Creatividad
Alea iacta est
Estaba llenando la quiniela, como de costumbre, era difícil que hiciera pleno, pero se divertía calculando el recuento, no era un especialista en fútbol, se centraba únicamente en ver los partidos del equipo que seguía, esa era su única motivación, si continuaba insistiendo terminaría poniéndose la suerte de su lado, acaso no decían en ese libro, que te desaconsejaban leer, que se debía ser constante, solo así se atraía lo que deseábamos, una idea inusual, positiva, eso le llenaba de confianza, no así leer libros que le hacían perder el tiempo, una vez leyó uno en el que aparecía una serpiente comiéndose a un elefante, ¿en qué cabeza se puede pensar que algo así es factible?, sería tonto, muy tonto hacerlo, por eso él no se dejaba engatusar por los farsantes, aquellos que lo prejuzgaban por sus gustos intelectuales, sin embargo, leía ideas que iban en contra de sus postulados, pero eso no le importaba, los equivocados eran los demás, él tenía la sabiduría de su lado, nunca lo entenderían.
Una vez se puso a leer un libro de poesía y pensó que no tenía ni pies ni cabeza, le pareció insustancial, lo leyó varias veces; se quedó con la idea inicial, no valía la pena, sería la primera y última vez en la que se dejaría llevar por una recomendación, esa forma complicada de escribir, sí, el mundo era más sencillo, qué manera de complicarse la vida, seguro que lo hacían para creerse más listos, para hacer ver a los demás como tontos, para considerar al resto como unos ilusos más, solo eran de su cofradía aquellos que seguían ese baile de necedades, él consideraba que listos eran aquellos que hacían grandes cosas a partir de sus ideas, de su conocimiento, no a esos que como loros repetían una y otra vez las mismas cosas, como letanías aprendidas a rajatabla, eso sí era ser tonto, no aportar nada nuevo, sino dedicarse a ser antropófagos, sacar pecho gracias a ideas que no eran suyas, además escribían manuales y editaban antologías, toda una industria de la poca creatividad, se decía.
Él no quería ser así, vivía un conflicto constante, ser más abierto o seguir siendo tan cerrado como hasta ahora, recapitulaba todo, pensaba, meditaba y hacía una lista de los pros y los contras. Recordaba esa vez cuando una psicóloga le recomendó que escribiera tablas, para tomar una decisión, llenándolas con lo bueno y malo, luego tenía que comparar los resultados. Ese debía ser el punto de partida, sin apurarse, ni tampoco esperar prontos resultados, sería paulatino, lento. Cuando estuviera en una situación así era sumamente importante sosegar sus ansias. Este método no lo usaba demasiado, no quería abusar de él, sin embargo, en contadas ocasiones le era útil. Cogió una hoja en blanco, comenzó a rellenarla, no pensó demasiado en las cosas que estaba colocando, al final llegó a la conclusión de que su posicionamiento con respecto a esos asuntos era el correcto, para qué cambiar, el mundo era el problema, no él, los listillos de turno eran el problema, no él. Para muestra varios puntos, nunca se entrometía en discusiones, nunca corregía a nadie, por más que descubriera errores, demostraba humildad, sabía que esa era una cualidad que valoraba en sí mismo, no se jactaba de más, solo observaba, simplemente deambulaba tratando de encontrar algo afín a su forma de ser, una empresa difícil, es cierto; no imposible, encontraría en algún momento gente que compartiera su forma de ser, un grupo de pensadores, uno que no se dejara engañar por palabras bonitas, ni por esa frase clásica: pensé que eras más inteligente, cuando escuchaba esto se enfadaba y se mostraba más tonto que de costumbre, su primera respuesta era decir: No, no soy inteligente. ¿Cómo era posible que le dijeran eso?, no era tan listo como los demás; no era su culpa, a veces le pasaban por no ser cuidadoso, si no trataba con gente que le subestimara no pasarían esas cosas, mejor era rodearse de personas que le tuvieran aprecio, no de esos que lo tomaban por un pelele, un simplón sin aspiraciones, no trataba de hacerles creer lo contrario, era mejor no mostrar habilidad en sociedad, ser el tonto del pueblo no estaba mal, sencillamente era un rol, cuando tuviera la oportunidad, demostraría toda su valía, en ese momento se imaginó siendo Claudio, el gran emperador romano, por la serie sabía que le aconsejaban hacerse el tonto, solo así lograría vivir muchos años, se aplicaba el cuento, le permitiría no ser alguien efímero, sino, alguien que perdurara y se burlaría de todos los listillos que conocía, por los menos de esos que iban de sabihondos, criticando y dejando mal al resto, arribistas que se movían en el mundo por interés, esa era su motivación, no la suya, su acicate era poder trascender, sabía lo difícil; todo era difícil.
La suerte le ayudaría, el paso de tentarla estaba dado, coger un boleto, era la primera intención, para eso caminaba hasta uno de los puestos de lotería, por suerte, cerca de su casa había bastantes, en cualquier dirección que fuera encontraría uno, ese día se decantó por uno que se encontraba al lado de un estanco de tabaco, para ello tendría que caminar cerca de diez minutos; era necesario hacer ejercicio, por eso eligió esa dirección, caminar hace bien para la salud, no podía ser un sedentario más, uno de esos que no salían de casa, un sociópata, él era un ser social, a su modo, pero social.
Llegó al local, cogió una de esas quinielas, llenó el resultado del equipo que le gustaba, el resto lo hizo al azar, tal vez ese sería el punto central, esa sería su suerte, atraería al universo entero para conseguir su meta, pondría a prueba eso de que cuando el universo se pone de nuestra parte todo es posible… soltó una carcajada, volvió a lo que estaba haciendo, se acercó a la encargada y entregó el papel, Alea iacta est…
Mitchel Ríos