Creatividad
Mesa Diez
I
—
—Buenas tardes, ¿en qué le puedo ayudar?
—Buenas tardes, tengo una reserva a nombre de…
El encargado metió sus datos en el ordenador y encontró la información proporcionada.
—Sí, aquí está, acompáñeme.
Cogió una carta del menú y se dirigió a la primera planta.
El lugar no había cambiado en todo ese tiempo —pensaba mientras subía las escaleras—, las mesas estaban en el mismo lugar, los cuadros en las paredes eran los de aquella vez, el sitio había sido premiado por hacer el mejor cachopo, con todo esto trajo a su presente la situación tal cual la recordaba.
El viaje para llegar ahí era de aproximadamente cuatro horas, pero aquella vez demoraron cinco, ya que fueron deteniéndose en distintos lugares para sacar fotos para el recuerdo —se dijeron—, pero no solo fue ese hecho, también estaban haciendo obras en la carretera y por momentos la vía que, usualmente, tenía tres carriles para circular solo tenía uno disponible, esto implicaba maniobrar y estar atento a las diferentes señalizaciones.
Al llegar a la ciudad comenzaron a pasear, se les daba bien hacerlo, tenían en mente conocer los principales monumentos y respirar el aire que otrora respiraron reconocidos personajes.
—¿Estás seguro de que el camino es por aquí?
—Claro, segurísimo, mira —le mostró el móvil con el mapa por el que se guiaba—, tenemos que hacía ahí, aproximadamente estamos a quince minutos.
—Vale, te sigo.
Continuaron caminando hasta que volvió a preguntar cuanto tiempo faltaba, en esta ocasión le respondió que faltaban veintitrés minutos, ¿cómo era posible que el tiempo aumentara en vez de disminuir?, inmediatamente le respondió que se había equivocado.
—No, no estamos equivocados, te traía a esta pastelería —no tenía ni puñetera idea de lo que estaba diciendo—, me dijeron que era famosa, mira, te invito a un dulce, los típicos de aquí, se ven como una bomba, pero venga, a veces es bueno romper el régimen.
Intentó seguirle el juego e incluso agradeció la deferencia.
—No te hubieras molestado.
Tras ese pequeño imprevisto pudieron visitar los lugares que tenían planificado conocer. Para finalizar aquel primer día del fin de semana irían al sitio más renombrado en cuestiones culinarias de la zona, al que tenía fama de haber ganado muchos premios por su cachopo, un nombre que sonaba gracioso, pero que una vez degustado dejaba claro a que se debía su fama.
Como sabían que solo se podía ir con reserva la hicieron varios días antes de su viaje, de ese modo se aseguraron el no tener inconvenientes y quedarse con las ganas de degustar aquel plato. Por eso mismo cuando el camarero les trajo la carta sabían lo que iban a pedir, inicialmente iban a tomar uno cada uno, pero al enterarse que su elaboración incluía un kilo de carne, espárragos, queso y más, notó que para uno solo sería excesivo, por eso lo pidieron para compartir y para beber unas claras con limón.
—No te das cuenta de que el cachopo es una milanesa a lo bruto o simplemente un sanjacobo XXL.
—Calla, no lo digas muy alto, aquí la gente es muy sensible.
—Sí, ya lo sé, son localistas, defienden a morir sus platos, algo estúpido, déjame que te lo diga.
—Di lo que quieras, pero solo para nosotros, nadie más tiene que saberlo.
—Vale, te hablaré mediante lenguaje de señas, ¿manejas alguno en especial?
—Me da igual, mientras no se entere el resto, por mí como si hablas en lenguaje orangután.
Lo más gracioso de todo es que se puso a hacerle señas, como no sabía nada de esos convencionalismos, le expresó que dejara de hacer el tonto, no le entendía nada, de nada.
La cena fue mejor de lo que pensaban, salieron satisfechos, efectivamente la fama que tenía su plato estrella, sin ser unos especialistas, era merecida, no obstante, sentían que habían comido de más, tendrían que tomarse un antiácido no bien llegaran a su alojamiento.
El viaje los había dejado encantados, todo lo que vieron les gustó, por eso decidieron mudarse a la ciudad, lo que era una simple visita de un par de días, se convirtió en su lugar de residencia y el restaurante en su lugar de cabecera.
Pensaba que no podía aspirar a más, estaba en dónde quería estar, al lado de la persona que era su vida.
II
–
Al llegar a dos mesas desocupadas el camarero le dio a elegir. Como cada vez que iba a ese lugar solía sentarse al lado de la ventana, eligió la que estaba cerca de una.
Le gustaba enterarse de lo que pasaba a las afueras, de repente en la multitud lo vería aparecer, se sentaría a su lado y empezaría con sus ocurrencias.
—Aquí tiene el menú, cuando tenga claro lo que vaya a pedir dígamelo.
Aunque no tenía demasiada hambre, pidió un entrecot de segundo y de entrada una ensalada simple, queso feta con tomate, nada más.
—¿Al punto?
—Poco hecho.
En ese lugar servían buena carne, sus cortes eran deliciosos, podía comérselos todos, a estas alturas había probado cada uno, por eso sabía que pedir.
—¿Para beber?
Para no romperse la cabeza aquel día fue por el camino más simple, no deseaba estar dándole vueltas a la carta de vinos, mejor era ir por lo seguro, por lo que recomendaban.
—Sírveme una copa de vino de la tierra.
La ensalada y la carne estuvieron bien, como siempre, sin embargo, no resultaba un buen acompañante la bebida, quizás se confundieron y en lugar de darle una en condiciones, cogieron una botella que se había estropeado.
—El vino no está muy bueno —se dijo— parece peleón y rememoró una frase que solía decir su… en aquellas circunstancias, por eso no pidió que se lo cambiaran.
—«La vida es como un mal vino —pronunciaba efusivamente—, comienza a ponerse bueno cuando está por acabarse».
—Esa frase, ¿en dónde la leíste?
—Es mía, se me ocurrió a mí un día que Dios estuvo enfermo.
—No te tenía por alguien con tal ingenio.
—Hay muchas cosas que no conoces de mí, si te las contara todas —hizo una pausa y sonriendo concluyó— tendría que matarte.
—Entonces tendrás que matarme, quiero saber todo de ti, quiero quemarme en tu fuego.
—Se me ocurren miles de formas.
—¿Solo miles? —lo miró de forma sugerente.
—Por ahora solo miles, más adelante improvisaría.
Cuando escuchaba esas imágenes acústicas en su mente, le daba vueltas a eso de que la vida mejoraba conforme estuviera llegando a su final. Por ahora la suya había avanzado, pero no sentía que estuviera mejor, era simplemente una actriz en una gran escena que se repetía miles de veces y casi siempre con el mismo final. En definitiva, era una realidad llena de espejismos que la hacían confiar en los momentos efímeros que se sucedían uno tras otro y solo servían para angustiarla con sus apariciones.
—Tráeme otra copa de vino, por favor.
Esperaba que se pusiera bueno en las subsiguientes copas, en ese momento trató de ocultar una sonrisa que le surgió espontáneamente al pensar en aquella situación, se lo pasaban bien juntos, por eso lo quería.
III
–
Probablemente quienes la miraban desde las otras mesas se preguntaban el motivo por el cual alguien iba sin compañía a un lugar así.
—Por eso me gusta este sitio, hay lugares que no permiten sentarse solo a una mesa.
—Quizás es alguien a la que no la aguanta ni su sombra.
—Yo lo miraría desde otra perspectiva, quizás no tiene ganas de aguantar a ningún tonto.
—¿Me estás llamando tonto?
—No, no te calificaría de ese modo.
—No deja de ser llamativo verla sola.
—No debería llamarte la atención, la soledad es algo inherente a la existencia.
La vida está compuesta de momentos, hoy estamos, mañana no sabemos. Déjame decirte que lo mejor es disfrutar de las pequeñas circunstancias que vivimos.
La vida es una, no podemos perderla metiéndonos en los asuntos de los demás o juzgándolos —hizo una pausa y sentenció— Con nosotros tenemos suficiente, lo demás es gastar energías innecesariamente.
El tiempo es corto como para dedicarlo a esas acciones inútiles e improductivas.
—A ver, no te pongas melancólica, tampoco me des la chapa, hoy estamos y mañana no, suena a un mal libro, ¿estás escribiendo algo?
—No, no escribo, solo te expreso lo que me dice la escena que estamos observando.
—Pues yo me mantengo, está ahí porque nadie la aguanta, nadie quiere perder su tiempo con alguien así.
—No juzgues.
—No lo hago, pero mírala, parece una Penélope moderna, me refiero a la de la canción, quizás espera a alguien que nunca vendrá y trata de olvidar, bebiendo. Es una Sísifo moderna cuya piedra es la bebida que cuando cree que está cumpliendo su cometido vuelve al punto de salida, no puede hacer nada, a pesar de la resaca debe empezar de nuevo, a pesar de lo que planifique está a expensas de los designios de los dioses, es un ser con una existencia absurda.
—Lo que tu digas, cariño.
IV
–
La relación se resquebrajó, como suelen decir, toda historia empieza para terminar, probablemente era cierto, pero se quería convencer de que lo suyo era diferente. Por eso hablaron seriamente, se darían un tiempo.
Ambos acordaron que era lo mejor, si sentían algo de aprecio el uno hacía el otro era lo correcto, eso sí, se dijeron que se encontrarían cada fin de semana como siempre, de ese modo se verían las caras y hablarían.
Por un tiempo se dio, hablaban y tras sus charlas se preguntaba el motivo por el que estaban separados, no obstante, se repetía que lo hacían para no dañarse, para no romper definitivamente los lazos que los unían, por eso en lugar de mostrar que de su parte todo estaba olvidado y estaba dispuesta a empezar de nuevo, decidió callar, decidió, simplemente, disfrutar.
Pero llegó un día en el que se despidieron, quedaron en que se volverían a encontrar en aquel restaurante, pero nunca sucedió, podía llamar a su teléfono, pero sí no quería hablar con ella sus razones tendría, no tendría que forzar las cosas, era mejor respetar los tiempos del otro, los suyos eran diferentes, estaba claro, no todos eran así.
Hay gente que pasa página y le dan igual las heridas que deja, simplemente piensa en sí mismo, su egoísmo no le permite ver más allá, solo piensa en su bienestar, mientras sus decisiones solo afecten al resto, no importa, el cargo de conciencia no es lo suyo.
La última vez que quedaron —recordaba—, no sentía que tuviera nada distinto en su aspecto, quizás ese fue el problema —se decía—, su olfato se había desmejorado con el tiempo y dejó de percibir las señales que indicaban que las cosas no iban bien.
Pensar que todo estaba perfecto era el problema, nos hacía bajar la guardia. Por experiencia sabía que nunca había que confiarse, pero en aquella oportunidad quiso ser diferente, dejar de lado el pragmatismo y disfrutar de las circunstancias, quería ser esa hoja que se dejaba llevar… por mucho tiempo intentó completar lo de la hoja, pero llegó a la conclusión de que no la conducía a ningún lado, por eso mismo se repetía: «Soy la hoja que lleva el viento a ningún lado».
V
–
El día amaneció nublado, parecía que iba a llover a cántaros, como era habitual en esos días, por eso dudó en hacer su salida acostumbrada, le causaba gracia que algo así tuviera lugar en un día de celebración, pues echaría a perder los planes de quienes esperaban esas fechas con impaciencia. En su caso con llevar un paraguas bastaba, así podía deambular tranquilamente. Los que lo tendrían complicado serían aquellos que estaban de celebración, ya que se ubicaban en graderías levantadas para la ocasión, las cuales no contaban con techos que los protegieran.
—Se lo tienen merecido —expresaba—, solo a ellos se les ocurre considerarse por encima de la naturaleza y confiar en sus tontas creencias y costumbres.
No había visto las señales, se había dormido en los laureles de su felicidad, por eso estaba ahí, con aquel mal vino que se pondría bueno según la afirmación que se repetía.
Tras esperar lo que consideró un tiempo prudente, pidió la cuenta, pagó, dejó propina y se levantó. Al salir a la calle miró a todas partes, se convenció de que aquel día tampoco tendría suerte.
Mientras se disipaba su rastro en el camino hacía su casa, no perdía las esperanzas de volver a encontrarse con quién, en algún momento, llenaba sus días de colores.