Creatividad

Alguien especial

Aquella vez habías llegado tarde, solías ubicarte delante, quizá porque se escuchaba mejor.
El profesor de italiano la invitó a sentarse en la parte de atrás, cerca de dónde estaba mi sitio. Me llamó la atención su pelo corto, poco común en la escuela. Pasaron varias semanas hasta que le hablé. Busqué la mejor forma de acercarme, sin que resultara forzada, se me daba fatal entablar relaciones, al final, después de pensar en muchas fórmulas, todo empezó con un hola.
Lamentablemente solo coincidía con ella en esa clase, estaba a punto de terminar la carrera y era una de las materias que le quedaban pendientes.
A pesar de ese inconveniente, comenzamos a intercambiar palabras y varias veces quedamos después de la catedra.
Nuestro sitio de encuentro era cerca del centro recreativo, junto a una de las tribunas laterales, luego, cuando terminábamos nos dirigíamos a tomar la misma línea de tren, no bajábamos en la misma estación, pero seguíamos conversando todo el trayecto hasta que nos despedíamos.
Sus charlas eran amenas, me gustaba el punto de vista que tenía sobre los temas que hablábamos, sus argumentos los impregnaba de un toque especial, su toque, me hacía dudar de mi posición y eso me parecía perfecto.
En una de tantas conversaciones comenzamos a hablar de cosas poco serias.
Conté algo que me había pasado en la ESO, una situación de colegas que no recordaba bien a causa del tiempo que había pasado, por eso la orlé con hechos que se acercaban a lo que realmente sucedió, traté de cerrarla con un: ya ves, tampoco fue tan grave, terminé aquí, hablando contigo.
−Ni que fuera tan malo −añadió.
−¿Quién sabe si será malo o bueno? −no quería ser pelota.
Tras aquello quedé en silencio, silencio que dio pie a que empezará a hablar.
—¿Sabes por qué llevo el nombre que llevo?
Había una historia, incluso se podía ficcionar, se la sabía de memoria, en casa siempre se lo recordaban. Si se lo proponía −afirmaba− un día escribiría un libro sobre ello.
−¿Es tan interesante?
—Cuando la escuches te darás cuenta —soltó una leve sonrisa y añadió— vas a flipar.
Sus palabras fueron contundentes.
Su estilo de narrar aquella historia era particular, estaba impregnado de figuras retóricas y, asimismo, de fórmulas detallas, descriptivas.
Empezaba con un: sabes, yo no debí llamarme Maira, fue por equivocación, mis padres pensaban llamarme María, pero no sé en qué momento el que registró mi nombre lo puso mal. Cuando se dieron cuenta mis padres, no les desagradó, más bien les pareció una señal —ya sabes, mi familia a todo le busca un sentido místico—, de ese modo tendría un nombre diferente.
Creían que fuerzas superiores habían influido en aquel que debía escribir mi nombre. Aquel ente me había elegido para llevar aquel apelativo, mi historia muy bien se podría titular: Maira es María escrito mal.
−Sé que puede causar gracia, porque una equivocación así no es normal y si a esto le sumas la forma en la que se lo tomaron mis padres, tienes varias ideas que podrían hilvanarse.
El relato resultaba interesante, por error tenía el nombre que tenía, no todos podían decir lo mismo o, por lo menos, tener una historia así, para contar.
Por un momento me puse en su posición y respondí
−Si a mí me hubiera pasado lo mismo, me llamaría…, suena muy raro, es cacofónico.
−Sería diferente, nadie suele llamarse…, serías único.
En eso tenía razón, sería único, pero el nombre sería horrible, propenso a ser el centro de atención y de chanzas.
Si algo así hubiera sucedido habría sido traumático, mi forma de ver el mundo no sería la misma, condicionada por una equivocación de alguien que solo debía escribir un nombre, es que era risible pensarlo.
−Sí, único, pero el ser único no hace que seas especial.

Un día quedamos en un sitio atractivo por su aire vetusto, tenía unas lámparas que colgaban de su techo y leyendas que, escritas en diferentes idiomas, explicaban las anécdotas de quienes solían ser asiduos, incluso su nombre, el del café, aparecía en sus obras, daban detalles pormenorizados, exquisitos.
Fue en un libro que leímos su nombre. Nos pareció una buena idea ir a conocer el lugar, sería nuestra primera no cita, así llamamos a aquella salida, para no entrar en formalidades que estropearan el momento.
Por aquel espacio habían pasado grandes luminarias.
—¿Te imaginas engrosar esa lista?
Sí me lo imaginaba, siempre creí que realizaría algo grande, pero le dije que no, que no me gustaría ser famoso, afirmé que no sabría cómo gestionar la fama, prefería tener una vida tranquila.
−A mí me gustaría disfrutar de ella, no tendría problemas…
−Pues yo no, prefiero que mi vida siga como hasta ahora.
−¿No te parece monótona?
−A veces sí, pero es la que es.
−Menuda respuesta, es la que es…, igual podías esforzarte un poco más.
−No sé, nunca me lo he planteado, creo que mi vida está bien −a esto me refería cuando hablaba de cómo me hacía dudar.
−Ya es tiempo de que te lo plantees, ¿piensas seguir así toda la vida?
−Cambiará, no te preocupes.
Más adelante hablamos de la manera en la que nos conocimos, como si tuviera algún sentido superior.
—¿No crees que nuestros caminos se cruzaron por alguna fuerza? −afirmó y continuó—, el llegar tarde, el que me hables, son hechos misteriosos.
Me pareció que en esas palabras se sentía un halo de la influencia de su familia, se notaba la confianza que había surgido, pero ese intento de buscar un sentido mágico a un hecho que pasaba más a menudo de lo que creemos era buscarle tres pies al gato.
−Piénsalo, ¿cuántas probabilidades había para que nos conociéramos?
Esa afirmación era similar a lo que criticaba, a no ser que también creyera en ello, se lo podía haber dicho, pero callé. Además −me dije− yo no creo en el determinismo, por eso le solté, −Claro, las mismas probabilidades de que alguien se equivocara con tu nombre.

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