Creatividad
Al otro lado del muro
Una tarde se percató de que en su piso pasaba algo raro, aunque su actitud era de indiferencia cuando estaba ocupado, aquel día, algo más libre, esa sensación, mientras estaba en su despacho, pasó a ser molesta.
—¿Qué podía ser? —se inquirió.
Se levantó del asiento y tras comprobar que no había nada fuera de lugar, volvió a su sitio.
Tenía muchas dudas, pues no era normal que tuviera esas tribulaciones, él era más bien del tipo de persona que no prestaba atención a esas minucias.
Para convencerse de que no pasaba nada extraño comenzó a hacer una breve recapitulación de todo lo que había hecho ese día.
Al salir del piso dejó todo en orden, en el trabajo no pasó nada fuera de lo cotidiano. Siguió repasando, todo debería haber sido al volver, pues al entrar en casa notó que el ambiente estaba cargado aun después de dejar las ventanas abiertas, pero, en ese instante lo descartó, solo deseaba descansar.
Siguió dándole vueltas al tema y recordó que hacía un tiempo había tenido inconvenientes con la mascota de una de sus vecinas.
Al gustarle que el piso estuviera aireado, solía dejar las ventanas abiertas, sin imaginar que un bicho entraría a hacer estropicios con sus plantas y, no satisfecho con eso, depositara recuerdos olorosos por doquier.
Enfadado, identificó al culpable, era el gato de su vecina —la única que tenía mascota—. En lugar de hablar con ella, decidió tomar medidas unilaterales.
Un día de tantos, antes de ir a trabajar, dejó trampas para ratones en las macetas. Eso le serviría de lección —expresó convencido mientras terminaba de colocar la última trampilla y añadió para sus adentros— así aprenderás a no meterte a pisos ajenos, mascota del demonio.
—¿Quién ha dejado cojo a mi animalito? —se escuchaba en el bloque—, pobre, no puede ni andar —se lamentaba.
Con el dolor de ver a su mascota en esa situación preguntó a los vecinos, pero nadie le supo dar razón.
Después de aquel escarmiento el bicho no volvió a asomarse por su piso, por lo tanto, descartó esa posibilidad.
En ese contexto no cayó en que años atrás le había sucedido algo similar a lo que tenía delante, pero que, al dejar de repetirse fue olvidando, hasta que definitivamente llegó a tomarlo como si nunca hubiera sucedido.
Todo ocurría al otro lado del muro, desde donde se escuchaban ruidos, a veces parecía el sonido de un teléfono, otras, gritos, pero esto no era lo peor, algo que rizaba el rizo, era un olor raro que se sentía, no sabía con seguridad de qué, pero no era agradable de percibir, era nauseabundo.
Aquella fue una mala época, debido a que no le encontraba una explicación (o por lo menos una que lo satisficiera).
En tal sentido, quiso ver lo que había al otro lado del muro, pero al no ser una zona común no le fue permitido, incluso informó al presidente de la comunidad arguyendo que tenía una pequeña mancha en la pared y quería saber si era por la humedad, pero la negativa continuó.
Desconcertado por la respuesta no dejó de devanarse los sesos, su departamento era antiguo, probablemente, por él habrían pasado cientos de personas y, no solo eso, la zona, en la que vivía, era castiza, de las centenarias de la ciudad.
Al no encontrarle sentido a lo que acontecía, decidió mantenerse ocupado y, así, no darse opción a caer en manos de absurdos disparates.
Como todo volvió a la normalidad, no volvió a darle vueltas a ese evento, enterrándolo en el fondo de su memoria.
De este modo sintió un gran malestar, al sentir aquella misma sensación, pero intensificada, pues en sus circunstancias actuales no tenía la disposición suficiente para plantarse como la vez anterior, el mundo se le venía encima.
Un día tranquilo se había convertido en estresante, ¿qué podía hacer?, lo peliagudo era no poder explicárselo.
Rápidamente se dijo que lo mejor era ir a hospedarse a un hotel cercano hasta que desapareciera todo rastro de ese hecho, confiaba en que no sería como la vez anterior, esperaba que durara menos.
Con todo preparado, intentó salir, pero le fue imposible, al girar el manillar de la puerta no se abrió, algo extraño, pues la cerradura no era de esas que se trababan, más bien estaba fabricada para que fuera fácil abrirla desde dentro, como nada es infalible, se dirigió a su escritorio, se sentó y llamó a un cerrajero, pero no se acercaría inmediatamente, se aproximaría en un par de horas.
Solo un par de horas y podría salir de ahí —pensó—, quiso entretenerse buscando algún pasatiempo, pero no se pudo levantar, lo intentó varias veces sin lograr salir airoso. Se imaginó estar ahí retenido por un ente incorpóreo, mediante unos hilos invisibles, molesto porque no le prestaba atención, por eso mismo tomó la determinación de mantenerlo ahí hasta que su presencia se hiciera patente, para entregarle algún mensaje.
Estaba convencido de que al otro lado del muro estaba la explicación, aunque dejó de darle vueltas ante la negativa del presidente, comenzó a asociar ideas, probablemente ocultaba algo más o, aunque improbable, alguien estaría haciéndole una jugarreta, pero descartó esto último, era una buena persona y no tenía enemigos.
Tendría que haber insistido en ver aquel lado del muro, pero su dejadez pudo más —lamentó.
¿Estaría soñando?, miraba a todas partes, si pudiera palpar el medio sabría si era así. No sentía que estuviera durmiendo, en sus sueños las imágenes no eran tan vivas, estas, más bien, eran simples representaciones descafeinadas de la realidad.
¿Habrían pasado las dos horas? —se preguntó—, era una eternidad estar ahí retenido (pensaba lo peor), ¿estaría sufriendo un síncope?, no, eso era imposible, sus chequeos periódicos no denotaban que tuviera algún mal en ciernes, no tendría ningún motivo para sufrir un cuadro de ese tipo.
Siguió cavilando en cientos de posibilidades, pero no sentía que el tiempo pasara, quizás se había detenido, a lo mejor en esa situación, sin sentido, nada tenía razón de ser.
A pesar de querer salir, los hilos invisibles se lo imposibilitaban, tendría que acostumbrarse a su nueva situación o a esperar a que esa puerta se abriera, lo que sucediera primero.