Creatividad
En lugar de retrasarse el vuelo, como era la costumbre, ese día salió en punto. A esto se sumó otra buena noticia: llegaría antes de la hora programada, la encargada de dar la buena nueva fue la comandante, tras esas palabras saludó a los pasajeros, dio algunas indicaciones y cedió la voz a las azafatas. Estas hacían un despliegue histriónico tal, durante las indicaciones de seguridad, que daba la impresión de estar delante de un show teatral, se imaginó que harían una presentación como en Amantes pasajeros, bailando I’m so excited, desechó esa sospecha porque eso solo pasaba en las películas, no en el mundo real, y tampoco en la clase turista, solo en bussines —se lamentó—, tendría que conformarse con escuchar atentamente las directrices.
Al llegar, lo primero que hizo fue situarse, quizás el único escollo sería el idioma. Durante la planificación del viaje no había caído en esto, nunca se le ocurrió aprender una segunda lengua, si bien sabía palabras sueltas no daban para hilar una conversación. Por lo demás se sentía seguro de sí mismo.
En ese modelo de avión no había demasiada diferencia entre las clases, es más, cualquiera pensaría que la división era por medio de una puerta (que brindaba seguridad) y no solo por una simple cortina. Con todo eso y su poca costumbre de coger vuelos, estaba emocionado por conocer esas tierras lejanas. Esperaba que todo fuera diferente, el ambiente, la gente, el clima y el paisaje. Estaba cansado de la monotonía, de ese medio que le agobiaba y le aplastaba.
Llevaba en las manos un mapa que había cogido al salir de la terminal, parecía pequeño, pero al desdoblarlo quintuplicaba su tamaño, se parecía a los que vendían en las librerías. Como eran gratis cogió dos, uno lo usaría en el día a día, lo marcaría, escribiría anotaciones y el otro lo guardaría de recuerdo.
Al aterrizar, le indicaron que subiera a un autobús, todo estaba señalizado, junto a él había más personas. El trayecto duró aproximadamente diez minutos, al bajar lo llevaron a una sala, tendría que mostrar su documentación.
Su alojamiento parecía agradable, así se veía en las fotos, era pequeñito, con las cosas necesarias para pasar unos días. Tenía una terracita que daba a una de las calles más concurridas de la ciudad, esto fue lo que más le convenció, el tener esa ubicación le facilitaría llegar a todas partes, bastaba con caminar.
Para no tener problemas llevaba todo lo necesario en un sobre. El control era rutinario, cuando se identificó, le indicaron una puerta, salió de ahí sin más.
El nombre de las calles estaba bien especificado en una anotación que llevaba, tendría que dar con Ερμού. Para leer sus apuntes se detuvo en una esquina, justo en ese momento una señora le preguntó si le podía ayudar, eso le permitió dar pronto con la dirección.
Preguntó a uno de los encargados en dónde debía coger el transporte y le indicó la puerta 5.
Para entrar en la habitación tuvo que marcar una contraseña, pronto se dio cuenta de que todo era digitando números, esto le daba confianza, pues con ello podría dejar sus cosas y despreocuparse. Se instaló, deshizo la maleta y se dispuso a recorrer el lugar.
Durante el paseo notó que las terrazas tenían instalados nebulizadores, con ello amainaban la sensación de calor y el recorrido se hacía menos pesado.
Antes de subir al bus, se acercó a comprar el billete, el interventor que los vendía ni lo miró, se lo acercó sin más, solo se preocupó en cobrar, este trato le disgustó, qué poca consideración, por lo menos unos buenos…
Para estudiar su bitácora, se sentó en una mesa, uno de los camareros se le acercó y le ofreció agua (había leído que esa era la costumbre).
—Sparkling water or mineral water?
—Sparkling.
La charla no le resultó difícil.
En el transporte se fijó en un chico que escuchaba música, le incomodaba porque no dejaba de mirarlo, era como si lo estuviera estudiando, sentía ganas de acercarse y preguntarle: ¿Quieres algo?, pero esa reacción solo indicaría que estaba nervioso, además podría estar pensando con la mirada perdida en la nada (él era la nada).
Le sirvió el agua y pidió una cerveza, de reojo vio a una pareja, se sentaron en un banco cerca de dónde él se encontraba, por sus gestos dedujo que estaban desorientados. Pasaron varios minutos divagando, buscando, quizás eran los típicos viajeros que leían blogs y se dejaban llevar por sus recomendaciones, de repente, se levantaron, daba por sentado de que se irían de ahí, pero, ¡oh sorpresa!, sus rostros se sorprendieron, al parecer el lugar que buscaban era el mismo en donde él estaba.
Las calles y las construcciones eran similares a las del lugar de dónde procedía, no había ninguna pista que diera visos de que estaba en un entorno histórico.
Se situaron en la mesa de al lado y la tranquilidad del lugar se vio interrumpida por las increpaciones que se proferían. No estaba seguro de cuál era el problema, por lo visto, ella le decía a él que era el peor viaje de su vida. Estaban entrando en un bucle del cual saldrían heridos, cada vez que se daban cuenta de que elevaban la voz, la bajaban, sin querer llamaban la atención. Eran un par de locos más en aquel lugar.
Hasta ese momento, no encontraba ese lugar especial, quizás le habían tomado el pelo recomendándoselo, no tenía nada llamativo.
Solo dejaban de discutir cuando se acercaba el camarero, por lo visto el enfado no les quitaba el apetito o, tal vez, necesitaban alimentarse para poder seguir dándose caña. Él no quería prestar atención, pero era imposible, de vez en cuando el tipo lo miraba y sonreía, era como si quisiera quitar seriedad a ese momento, ella, por el contrario, tenía cara de enojo. En menudo lio estás metido chaval —tenía ganas de decirle.
Sería una broma de mal gusto si era así y aún faltaban varios minutos para llegar a su destino.
Cuando se acercó el camarero a tomar su pedido, le bastó con señalar los platos que aparecían en la carta, no fue necesario decir nada más, le entendieron con ese gesto. No dejaba de pensar en esa pareja, estaban matando su amor, pero para el mundo no era nada importante, seguiría girando —menudo culebrón—. Esta idea quedaría bien en un texto —se dijo—, pero en cierto modo era robada, la estaba tomando de ese momento, de esa pareja que era demasiado efusiva en su forma de expresarse o podía ser lo contrario, esa era su manera de demostrarse afecto.
En ese momento pensó que la próxima vez se encargaría el mismo de buscar el destino.
Al terminar de comer y pagar la cuenta se fue a descansar, solo estaría un par de días, por lo tanto, los lugares a visitar serían limitados, por eso marcó tres: unas ruinas, un museo y un parque.
Su desengaño iba creciendo, además se sumaba el no entender nada.
Compró varias bebidas, las puso en la nevera, pero no bien se recostó en la cama se quedó dormido, su sueño fue interrumpido por el calor, se levantó y encendió el aire acondicionado.
Estaba llegando a la última parada.
Planificó levantarse temprano, pero se quedó dormido, iría un par de horas más tarde, esto implicaba salir en la hora más calurosa. Las ruinas estaban abarrotadas por turistas de todas partes del mundo, lo deducía por la cantidad de idiomas y acentos que escuchaba, algunos se detenían a hacerse fotos, eso interrumpía el recorrido, pero era parte de estar en un lugar tan antiguo, todos querían recuerdos, ya sea para colgarlos en sus redes sociales o para tener un documento gráfico que atestiguara su visita, esto le parecía estúpido, pero quién era él para hacerles ver que esos recuerdos no valían nada. Lo mejor se guardaba en la memoria y se podía volver a ellos en cualquier momento y lugar, no como una especie de trofeo del cual jactarse.
Pero no, faltaba tiempo, mucho tiempo para llegar.
En ese sentido se enorgullecía por no haber llevado cámaras ni más tonterías, esos trastos solo lo distraerían, quería estar centrado. Al salir de ahí, fue a una taberna en donde atendía una chica muy simpática, al recibirlo le dijo Χαίρετε, se sentó y no dejó de observarla.
En algún momento le preguntó de dónde era, al responderle comenzó a hablar en su idioma, eso lo ganó por completo, hablarle en su lengua indicaba respeto, no del tipo de consideración que se enfoca en valorar a alguien, sino, que sentía estima por la cultura de la que provenía, así mismo, en los demás sitios pasaba algo similar, incluso le preguntaban de que equipo de fútbol era. El soltaba su verborrea y explicaba que era del mejor club del mundo. Al ver eso comenzó a recordar las palabras que tenía memorizadas para decirlas si entraba en confianza, cuando la chica soltó la última frase él le dijo: Ευχαριστώ.
Mientras se retiraba de la zona comercial se cansó de decir: No, thank you. Todo el mundo quería venderle algo, algún recuerdo, algún trocito de aquella urbe, cuna de innumerables leyendas. A lo lejos sonaba la canción Desir secret, sin duda una melodía memorable que le gustó desde la primera vez que la escuchó, qué grande eres Theodorakis —se dijo—, la música se fue diluyendo en la distancia. Mientras volvía a su apartamento comenzó a escuchar a un chico tocando con su clarinete una versión de Bella chao, no estaba mal, cerca, a unos cuantos bloques, había una imitadora de Amy Whitehouse, entonando Rehab, —no, no, no —se repitió— esa canción lo perseguía a todo lugar al que iba, pero estaba cansado como para seguir haciendo apreciaciones, subió por las escaleras, entró al cuarto y se durmió.
Cuando fue al museo se levantó puntual, esperaba estar antes de que abriera, pero confundió la ruta, la hizo en el sentido contrario. Su error de cálculo le serviría para decir que había recorrido el centro histórico al completo, pocos se hubieran embarcado en esa aventura. Debería haberse dado cuenta desde el inicio, al ver que se cruzaba con más gente en dirección contraria.
Pasó por varios templos, los vio de soslayo, no se detuvo, su meta era el museo. Tenía agujetas, pero el trayecto lo valía.
Al día siguiente, en el parque, se le ocurrió que era un buen lugar para hacer deporte. Durante su paseo observó una tortuga, resultó ser la más rápida de su especie, en un santiamén se ocultó, no era posible, estuvo convencido toda su vida de que eran lentas, pero el sol logró ese milagro, nadie se quería achicharrar, la tortuga tampoco. Él se cobijó a la sombra de un olivo. Le pareció curioso que no hubiera nadie sentado ahí, con lo cómodo que se estaba, pronto se dio cuenta de la razón, había demasiadas hormigas y no de las pequeñitas, estas eran enormes, espantaba su tamaño, parecían cucarachas, esa era la respuesta a la pregunta. Aléjate de la comodidad —se recordó— esa tranquilidad que exhalaba era el canto de sirenas para que cayeran los incautos como él.
Llegó a la plaza y lo guiaron hasta su apartamento.
Faltaba poco tiempo para que terminaran sus vacaciones, se preguntaba cómo sería el volver a su tierra, por lo menos al sitio en el que vivía, ¿habría sufrido algún cambio?, ¿habría mutado en una mejor persona? —pronto cortó estas ideas de raíz, le parecían chorradas—, le bastaba con volver y que todo estuviera igual.
Durante el viaje de vuelta se puso a mirar por la ventanilla, poco a poco el avión se alejaba del suelo haciendo que la superficie cambiara de perspectiva. Conforme ganaba altura se podía observar que los lugares habitados por seres humanos dejaban marcas en la corteza terrestre que rompían la naturalidad del paisaje, parecían heridas que horadaban todo a su paso.
Durante la ascensión, la vista volvió a cambiar, ahora estaban a la altura de las nubes, sus formas eran diferentes, solo bastaba con tener un poco de imaginación, delinearlas, darles cualidades artísticas o lúdicas.
Por un instante se fijó en las turbinas, al ir en la fila 10 las tenía al lado, pensaba en las posibilidades de un accidente, pero pronto cambió de pensamientos, no eran agradables, aun así, tocó debajo de su asiento, efectivamente, había un chaleco salvavidas.
Llegó a la hora programada, mientras esperaba para recoger su equipaje, se fijó en la gente que venía detrás, igual que en los otros lugares del mundo, iban a lo suyo. Él no importaba.
Mitchel Ríos