Creatividad

Argucia

Aquella noche los hados no estuvieron de su lado, perdió, en otras circunstancias le daría igual, pero en algo en el que era, desde su punto de vista, el mejor, no.
Solo por medio de argucias su contrincante lo habría derrotado —elucubraba— encontró un modo de alterar el juego, si no, no se podía explicar su derrota.
Lo que más le enfadaba era imaginarse que del otro lado habría alguien burlándose, no era difícil de imaginar —él era expresivo cuando ganaba.
Si lo tuviera delante le diría un par de cosas, le espetaría que era un tramposo, lo tenía calado, sabía cuáles eran sus malas artes.
Sin ser consciente elevó el volumen de su voz, obcecado en la derrota profirió una serie de formulaciones cada cual más ininteligible, parecía simple ruido sin un mensaje claro, soltado más como una pataleta que como un discurso argumentado, pero gracias a que vivía solo nadie lo escuchó.
Por un momento, pensó en las causas de su fracaso, su juego era digno de ser llevado al altar de los mejores —se recalcaba—, tenía una racha única, podía contar más de una centena de lances sin conocer la derrota, por eso le jodía haberlo hecho de ese modo.
Si esto le hubiera sucedido en el pasado, al inicio, cuando le faltaba mucho por mejorar, se lo habría tomado tranquilamente (por llamarlo de algún modo). En aquella época aprendía de sus errores, tenía una libreta en la que anotaba sus puntos débiles y las estrategias que desplegaría. Con el tiempo notó que su sistema funcionaba, le había pillado el truco, de tal modo que sus victorias no se hicieron esperar, encadenó varios logros y se sintió en la obligación de alargar su buena racha, este compromiso lo tenía presente cada vez que se ponía a jugar.
Cualquier que lo viera podía decirle que aquello no era importante, nadie con dos dedos de frente se enfadaría por no ganar en algo virtual, con todos los problemas que hay en el mundo y el cabreándose por una tontería —podrían espetarle.
Nadie lo entendería, no sentirían lo que él, por eso podrían referirse a su afición como algo nimio. Pero por lo menos era bueno en eso, era alguien en ese espacio que, aunque imaginario, lo reconfortaba con cada triunfo. Podía mirar a los ojos a cualquiera y decirle yo soy bueno en algo, ¿tú en qué lo eres?
Esta derrota sería una espina difícil de extirpar y todo por no haber dejado el juego cuando debía, ya que antes de aquel hecho se estaba planteando ir a la cama, cuando, motivado por su triunfalismo, se le ocurrió jugar una partida más que, sin saberlo, no le traería satisfacciones.
Volvió a imaginarse la cara del tipejo que le había ganado. Seguramente sería alguien que estaría pegado al portátil todos los días. Si lo tuviera delante le diría expresamente: venga, gáname, ahora demuestra que eres mejor que yo, gáname, pero sin artimañas.
En esa situación no podría decir nada su contrincante, ahora no dependerían de la conexión, y él se alzaría con el triunfo. No le daría ninguna oportunidad, iría a por todas desde el primer momento y le demostraría su valía.
Siguió pensando en aquel hecho hasta que se preguntó la hora, notó que era tarde, todo estaba a oscuras, tal vez sería de madrugada −se respondió−, pero solo lo sabría al levantarse de aquella silla e ir a su habitación.

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