Creatividad

Chismorreo

Fue el primero en llegar a la oficina, y al parecer el único que estaría aquel día. En él no era usual, casi siempre llegaba, cuando se dormía, diez o quince minutos tarde. Lo curioso del caso era que no vivía lejos, a comparación de una de sus compañeras, estaba a un par de bloques.
Su compañera tenía que estar levantada a las cuatro de la mañana, entre que arreglaba todo y atendía a sus hijos se le pasaba la hora, cuando se daba cuenta, tenía que salir pitando para instalarse en el andén de la estación y coger el primer tren que pasara, estuviera lleno o vacío subía a él, solo así se aseguraba estar a la hora, los que la conocían se preguntaban de dónde sacaba fuerzas para tener siempre buena cara. Nunca era borde, ni se expresaba con malos modos, era atenta y estaba presta a ayudar. Caía bien a la primera y ese era un don muy de ella.
Sin embargo, ese día estaba ahí, sacando las cosas de la mochila, el ordenador, los documentos, no estaba seguro si los demás teletrabajarían, si lo dijeron no los escuchó, si pasaron un mensaje no lo recibió. Como aún era temprano, cabía la posibilidad de que fueran llegando conforme avanzaba la mañana.
Durante la espera se percató de que, en la oficina contigua, había gente que hacía bulla en exceso, tenían una charla distendida, puntualmente hablaban de las redes sociales, sobre los nuevos influencers, en este caso un padre, comentaban su admiración por esa nueva tendencia, a ver si el suyo aprendía, pero en lo que más se centraron los comentarios era en el aspecto del tipo, ¿estaba de buen ver?, ¿estaba cachas?, ¿era guapo? Características sin importancia, preguntas baladís —se dijo.
Aunque él no quisiera enterarse, era imposible no hacerlo. Al principio le sonó interesante el tema, pero más adelante, tras percatarse que estaba de cotilla, trató de centrarse en su trabajo, sin dejar de pensar en lo tonto que sonaba lo que decían, ¿se escucharían?, estaba claro que no, no se daban cuenta de que alguien más los oía.
¿Me escucharían a mí y a mis colegas? —se preguntó—, si él podía hacerlo, también sucedía a la inversa, no había que ser muy listo para deducirlo —afirmó.
A pensar en ello sintió vergüenza, de repente decían lo mismo de él cuando hablaba:
—Qué vecino más tonto tenemos —se imaginaba que proferían y añadían—, qué molesto resulta.
Varias veces hablaba de cosas privadas con sus compañeros. En ocasiones llegaban al punto de contarse cosas personales, ese en el que alguien te cuenta algo privado y tú consideras que debes contar un hecho de tu vida que sea análogo, para que la balanza del chismorreo se equilibre. Él solía ser reservado, pero cuando se iba de la lengua podía contar sus secretos.
¡Qué vergüenza! —se repitió—, pero luego se consoló afirmándose que a nadie le interesaba lo que estuvieran diciendo, tampoco sabían quiénes eran los que formulaban las afirmaciones que escuchaban, si se cruzaban por el pasillo no los podrían reconocer, ese anonimato era un consuelo, a esto se sumaba la afirmación de que nadie perdería su tiempo escuchando una charla de la que no participaba. Se percató de que, en ese mismo momento, él estaba pendiente de una charla en la que no…
Siguieron con sus disquisiciones, no bajaron el volumen de sus voces. Al sentir que le resultaría difícil concentrarse, puso música en el ordenador, prefería el ruido que le gustaba.
Seleccionó una canción cualquiera, una de su playlist, moduló el volumen y la puso en el nivel suficiente como para no enterarse de lo que sucedía al lado, de este modo pudo concentrarse en su trabajo, apuraría todo lo que fuera posible. Conforme pasaba el tiempo comenzó a perder la esperanza de que llegara alguien más. Quizás era cierto, estarían teletrabajando o algo más que no le habían informado.
Debido a la situación actual resultaba más cómodo conectarse desde casa, aunque se trabajaba más, por lo menos se obviaba tener que ir a coger el metro, llegar tarde u otros inconvenientes que podían surgir sobre la marcha. Es cómodo —dijo—, si lo hubiera sabido ese día se hubiera quedado en casa. Quizás el único inconveniente que surgía al trabajar de ese modo, era que los jefes monitorizaban el tiempo efectivo de trabajo, por eso pusieron una serie de condiciones para permitirlo, también se acordó que si era necesario estuvieran conectados más tiempo del solicitado, todo por la empresa —argumentaban.
La duda le surgía, ¿por qué no le avisaron?, ¿por qué no le dijeron nada los compañeros?, de todos modos, le resultaba fácil trabajar solo, pero no se lo diría a nadie.
La música no dejaba de sonar, se dio cuenta de que las voces del otro lado cesaron, ahora el silencio era patente, parecía que no había nadie. Tal vez se fueron y no se dio cuenta.
Siguió trabajando hasta que terminó todo lo que tenía pendiente y adelantó algo de trabajo, nunca antes fue tan efectivo, pero a pesar de todo le hubiera gustado que se encontrara ahí alguno de sus compañeros para certificar el gran acontecimiento, llegar temprano, pero tendría que ser en otra oportunidad, solo sería su palabra, nadie le creería. Se levantó de la mesa y comenzó a guardar sus cosas, cuando tuvo lista su mochila, se la colocó en la espalda y se dirigió a la salida, antes de cerrar, revisó que no se olvidaba nada, repitió la misma acción un par de veces más. Cerró la puerta, giró la llave, echó el seguro y se alejó.

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