Creatividad
Abstracciones
Leía como un poseso y, en el camino, comenzó a buscar el modo más pertinente para expresarse.
Recordó la anécdota de aquel escritor que se pasó varios meses declamando cada palabra nueva de su obra, dando vueltas en su rellano, y solo se quedaba tranquilo cuando sentía que el sonido era agradable y encajaba con lo que ya tenía escrito.
Él, evidentemente, no podía permitirse emular una actividad así, pero no lamentaba su suerte, ya que estaba en dónde quería, aunque en una discusión alguien le dijo que el libre albedrió era aparente, pues nuestras decisiones estaban encausadas por el medio, lo que implicaba que, indirectamente, nos condicionaba.
Cuando oía esto, afirmaba que no estaba de acuerdo y preguntaba si cualquier encuentro casual, también estaba condicionado.
A pesar de su pregunta su colega se mantenía en su línea, no porque creyera que tenía libre albedrío era así, para ello intervenían distintos procesos e incluso podía citarle a una serie de pensadores, pero no venía a cuento, por lo menos no era el lugar, y extendía su argumentación, por eso mismo, algunos pseudo guías se basaban en el pesar que tenía el hombre al tomar sus decisiones, esa libertad era un castigo de Dios, para darse cuenta del coste de equivocarse.
Aunque no lo denotara, para él era un quebradero de cabeza el pensar que había fuerzas invisibles que hacían que todo siguiera un curso y en dónde la mano del hombre no podía intervenir, como si fuéramos los personajes de un escritor que, delineados a su antojo, seguíamos a rajatabla sus disposiciones.
Podía ser una tontería pensar en algo así, pero tenía claro que en un mundo de fantasía había la posibilidad de que fuese factible, ese era el problema que tenía con su imaginación, una vez que comenzaba a volar era difícil que volviera a la realidad, no obstante, se sentía a gusto, sentía una libertad única, pero solo aparente, pues había muros infranqueables y eso era fáctico.
Obviando esos momentos filosóficos fictivos (una buena categoría para definirse así mismo), dejaba de lado la perorata del condicionamiento para seguir con sus motivaciones, satisfacer la curiosidad y embarcarse en una empresa más elevada: mejorar su modo de vocalizar, hacer que en sus labios cada palabra sonara interesante, ya que les otorgaría un valor añadido, el sello de su personalidad.
Para esto tendría que dejar de lado esos muros que lo hacían despertar y no lo dejaban seguir en su andadura, tendría que definir sus fronteras, pensar en lo que realmente quería y no distraerse tan fácilmente.
Esta era su tara, perder el hilo de las ideas, debido a que tenía problemas de concentración, aunque no quería exteriorizarlo, más bien quería dar la impresión de que controlaba el medio, aunque en la práctica no fuera así, no quería demostrar debilidad ante quienes no debía.
Tal vez, si tuviera esa posibilidad de gritar cada palabra y quedar conforme con los sonidos, sus imágenes acústicas le darían como resultado las palabras más pertinentes para expresarse.
De este modo siguió leyendo, le daba igual el tema, lograría prepararse, a pesar de todas las distracciones y de su poca concentración.
Así pues, un día se obcecaba con la filosofía, otro, con la literatura, más adelante, con la historia, en resumen, temas que le resultaban interesantes.
Tras darle vueltas, emularía a los gigantes, como decía aquel sabio italiano, se subiría en sus hombros y dejaría volar su creatividad.