Creatividad

Aparentemente

—No hagas eso —dijiste escuetamente—, no me gusta, no me mires fijamente —se dio cuenta de que no perdía de vista sus ojos y continuó— si te pierdes en estos ojos —lo dijo señalándoselos— no te va a gustar, no hay vuelta atrás —sonreíste como si te estuvieses quedando conmigo.
Eras consciente del atractivo de tu mirada. Aun no te conocía lo suficiente, por eso al escucharte callé, aunque de soslayo seguí admirándote, me daban curiosidad tus gestos, esperaba que no te percataras de que estaba prendado de ti.
Mi imaginación volaba por senderos que no sospechabas, las fantasías no se hacían esperar, quién me lo iba a decir, que estaríamos en ese lugar, aparentemente por casualidad.
Durante aquella temporada coincidimos. Estaba ahí porque no tenía nada mejor que hacer (o tal vez tenía mucho que hacer), no sé en que momento apareciste, solo sé que de repente surgiste como una brisa estival.
Comencé a jugar a ser otro (en algún mundo posible sería un buen actor), intentaba no tomar en serio lo que sucedía.
Al charlar, en cierto modo, nos conocimos mejor, íbamos tomándole el pelo al destino, nunca lo comentamos con nadie, éramos unos completos desconocidos ante los demás.
Mi fingimiento era una forma de hacerle frente a las jornadas, a esas dudas que surgían conforme me iba haciendo grande, lo que elucubraba no tenía recorrido.
Habíamos coincidido en esta vida por casualidad, estábamos ahí, sentados, hablando de cualquier cosa, con tal de pasar el tiempo, dábamos largos paseos, simplemente por darlos, para perdernos, para seguir el trayecto de tantos, como compañeros ocasionales.
Quería sorprenderte con la puesta en escena —me leí varios libros—, pero el sorprendido fui yo, resultaste ingeniosa, directa. Me inhibiste, solo atiné a quedarme en silencio, me centré en seguir el rastro de tus afirmaciones, me sentí en un momento mágico. En la noche fría tu compañía hacía que fuera menos fría, esparcías tu calor en mí, compartías conmigo muchas cosas. Tu sonrisa me hacía olvidar los momentos malos, me ayudabas a respirar con tu aliento, eras mi soplo de vida.
Dejar volar mis ideas era un problema, adecuaba mi realidad a lo que me convenía, me tomaba la licencia de encajar todo como si fuera un puzle perfecto.
Hasta que dejé de imaginarme imposibles, no valía la pena confiar en la buena voluntad de lo que sentía, no valía la pena creer en mis fantasmas, lo mejor era asirme a las certidumbres y dejar de lado todo aquello que no daba frutos, por eso, en la decepción de mis expresiones que no atinaban a ser sutiles, sino, más bien, se plasmaban en construcciones oscuras, me dije que no valía la pena hacerme caso.
Te observaba, te analizaba, no quería perderme nada, quería recordarlo todo, sin embargo, todo era una quimera, ese todo era parte de algo que se salía de mis manos.
Volví a ver tus ojos, quería comprender eso de que podía salir perjudicado, no había motivo para temer, cualquier cosa que me pasara tenía sentido si era a tu lado, pero todo era parte de mis ideas, sentía que todo aquello estaba bien, que todo estaba sucediendo por un motivo, por una razón más grande, éramos el infinito.
Mi imaginación siguió volando —escapaba de la realidad—, te tenía delante y aunque era consciente de que en algún momento nos despediríamos, esperaba que nuestras palabras se alargaran lo suficiente hasta perderme, aparentemente, en tus ojos.

APP

300

Dos