Creatividad
Apilando fantasías
Prefería vivir solo —en su espacio confortable— aunque poco a poco la comodidad no era la que había sido al inicio. Las cuestiones económicas lo hicieron comenzar a perder de vista su aspecto, su estilo de vida, todo por el cansancio de luchar y no cambiar en nada su realidad (era aún más pobre) el trabajo que tenía dejó de gustarle —fue menguando el sueldo; la motivación se fue perdiendo—. Cambiaron sus hábitos cuando decidió pasar de todo. Subsistir con el dinero justo en el bolsillo no le gustaba, se sentía capaz de hacer grandes cosas, pero, las circunstancias lo empujaron a ese estado; mientras tanto estaba lamiéndose las heridas y se enfrentaba hundido a sus reflexiones. Internet comenzó a convertirse en una válvula de escape, comenzó a enfocarse en un mundo que para él era desconocido.
En las redes sociales uno se puede hacer una personalidad a la medida del ingenio; la verdad se queda en la puerta, uno es lo que quiera ser, es poco probable cotejar si lo que se dice es verdad o mentira, son pocos los sinceros una vez que son parte del juego virtual, por eso se enfocó en crearse un personaje ficticio acorde a sus ambiciones; se hizo pasar por un hombre de mundo, las fotografías que subía a su muro de Facebook eran tomadas en edificios presuntuosos. Pocas veces mostraba su rostro, era un misterio dentro de esa realidad aparente. Se comenzó a aislar del mundo en su afán por vivir con un estilo propio.
Consideraba que ocultar no era mentir, entretanto nadie le preguntara no debería dar explicaciones, además, únicamente ingresaba a conversar; pasar la línea —conocer a alguien físicamente— no era su objetivo. Comenzó a escribir frases que él consideraba un aliciente en su espacio personal del medio virtual, frases sencillas que motivaban a las personas a ser mejores —clichés que hacen que la masa se sienta lista— porque al final vender algo que no es verdad, no tiene nada de malo, mientras no se le haga daño a nadie. Se centraba en frases del tipo: sonríe eres especial, el mundo es mejor porque tú estás en él, el pensamiento es variado y puede ser deductivo e inductivo; frases que, a su modo de ver, motivaban a la gente, los hacían llenarse de energías positivas, tal vez ese era su destino en el mundo, hacer feliz a la gente; leer comentarios como: estoy de acuerdo contigo, lo que dices es verdad; eran un aliciente para seguir llenando su muro de frases motivacionales: el destino te tiene algo bueno deparado, piensa que las cosas buenas son posibles, tú eres el hacedor de tu destino. Ese espíritu filantrópico le era retribuido con las solicitudes de amistad, se hizo de un círculo de amigos virtuales y con esos amigos se daba por satisfecho, podía pasar horas charlando y llenaba su mundo con las entelequias que imaginaba.
De vez en cuando salía de casa y realizaba paseos hasta la plaza, en el camino solía encontrar objetos que le gustaban: espejos, mesas, estanterías. Estas piezas podían ser útiles cuando tuviera la oportunidad de mejorar las condiciones en las que vivía, por eso le sorprendía la facilidad con la que la gente se desprendía de sus posesiones; se le hacía intrincado el imaginarse tirar algo que hubiera comprado, todo eso —desde su perspectiva— eran excentricidades. Los objetos que llevaba a su vivienda eran envueltos en plásticos, los almacenaba en una habitación y al llenarse comenzó a ubicarlos en la sala, imaginaba a esos trastos adornando su domicilio, su casa ideal era enorme, con tres habitaciones, una amplia cocina, una sala extensa y un baño debidamente decorado, a eso había que añadirle una biblioteca. Tenía libros guardados en cajas, los recogía en la calle; no leía ninguno, el espacio no lo motivaba a leer.
Al regresar a su morada encendía el ordenador, apartaba los objetos que estorbaban, se acomodaba y comenzaba a redactar.
—Sus lectores esperaban las frases que escribía —era su deber seguir motivándolos.
El sentido de su vida se encontraba en la cantidad de los caracteres que escribía, esos mensajes ilustres que colocaba entre comillas, con el nombre del autor debajo, como toda cita que se precie de serlo.
—Esa esperanza que daba a los desgraciados; no tenía precio.
Mientras pensaba en lo que iba a escribir, miraba todo lo que poseía —se sentía afortunado—, esa casa que construiría sería la mejor de todas; estaría más cómodo porque sería una residencia magníficamente decorada y distribuida. En ese futuro todo sería perfecto —el presente era una eventualidad pasajera; terminaría pronto—. Esas frases que escribía también las podía aplicar a su vida, él sería la muestra de que todo lo que publicaba era verdad, se podía ser positivo y eso nadie se lo podría refutar.
Mitchel Ríos