Creatividad
Cambio de planes
Semanas atrás tenía planificado viajar, pero, sobre en el último instante, se canceló todo, aducían que se debía a problemas de coordinación con la mayorista.
Entró al lugar y encontró varias mesas vacías, eligió una de las más apartadas.
Tuvo que cancelar sus planes, por eso, al levantarse aquel día, sin nada preparado, decidió hacer lo que surgiera, se le ocurrió que lo que no se programa, la mayoría de las veces, al no haber expectativas, se disfruta de un mejor modo, no obstante, esto lo decía para consolarse, le hubiese apetecido viajar.
Ese día quiso cambiar el pedido, no quería hacer una elección obvia, por eso se decantó por un botellín. Esta nueva presentación se publicitaba en un gran cartel y lo ofrecían en oferta, desde su enfoque lo hacía para que no dieran por sentado sus gustos, pero existía la leve posibilidad de que se debía al anuncio, él no creía en esa forma sutil de manipular a la gente, quería convencerse de que él era quien decidía en cada momento y situación.
Tenía ganas de sentarse y pasar el rato sin dirigirle la palabra a nadie.
Se sumió en sus ideas, estaba disfrutando ese instante cuando se le acercó el camarero, al estar casi vacío el sitio no tenía muchas mesas que atender. Parecía majo, pero a él no le apetecía charlar.
Estaba vagabundeando cuando se le acercó un tipo con una mochila y le preguntó: ¿Te gusta la literatura?, detuvo su marcha, la pregunta era simple, sin embargo, lo pilló desprevenido.
Mientras se agarraba a esa idea, comenzó a hablarle: ¿así que botellín?, yo soy más de caña, llámale costumbre.
A los pocos segundos cayó en la cuenta de que aquella interrogante se debía al ejemplar que tenía entre sus manos. A lo tonto, podía ser un imán para los curiosos que daban por hecho que era amante de los libros.
Esa obra que llevas tiene un título interesante, ¿sobre qué trata? Para no quedar como un borde, le dijo un par de cosas, de repente, notó que tomaba asiento.
En otro contexto se hubiera puesto a conversar, pero en ese momento no, lo acojonaba hacerlo ahí, en ese espacio vigilado por cientos de miradas.
De soslayo resopló y entre dientes se dijo: ¿no se suponía que no te apetecía hablar con nadie?
Sí me gusta —dijo—, pero fue en un tono dubitativo y casi inaudible.
A mí también me gusta leer, le habló en un tono familiar poco frecuente.
Estaba de pie en una acera cualquiera y no esperaba que trataran de entrarle de ese modo, de ahí su temor. La escena era extraña.
Hace poco, debido a una recomendación, estuve con el poema «El pájaro azul» de Bukowski.
Su recelo a interactuar en espacios públicos con otras personas pudo con él.
¿Qué te parece?, no supo qué decir, a él no le sonaba.
Estaba confundido, cuando escuchó: ¿te interesa la literatura?, para darte una explicación.
Sí recordaba haber leído el de un tipo que tenía un pájaro azul en la cabeza y terminaba disparándose para dejarlo en libertad, pero no era de ese autor.
No entendía lo de la explicación, quizás lo estaba confundiendo con otra persona, no sería la primera vez. En una ocasión se le acercó alguien y le habló de tal modo que llegó a pensar en la posibilidad de conocerlo, más no lo recordaba, su mala quedaba patente, miraba su rostro y no lo reconocía, ¿quién sería? No, no le sonaba que Charles tuviera un poema con ese título, le gustaba más como prosista, sus novelas lo encandilaban, su estilo le parecía fresco, se sumergía en sus libros sin demasiados problemas.
Lo no planificado no se disfruta más —se dijo.
Se dio cuenta de que era necesario revisar la poesía de Chinaski, pero no tenía planificado tener una charla así.
¿Qué pasaría si alegaba que solo llevaba ese objeto para tirarlo a la basura?
Para hablar sobre esos temas prefería ir preparado, revisar todo lo que pudiera, para que, de ese modo, diera un juicio más certero, que no solo estuviera centrado en suposiciones, especulaciones o en la efervescencia del momento que, la mayoría de las veces, daba juicios errados en lugar de aportes sustanciales.
Volvió a escuchar: ¿te interesa?, seguía confundido, en ese momento observó como metía su mano en su mochila y sacaba unas hojas, le pareció reconocer una portada, no le fue posible leer el título.
Sin venir a cuento comenzó a añadir más palabras a su discurso, era como si tuviera muchas cosas que decir y no hubiera encontrado nadie que lo quisiera escuchar, tal vez era del tipo de personas que se abren ante cualquiera que haga el amago de prestarles atención, tenía claro que el individuo aquel deseaba ahorrarse el asistir a terapia y tener que pagar por recibir consejos.
La situación, para él, era rara, su temor iba en aumento, se sentía, en cierto modo, acorralado, estaba ahí en mitad de la calle, atendiendo a un desconocido, sin tener muy claras cuales eran sus intenciones.
Como te dije me gustan los libros, tengo planificado publicar algo, bajo este título, se señaló la camiseta que llevaba, yo hice el logo, se ve guay, por lo menos para mí, me gusta jugar con las palabras.
Antes de que continuara, se disculpó y dijo: lo siento, en otro momento, ahora mismo no estoy interesado.
Estaba bien, le gustaba leer, como a muchas personas, y tenía proyectos, pero a él no le interesaba, ¿tendría que decírselo, aunque fuera descortés?
Le costó mucho decir esas palabras, las pensó antes de formularlas, pero la sensación de incomodidad, al encontrarse en mitad de la calle, fue más fuerte.
El tipo iba de buen rollo, le parecía gracioso por su forma de hablar, pero se le hacía insoportable la situación.
El tipo, al recibir esa respuesta, no insistió, esa actitud lo alivió. Guardó todo, se despidió y prosiguió con su marcha.
Cuando estuvo a punto de sacárselo de encima, esgrimiendo alguna excusa pueril, para su buena suerte, entró más gente en el local.
Siguió con su paseo, pero no dejó de pensar en lo sucedido, ¿trataría de venderle algo?, se quedó con la duda, no sabría si en realidad se trataba de un vendedor callejero, esa incógnita se mantendría.
Quisiera seguir hablando, pero tengo que trabajar —se disculpó.
Mientras volvía a casa pensó en la necesidad de concluir la lectura del texto que tenía en sus manos, si no, lo más probable era que le siguieran preguntando e interrumpiendo su soledad.
Mitchel Ríos