Creatividad
Cuatro caminos
Desde su posición, en uno de los apartados, vio que se acercaba alguien. En ese momento estaba ojeando un libro sobre cine, le chiflaba todo aquello que tuviera que ver con el séptimo arte. Gracias a la poca afluencia de gente, en ocasiones, podía permitirse revisar los diferentes ejemplares que tenía a mano, en cierto modo esto le era útil, sin embargo, para sus compañeros hacerlo era perder el tiempo, la mercancía estaba ahí para ser vendida y no para ser manoseada, por eso tenía cuidado, solo se detenía a revisarlos cuando nadie fisgoneaba sus movimientos.
Durante la última exposición estuvo fascinado por la calidad de la muestra. La galería estaba ubicada en una de las calles aledañas a la principal, algo escondida, para dar con ella se tenía que pasar en paralelo por la calle perpendicular de la plaza. Mientras la recorría se imaginaba siendo importante, deteniéndose delante de una de las creaciones expuestas y siendo el tipo al que todos se acercaran a consultar, tenía en mente una cinta, una de esas en que un tipo desconocido (con pinta de mindundi), da la sorpresa, sacando a relucir unos conocimientos que nadie hubiera pensado que poseía.
Asistía a los talleres de interpretación llevando una libreta en la mano, en ella reseñaba casi todo lo que comentaban en las disertaciones, obviaba muchas partes de las charlas porque no tenía demasiada práctica en escribir a mano alzada. Una vez en casa, se situaba en su despacho y releía todo lo escrito, a veces no entendía sus apuntes, era un problema no tener buena caligrafía, sin embargo, se sentía a gusto con su estilo, alguien le dijo que solo los artistas escribían mal y él se lo tomo a pecho.
Le recomendaron la lectura de un libro, uno de los grandes clásicos. Le dijeron que su vida cambiaría después de leerlo. Su lectura, al iniciarse, venía condicionada por ese consejo, pero sintió que no era lo suficientemente grandioso, era una buena obra, pero no estaba al nivel de las expectativas que le habían generado.
Trató de explicárselo argumentándose que tenía mucho que ver el tiempo de lectura, no era tan jovencito como para ser seducido por lo planteamientos ahí contenidos, más bien, le parecían ideas rebuscadas o que ya las había leído.
De repente las ideas se generaron en ese texto, no lo ponía en duda —ahí residía la recomendación—, pero a él no le parecían novedosas.
En ese momento meditó e intentó ponerse en la piel de un chaval de dieciséis años, mas no le fue posible elucubrar ideas como si se tratara de alguien más joven, porqué sencillamente no podía ponerse en la piel de otro, le era intrincado hacerlo.
Los objetos estaban correctamente colocados, tenían un orden aparente, que se enmarcaban en unos cánones establecidos. Con su vista juiciosa intentó dar con el sentido de este, pensó que bastaría con encontrar el patrón utilizado para que, de ese modo, diera con los entresijos del tema.
Se sintió reconfortado por estar ahí, no siempre se encontraba con retos importantes y aunque nadie notara su esfuerzo silencioso, a él no le interesaba, pues sabía perfectamente de que iba su estudio.
Observando, detallando las características particulares en su libreta, cada vez más llena y con menos espacio para otros apuntes
Lo dejó y miró de soslayo. El cliente estuvo dando vueltas, revisando textos por las distintas estanterías. Con el rabillo del ojo observó que se detenía, cogía uno, lo ojeaba y lo devolvía a su sitio.
¿Buscaría alguno en especial?, ¿sería su oportunidad para recomendar algún escrito, basado en su gusto o alguna de las obras que estaban expuestas?
Tendría que esperar a que hiciera la consulta. Cuando el personaje se aproximó lo pilló preparado, el encargado leyó una de sus anotaciones y se sintió seguro de dar una buena apreciación, esperaba estar a la altura.
Su rutina le permitía asistir a diferentes charlas. Le motivaba acercarse a quienes compartían sus inclinaciones. Sintiéndose cómodo, con la confianza necesaria para preguntar, aclaraba las dudas que tenía y daba un soporte más sólido a sus interpretaciones, las mismas que estaban relativamente respaldadas en sus glosas, que a modo de jeroglíficos quedaban plasmadas en tinta, por eso se sentía reconfortado, ya que si sucedía algo extraño nadie podría descifrar lo que aquellas hojas contenían: Aquel interesado en interpretarlos y hacer legible su contenido, tendría que seguir un curso de poligrafía —sentenció soltando una carcajada.
Si lo hubiera leído antes de los textos que recordaba, le habría resultado novedosa la propuesta. En tal sentido, ante tal descubrimiento, hubiera sido marcado como una tabula rasa, y con esa idea en mente encomendaría su lectura. No obstante, este no era el caso, le resultaba aburrido, no lo atrapaba y eso era fundamental. Lo más probable era que terminaría abandonando su lectura, además no podía perder el tiempo, debido a que, entre el trabajo, la asistencia a sus actividades de ocio y sus anotaciones, su tiempo era limitado.