Creatividad

¿Qué será de Miguel?

Hoy, durante la comida con los colegas de todos los años estuvimos charlando de diversos temas, hasta que surgió el nombre de un amigo en común al que le habíamos perdido la pista desde hacía muchos años atrás. Lo último que supimos fue que se había graduado como ingeniero aeronáutico, siempre había sido un cerebrito y no sorprendió a nadie que se decantara por esa carrera.
Miguel era un tipo que no pasaba desapercibido, en cualquier reunión era el centro de atención, sus modos eran tales que muchas veces parecían demasiado formales, sin embargo, eso solo sucedía cuando no tenía confianza, una vez que se soltaba, era el tío más agradable con el que te podías encontrar.
Era un seguidor acérrimo de Santana, por eso, durante una temporada, se hizo con una guitarra, no se le daba mal, incluso participó en alguna verbena, hizo su mejor esfuerzo y eso se notó en su performance, siendo Moonflower la mejor melodía que interpretó, quedando alguna jovencita prendada de él. Pero con el tiempo comprendió que se le daban mejor los estudios, por eso mismo eligió seguir en el mundo académico, su época de guitarrista concluyó tan pronto como surgió, pero le serviría para tener gratos recuerdos de esa época.
Se le daba muy bien escribir cartas, es más, durante buen tiempo tuvo una relación epistolar. Lo podías ver ilusionado esperando semanas enteras la respuesta a la misiva que depositaba religiosamente, a primeros de cada mes, en correos.
Alguna vez lo acompañé, le explicaba que se podía llamar por teléfono, era más rápido y personal el contacto, cuando escuchaba esto refutaba expresando que nada se podía comparar a escribir una buena carta, pues en el momento en el que la realizaba, dejaba patente su vena literaria y, asimismo, al ser un acto solitario podía dar rienda suelta a todas las ideas que le surgían.
Además —explicaba— le servía de catarsis, pues contaba hechos personales que solo salían en momentos de soledad, en los que no guardaba secreto alguno. No pasaría lo mismo hablando por teléfono, pues no tendría la misma disposición para abrirse, como si le sucedía cuando escribía, ya que, antes de mandar la carta definitiva, escribía cientos, de tal modo que esto le servía como un buen ejercicio, pues al releerlas descubría aspectos de sí mismo que desconocía.
Al oír esto se notaba que las cartas eran algo más que simples misivas, era una especie de tratamiento que se aplicaba, una purga de sus fantasmas.
En ocasiones, cuando no recibía la respuesta esperada o, en su defecto, leía algo que no le sentaba bien, pasaba deprimido días enteros, en ese momento había que consolarlo, explicarle que igual era mejor quedar en persona y expresar lo que sentía cara a cara, pero no hacía caso, prefería seguir en esa relación tan difícil de entender para los profanos.
Tampoco se preocupaba porque lo entendieran, lo demás le daba igual, no por resultar pedante, simplemente porque no lo condicionaba, eso sí, seguía a pie juntillas sus convicciones, si algo se le metía en la cabeza nadie podía hacer que cambiara de idea, hacerlo era perder el tiempo, por esta misma razón todos sabíamos que era mejor no meterse, dejarlo a su aire, solo con sus problemas.
De este modo dejamos de saber sus dudas sentimentales, conforme se fue acabando la temporada escolar, nos comenzamos a distanciar, estaba claro que su futuro estaba en otro lugar, no con nosotros.
Así pues, dejamos de verlo por el barrio, se encerraba en su casa, según él, estudiando. A veces nos acordábamos y lo íbamos a buscar, pero siempre ponía excusas para no salir.
Con el tiempo cambió de ciudad, iba tras su sueño de labrarse un futuro mejor, dejando atrás a su gente, su tierra y a, nosotros, sus colegas.
El último fin de semana que pasó en la ciudad entre todos le organizamos una despedida, le dijimos que siempre lo tendríamos presente y que estuviera en dónde estuviera confiara en que su lugar, entre nosotros, siempre lo estaría esperando. Esa noche disfrutamos, fuimos de bares, charlamos, hablamos del futuro, todos expresamos nuestras expectativas, aunque siendo sinceros, el único que lo tenía claro era Miguel, quizás por eso se iba y nos dejaba atrás.
Con el paso de los años la promesa de estar siempre presente se fue difuminando, el grupo se separó, solo quedamos unos cuantos, los más resistentes, por llamarlo de algún modo, los que confiábamos en mantener viva nuestra tierra. Ninguno siguió una carrera, nos decantamos por mantener las actividades características de nuestra ciudad, para que no se perdieran, para que nuestra identidad se mantuviera.
De vez en cuando, solían llegarnos noticias, nos enterábamos de cómo le iba, gracias a algunos familiares con los que solíamos coincidir. Que le fuera bien era algo que nos reconfortaba, por lo menos uno lo logró —nos decíamos.
El resto de la pandilla, para no distanciarnos, nos juntábamos en fechas especiales para charlar, comentar nuestros proyectos y hablar de nuestras familias; esto, claramente, era una forma de mantener la camaradería entre el grupo de amigos de toda la vida, en la que percibíamos ciertos cambios físicos, cada vez nos parecíamos más a nuestros padres, pero no podíamos hacer nada, era ley de vida, los años se nos vendrían encima, envejeceríamos y otras generaciones tomarían nuestro lugar, no tenía más intríngulis este asunto.
Al terminar de tomar los postres, la charla concluyó, pagamos la cuenta, nos ofrecieron unos chupitos, agradecimos el detalle. Al salir nos despedimos, confiando en encontrarnos nuevamente, departir un momento juntos y acordarnos de épocas pasadas.

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