Creatividad
Casualidades
No podía sacársela de la cabeza, fue por casualidad o por esos juegos extraños, no estaba seguro si la conocía desde hacía uno, dos años, la memoria —en ese aspecto— no era digna de confianza, no era de relacionarse demasiado; en una de las pocas veces, a su pesar, conoció a alguien de la forma más inesperada, era como si me hubiera marcado a fuego, los recuerdos, la piel… los mejores momentos en mi vida, los recordados con más cariño, a su lado todo era diferente, no lo había planificado. No sé si será posible hacerlo, tal vez un día te levantas y te dices: vamos a conocer a alguien…
Estaba en la cafetería de la escuela charlando, echándome unas risas, palabras van, palabras vienen, el tiempo no se detiene, cuando uno se percata de la hora, resulta que es tarde —es tan común—, me despedí, debía recoger mis cosas, las había dejado en el aula, tuve clases por la mañana. Cuando estaba cruzando la puerta de entrada me crucé con ese elemento diferenciador, esa pieza que decantaría la sumatoria de mi equilibrio emocional en desmedro de mi sosiego.
Le he venido dando vueltas a este asunto, tratando de encontrarle una explicación, una aclaración que me deje satisfecho; aún no he podido hacerlo. Trataba de convencerse de las probabilidades de conocer a alguien así —las casualidades— tal vez el nulo crecimiento profesional de los últimos años eran los causantes de ese sinsentido, se postulaba a otros puestos, no lograba ascender, una situación que puede mermar hasta al espíritu más fuerte. Seguían dando vueltas en su cabeza las palabras de su jefe, está bien así, sigue ganando experiencia, hazte de un currículo, ¡venga!, no me digas que no puedes aguantar, apenas me den luz verde para contratar más gente, el puesto será tuyo, hasta ahora no ha sido posible porque cada quien coloca a su gente, ya sabes cómo funcionan las cosas en estas tierras olvidadas de Dios, espera a que esté en mis manos mover las fichas, ahora es imposible, hazme caso… aguanta un poco más. Soportar esta temporada no era el problema, si ese es el caso puedo hacerlo cien años, claro, con la seguridad del contrato, pero tengo necesidades, el alquiler no se paga solo, el transporte tampoco, requiero ganar más, pensaba en esta conversación, si hubiera respondido, en lugar de soltar simplemente una sonrisa y recibir una palmada en el hombro, sabía la respuesta, por eso no dijo nada, se quedó callado.
Podría pasar ese tiempo viviendo con lo justo, centrándose en gastos básicos, ir a vivir con sus padres, un gasto menos. Su madre le había hecho el ofrecimiento: puedes vivir aquí, tu cuarto está ahí para que hagas con él lo que quieras.
La propuesta era buena, pero me quitaba libertades, tendría que dar nuevamente explicaciones de todas las cosas que hiciera, a estas alturas no me apetecía estar en una situación así, por eso dejó de lado la oferta, pero si todo seguía como hasta ahora, debería replanteárselo.
Estaba junto a la puerta, no sé a quién estaba esperando, le pedí permiso para que me dejara pasar. Entré, cogí mis cosas y salí. Antes de retirarme, le dije que si estaba esperando a alguien podía hacerlo dentro de la clase sentada en una de los pupitres, aceptó de buena manera, se sentó y sin ser consciente de lo que estaba pasando comenzamos a charlar, no sé la manera en la que empezó, al momento notamos que había algo, estábamos en sintonía —no les sucede que al poco tiempo de hablar con alguien uno nota estas señales— cada vez que terminábamos de hablar lo hacíamos con una sonrisa, así fue nuestro primer contacto.
Nuestras charlas comenzaron a hacerse más cotidianas, con el paso de los meses la invité a mi casa; cociné, ordené como nunca —quería sorprenderla—, pero después de dedicarle tanto tiempo, quedó como al inicio, por lo menos desde mi perspectiva, era complicado limpiar un espacio como ese, el desorden campeaba a sus anchas. Para mi mala suerte ese día no pudo asistir, tampoco los siguientes, no insistí, quizá no había disposición, tampoco quería forzar las cosas, tenían que darse de la mejor manera, esa naturalidad con la que surgió tendría que mantenerla, era lo que la hacía especial.
No voy a negar que hubo algo, en cierto modo estábamos conectados, pero ella tenía una relación formal, nunca dije nada, sabía a lo que me metía, éramos adultos, hacía mucho tiempo que dejamos de ser niños —no me complicaba con nada—; si quería estar conmigo me venía genial, salíamos a tomar una copa, nos llevábamos muy bien, me adecué a sus circunstancias, tampoco nos hacíamos demasiadas preguntas, si quería contarme algo personal, la escuchaba, aunque era muy cuidadosa con las cosas que me comentaba. Una vez, mientras estaba sentado leyendo un libro, se acercó a él, sin decir nada, simplemente lo abrazó, te estuve buscando, me dijeron que te podía encontrar aquí, no lo estaba pasando bien, ocultos por el manto de la noche ese momento se hizo eterno. Sabía que me ocultaba cosas, pero no me interesaba, —ambos nos divertíamos—, eso era lo importante, disfrutábamos de la compañía. Una relación así, tan desenfadada, desinteresada y nada agobiante, sé que no se volverá a repetir, íbamos a lo que íbamos, nada más. Sin embargo, estas historias tienen un final inesperado, así como apareció, se esfumó, tampoco hice preguntas. Dentro de mí sabía que así sería esto, no me compliqué, no fui una piedra en su zapato, simplemente le deseé lo mejor.
Ahora estoy aquí, tratando de encontrar en cada una de las mujeres que conozco rasgos de aquella que me encandiló, buscando sentirme de esa manera como me hacía sentir ese extraño elemento que remeció mis terrenos. Trataba de reconfortarse con su recuerdo en sus momentos de soledad, a veces estaba pendiente del móvil, esperando una llamada que no se producía, esperaba escuchar del otro lado: nos vemos en el lugar de siempre…
Mitchel Ríos