Creatividad
Datos almacenados
Hace poco decidí ordenar algunos trastos, estaba en esa labor cuando encontré un disco duro externo guardado en una caja, desconocía la razón por la cual estaba ahí, cogiendo polvo, y si la sabía, con el paso del tiempo, la había olvidado.
Cuando lo tuvo en mis manos me entró la curiosidad. ¿Qué habría en él? —fue lo primero que me pregunté—, quizá nada importante, si no, no tendría razón de ser el tenerlo ahí, sin estar visible, sin una etiqueta que diera pistas sobre los datos almacenados —me respondí—. Usualmente, cuando tengo información, que considero útil, pego una pequeña cinta en la que escribo, grosso modo, lo que contiene, de tal modo que esto me sirve para no cometer la burrada de borrar, por error, los datos que pueda contener.
Esto lo comencé a hacer desde hace poco. Un par de meses atrás tuve la necesidad de reparar el ordenador, todo iba bien hasta que comenzó a hacer cosas raras, no pensé que fuera nada grave, pero de repente salió la pantalla azul de la muerte, imaginé que sería sencillo arreglarlo. Pero no fue posible, al parecer se había dañado el sector de arranque del disco interno, de tal modo que no tuve más opciones. En tales circunstancias estaba obligado a cambiarlo, dejar el actual como soporte, y reinstalar el software. Como me urgía usar el equipo, cogí un disco que tenía cerca, no le di demasiadas vueltas, abrí el portátil, quité el dañado y puse el, supuestamente, nuevo en su lugar.
Pasados unos días, cuando el ordenador estaba con el nuevo soporte de datos, me fue imposible encontrar unos documentos, hasta que caí en la cuenta de que lo más probable era que estuvieran en el que usé para reemplazar el disco dañado.
Por este motivo (no quería tener el mismo problema), comencé a marcarlos, para tenerlos inventariados.
Con el disco recién descubierto fui a sentarme al escritorio, lo conecté al ordenador y comencé a explorarlo. Durante la inspección me di cuenta de que estaba destinado exclusivamente para guardar fotografías, había carpetas nombradas con distintos viajes realizados, los recordaba todos, en ese instante cavilé qué por algún motivo lo había apartado y casi olvidado.
Comencé a observar las fotos y los recuerdos fluían, era como si se hubiera abierto una puerta, no sé por qué, cerrada.
Durante mucho tiempo estuvimos viendo el modo de comprar una cámara profesional, fue complicado decantarnos por un modelo, nuestro desconocimiento nos pesaba en la decisión. Tras muchas idas y venidas elegimos un dispositivo que estaba en oferta, venía con una memoria interna, pero no daba para guardar demasiados archivos. Calculamos que se llenaría con el primer viaje.
Al inicio, para no tener problemas, las guardábamos en el ordenador, pero resultaba incomodo y poco práctico tenerlas ahí, pues queríamos verlas en otros dispositivos y, muchas veces, resultaba imposible. En tal tesitura era mejor un disco portátil de varios terabytes. Planificamos que ahí guardaríamos todas las fotos que íbamos a tomar, las agruparíamos por los sitios visitados, colocando la fecha y el año, las tendríamos pormenorizadamente ordenadas. Nos comprometimos a pasarlas apenas hubiéramos concluido nuestros periplos, aquí también hubo otro problema, ¿qué disco comprar?, ¿cuál sería el mejor?, como con la cámara, buscamos ofertas y listo, asunto arreglado.
Comencé a observar las fotos del primer viaje que realizamos, no fue una buena toma, en ella salía yo, no me percaté en qué momento me la tomó, solo se me veía achicharrándome al lado de unas columnas enormes. Aquel viaje fue divertido, sin embargo, tras discutir, se echó a perder todo. La imagen se hizo el último día, cuando, apurados, fuimos a ver las ruinas que se exponían en el museo nacional, recuerdo que me acerqué a esa columna para ir a mi aire, estar solo por un instante.
Di otras fotos, pero no me resultaron tan interesantes, se veían bien, más no eran tan testimoniales como en la que me centré. Cerré la carpeta y fui a por otra.
Me pasó lo mismo que en la anterior, pero aquí me atrajo la foto de una habitación, era de un hotel, situado en el centro histórico de una ciudad, cerca de una gran muralla. La habitación era pequeñita con el techo abuhardillado, yo esperaba que fuera más grande, aunque me hizo sentir Kafka, expresé mi inconformismo, a mi pareja le resultó cuqui, cuando dijo esa palabra solté una carcajada, me parecía muchas cosas, menos eso, después de dar mi opinión, tuve que conformarme con dormir en ese lugar.
Seguí con mi análisis, abrí otra carpeta y me quedé con la imagen de un acantilado, fue tomada en el fin del mundo (así se llamaba ese lugar). Lo más destacable de aquella aventura, fue lo difícil que resultó encontrar un espacio para aparcar. También fuimos testigos del inicio de un incendio en el monte. Hablamos de lo detestables que eran los pirómanos, les comunicamos el hecho a los encargados. En las noticias se informó que ese desastre no fue a más, ya que fue controlado oportunamente.
Todas las imágenes eran recuerdos, recuerdos que tenía olvidados, fue así como descubrí el motivo por el que lo tenía ahí guardado, cogiendo polvo (como dije al inicio).
La relación no duró mucho, por lo menos no el tiempo que teníamos en mente, concluyó de la peor manera, por eso no nos repartimos nada de lo que habíamos comprado de forma conjunta, queríamos alejarnos y nada más. Estuve triste durante mucho tiempo, no es fácil volver a acostumbrarse a dormir solo en la cama, se siente bien dormir abrazado a alguien. Así estuve buen tiempo, desconsolado, desencajado, roto, hasta que un día el dolor mermó. Para conseguirlo traté de enfocarme en otros asuntos y olvidar todo, pasar página, guardé todo lo que me traía recuerdos, así, sin más metí todo en cajas.
Tras concluir aquel peritaje, lo volví a poner en su sitio, tal vez, volvería a olvidar lo que contenía, por un momento se me ocurrió borrar sus datos, pero descarté ese impulso, me pareció que no era el momento adecuado, sería mejor hacerlo más adelante, por eso lo coloqué en dónde lo había encontrado, confiando en que pasados unos meses lo volvería a olvidar.