces se había perdido; su desmedida autosuficiencia le hizo tomar la ruta equivocada en varias oportunidades. Con el paso del tiempo aprendió a preguntar, de esa manera no volvió a errar su recorrido, se dejaba guiar por las señales, carteles dispuestos en cada tramo de la estación.
Aquel lugar lo hacía acojonar, la gente parecía de otro planeta —todo era perfecto—, sus modos, sus temas de conversación, las palabras rebuscadas que utilizaban —se ponía nervioso, sus inseguridades aparecían, sentía temor de no responder con términos adecuados—; era una situación tensa. Hablaban de tantas cosas y no decían nada, querían cambiar el mundo, se sentían en la necesidad de hacerlo —su compromiso—, era su forma de agradecer las buenas cosas de la vida —eso lo agobiaba más—.
Transitó la vía serpenteante de forma pausada… lenta. Tenía la cabeza en otro lado. Se dirigió a la cinta transportadora y el siguiente tramo lo hizo en una escalera mecánica. A veces se preguntaba si valía la pena ser como era, pronto estuvo en la superficie, se fijó en el nombre de la avenida, llegó al cruce peatonal. El viento soplaba contra su cara; salió de aquel trance —se fijó en la luz verde para cruzar—, algunos coches no dejaban de moverse, otros, en cambio, se detenían; cedían el paso, continuó su trayecto, las bocinas eran molestas. En una de las esquinas se topó con una persona durmiendo sobre un colchón viejo junto a su perro, era verdad cuando decían: «el mejor amigo del hombre es el perro».
El frío le hacía doler las manos y las piernas, incluso con el abrigo puesto, pensó en lo mal que lo estaría pasando si durmiera a la intemperie, sería un infierno, la temporada era de las peores, ni se quería imaginar viviendo en una situación así.
De reojo se fijó en aquel tipo, por experiencia sabía que la suerte es cambiante, todo da vueltas, uno nunca sabe cuál será su destino, por eso era imprescindible llegar pronto al trabajo, sobre los asalariados pesaba la amenaza de ser despedidos, lo peor que podía pasar era quedarse sin un puesto laboral, así como estaban las cosas no era una opción, siguió andando.
El esnobismo era un mal de muchos; lo entendía y le hacía gracia, por eso solía quedarse callado, hablaba poco, prefería analizar a cada uno de los que parloteaban, tan dueños de sí mismos, con ideas tan claras, sabían con certeza todo lo que les depararía la vida, bajo esa seguridad soltaban cada una de sus palabras, el espacio era mejor por su presencia, tenían plazos para todo, tenían horarios.
Estaba inquieto, subió al vagón, no había asientos libres, de repente se comenzó a escuchar ruido producido por unos sujetos que estaban discutiendo, se reclamaban el derecho de exclusividad de aquel espacio, solían pedir limosna. La gente no se inmutaba, seguían haciendo sus cosas, la discusión fue en aumento y uno, el más bullanguero, agredió al otro, le dio un empujón acompañado de una patada, como este iba apoyado en un bastón, terminó cayendo, debido a ello varios pasajeros intervinieron
—Si ustedes no saben de qué va esto, mejor no se metan. Este personaje, al que ven ahí me viene hostigando continuamente, hace un par de días me quiso golpear con ese bastón —señaló en dirección al tipo que estaba en el suelo—, a mí no me pega ni Dios, se lo digo y lo repito, por eso quédense en sus asientos. Ahora va de buena persona, todos somos buenas personas —comenzó a gritar—, pero óyeme bien —señaló en dirección al lastimado hombre—, te cogeré solo y no habrá quien te defienda —luego hizo alarde de sus dotes chauvinistas—.
El otro quiso responder, pero uno de los pasajeros del vagón le indicó que mejor se callara —en esa situación era lo mejor—, además por los gestos que hacía uno podía darse cuenta del dolor producido por la agresión, le había dejado una marca en la mano.
—No soy un loco para reaccionar de esta manera —poco a poco fue menguando su actitud.
Se podían escuchar los murmullos de las personas del vagón, algunos sostenían que lo habían visto otras veces, siempre así de problemático y amenazando a todos, cuando le daban céntimos se enfadaba, eso no alcanzaba para nada.
Solía parecer todo tan irreal, tan forzado, no sabía si eran tal cual o fingían ser algo que no eran, la duda se quedaría ahí, siguió oyendo.
Ese incidente le dejó muy mal rollo, no se imaginó que algo así pudiera suceder. El tren se detuvo, subió otro hombre a pedir ayuda, no tenía para comer —argüía—, sin embargo, se dejó un bocata en un asiento, quizás no sería de su agrado, quizás en la siguiente parada le darían algo mejor.
Mitchel Ríos