Creatividad
Chubasco
Se oían ruidos al otro lado de la puerta, no sabía con claridad a qué se debía. Antes de sacar alguna conclusión me puse a analizar el lugar, los rieles del tren estaban oxidados, el cable que le permitía obtener electricidad daba la sensación de que en cualquier momento podía ocasionar una catástrofe, no era necesario ser un experto para notar el poco mantenimiento que, por lo visto, le daban.
Entró raudamente a la estación y se topó con un gran número de viajeros que obstaculizaban el paso, al parecer preferían estar bajo el techo, resguardados del chaparrón. Muchos no sabían que hacer; tenían el dilema de quedarse a esperar a que dejara de llover o dirigirse hacia la tromba de agua. Esperar implicaba estar ante la incertidumbre, no se sabía con certeza en qué momento pasaría el mal tiempo.
Como suelen decir, en situaciones adversas algunos ven una posibilidad de negocio. Como por arte de magia, en varias de las puertas de ingreso de la estación aparecieron vendedores. Cuando los viandantes se les acercaban a preguntar por el precio, soltaban una cantidad, si notaban que les parecía elevada, bajaban un poco sus pretensiones; aun haciendo esa reducción conseguían hacerse con una buena cantidad de dinero.
Por un corto lapso, al concentrarme en lo que sucedía a mi alrededor, dejé de pensar en los ruidos extraños, además, la tempestad se hacía notar; las goteras causaban estragos.
Un encargado comenzó a colocar recipientes para evitar que se anegara el suelo. No envidiaba su trabajo porque, en circunstancias así, con todo el arremolinamiento de gente, se le dificultaba.
En la calle los transeúntes corrían de un lado a otro y no conseguían un buen lugar para resguardarse. El día soleado, típico de verano, no daba pie a imaginar que se torcería. Las terrazas comenzaron a ser abandonadas, algunas copas estaban a medio beber.
¿Quién les daba el producto?, era un gran misterio, siempre estaban abastecidos.
La puerta era una de tantas y percibió el ruido no bien se colocó cerca. Se acercó más a la pared, de forma sutil prestó más atención para percibir mejor lo que sucedía dentro.
En ese momento muchos se recriminaron el no haber cogido un paraguas antes de salir, sin embargo, no era previsible y no hubo señales que dieran la posibilidad de prever un cambio tan drástico del tiempo.
Los artículos los llevaban a hombros, en una bolsa de color azul; caminaban largos trechos hasta que notaban que la zona era propicia para comenzar a vender, soltaban su carga y la extendían en la acera o en la plaza, eso era lo de menos, lo importante era vender.
Si no se hubiera ubicado ahí, sería un pasajero más, pero desde hace una semana lo hacía, en cualquier parada escogía estar lo más alejado posible de los rieles del tren.
Trató de utilizar el ascensor, porque salía cerca de una calle que daba a su casa, pero había más personas con la misma intención. El número que podía ser trasladado se limitaba a siete u ocho pasajeros, pues cuando subían demasiados, y sobrepasaban el número, una voz les indicaba que era necesario aligerar el peso, más de una vez a él le pasó y tuvo que salir para que el resto pudiera seguir.
Cuando iniciaban sus actividades tenían que estar atentos, no podían ser vistos por las autoridades, si eso acontecía el grupo de vendedores comenzaba a recoger su mercancía, tenían que retirarse echando leches, los que estaban en mejor condición física conseguían colocarse en lugares seguros, lejos de la vista de los inspectores, de ese modo evitaban ser cazados; los que no podían hacerlo se resignaban a su suerte, lo peor que les podía pasar era complicar más las cosas, guardaban silencio y seguían todo lo que les indicaban.
Leyó en las noticias que un chico esperaba el metro para ir a la universidad y fue empujado a sus vías; su error fue ponerse al filo del andén. Cuando hizo su aparición el tren, se acercó para colocarse en la línea amarilla, en ese instante apareció alguien; le dio una patada en la espalda y lo hizo caer, casi no lo cuenta. La información recalcaba que tuvo suerte, gracias a su rápida reacción pudo ubicarse en un hueco entre los rieles y salvarse; volvió a nacer, pero no todos tendrían la misma suerte —pensó—, por eso era mejor estar ahí, expectante, a una distancia prudencial de las vías.
Viendo que era una multitud, no le quedó más opción que subir por las escaleras.
Varios tenían remanentes de la venta del día, esta situación se repetía constantemente.
Ahora no le preocupaba ser empujado, estaba más centrado en lo que sucedía al otro lado de la puerta.
Las condiciones empeorarían con el paso de las horas, algunas estaciones se verían perjudicadas por el agua, varios viajeros comenzaron a grabar las imágenes con sus móviles, subirían esa información a sus redes para denunciar el mal estado del lugar, tendrían la esperanza de que llegara a manos del encargado de velar por su buen estado, si bien su intención era buena, últimamente el burócrata pasaba del tema. Posteriormente se comenzaron a suspender algunos tramos del servicio, eso empeoraba el libre tránsito y retrasaría a muchos.
A alguno la lluvia lo pilló en casa y se apresuró para asaltar la estación. Trataría de colocarse cerca de una de las puertas o a la salida del ascensor, no se lo pensaría demasiado, lo importante era estar ahí y comenzar a vender.
Estaba en esa disquisición. Las dudas estaban ahí y ese pensamiento no lo abandonaba. Después de pensarlo fríamente se decidió por subir al tren, no era su problema.
Comenzó a subir las escaleras, se detuvo viendo la cantidad de agua, tras un par de minutos se decidió por salir así, a la calle, aunque se mojara, antes de partir cogió su mochila, la puso cerca de su pecho, para proteger su ordenador, y fue en dirección a su domicilio.
El primer precio que dijo era exorbitado, cuando lo rebajó le compraron tres, gracias a esos paraguas un grupo de amigos pudo ir cómodamente por las calles a pesar de la lluvia.
Mitchel Ríos