Creatividad
Nuestro mejor aliado
Nuestros encuentros dependían de que aparecieras por la ventana de la clase y buscara cualquier pretexto para salir.
Muchas veces me pregunté si tú harías lo mismo en una situación parecida, supongo que a ti te causaría la misma ilusión mirar en dirección a la calle, sin prestar atención al dictado de clases, hasta que apareciera.
Aunque decías que pasabas por casualidad y que te dirigías a buscar información, nunca expresaste claramente que estabas buscándome (te lo guardabas para ti), quizás por quitarle seriedad a lo nuestro, sin embargo, daba igual cuales fueran los motivos que te acercaban a mí, lo importante era poder estar a tu lado.
Creo que solo iba a clases por verte y encontrarnos de esa forma, me daba igual si luego tenía problemas con los profesores, en ese momento tenía otra prioridad y estar ahí no tenía sentido.
Las calles eran más que simples calles, el aire era distinto, las fachadas del centro histórico eran testigos de nuestro deambular, de nuestro hacer el tonto, como si nada más importara. La magia que le otorgabas a ese sencillo acto era algo único, algo que solo podías hacer tú, por eso alguna vez te lo expliqué leyéndote algún verso al oído.
Usualmente solíamos dirigirnos a la plaza central, esa en la que una vez, entre bromas, dijimos que sería un buen sitio para pasar la vida entera.
Incluso una vez nos besamos en la iglesia, te pregunté si era pecado y tú respondiste, no, no es pecado, el pecado sería no darnos muestras de amor sinceras.
Las horas parecían minutos, nuestro sentido temporal se alteraba, lo que aparentaba ser un instante era, a mi pesar, el tiempo que podíamos compartir, no podíamos estar juntos lo que hubiéramos querido.
Al inicio me daba vergüenza demostrar ese tipo de afecto en público, no era lo mío, no estaba acostumbrado a hacerlo, lo prefería en privado, pero conforme se fueron dando las cosas, comprendí que era lo más normal del mundo expresarse de ese modo, solo bastaba con centrarnos en nosotros.
Mientras tanto pasaba las noches pensando en cómo verbalizar todo lo que sentía por ti, aunque no lograba plasmarlo por completo, sentía que me acercaba a ser fiel con lo que pensaba y lograba idear, aunque era consciente de mis limitaciones.
Conforme descubríamos nuestros secretos, conocimos un lugar que se convirtió en nuestro mejor aliado para ocultarnos, con esas escaleras interminables que debíamos subir, a veces, incluso parecía que no podríamos llevar a cabo lo que deseábamos, pero nos servía como un acto preliminar que incrementaba las ansias de compartir nuestros instantes.
Reflejarme en tus ojos les daba significación a mis jornadas, sentir tus manos en mi piel acrecentaba el deseo, como si alrededor de la tuya la ataras e hicieras que cogiera formas que desconocía. Esta experiencia la repetíamos varias veces, hasta incrementar nuestras sensaciones, delimitadas únicamente por nuestra imaginación, en dónde se alteraban la naturaleza de las cosas y salía a relucir el placer que nos llenaba.
Mi piel y tu piel se entrelazaban, encontraban significaciones ocultas e ilegibles al ojo profano, me cobijaba en ti, para recuperar las fuerzas que invertía en las labores mundanas, eras un aliciente del que bebía hasta saciarme.
De este modo tu piel era mi todo, me daba paz, haciendo que dejara mis pesares, pues ante ti todo aquello no tenía sentido.
Y así se pasaba la tarde, intentando acariciarnos lo suficiente como para dejarnos marcas imborrables.































































































































































































































































































































































































































































































































