Creatividad
Reticencia
La llamada parecía que se iba a extender más de lo que pensaba, tendría que hablar con varios departamentos.
Hasta hace poco vivía la mar de tranquilo, tenía preocupaciones como cualquiera, pero no del tipo informático, no le inquietaba el tema de la banca online.
Esta rompedura de cabeza surgió un fin de semana, estaba pasando el día cuando recibió un mensaje que señalaba que su tarjeta personal había sido apagada, pues detectó movimientos inusuales. Al leerlo no se alarmó, podía ser un error, continuó con su actividad como si no pasara nada, sin embargo, al llegar a casa y encender el portátil, comprobó que la notificación no era un error, efectivamente, revisando los cargos en su cuenta, notó que había algunos que no reconocía, como no sabía la forma en la que debía actuar, buscó asesoramiento.
Cuando recién empezó en esos entornos, le dijeron que no tendría problemas, que era sencillo trabajar en línea, que las plataformas eran seguras y otras maravillas que podría disfrutar gracias a la trayectoria de la empresa en la que estaba contratando el producto.
Esto no hubiera tenido razón de ser algunos años atrás, ya que solían pagarle en efectivo, sin la necesidad de hacer transferencias, pero como la empresa quería hacer todo así, porque de este modo tendría un mejor control de los movimientos contables, obligó a todos sus trabajadores a abrirse una cuenta.
A él le costó hacerse una, era renuente a trabajar con los bancos, los tenía por unos usureros que solo se centraban en sus beneficios y no tenían reparos a la hora de pisotear a sus clientes en aras de conseguir dividendos. Pero, en la situación en la que estaba, era eso o explicarle a su jefe los motivos por los que no estaba dispuesto a abrirse una cuenta, si lo comentaba, lo más probable era que lo tomaran como alguien que no estaba a favor de los avances tecnológicos, uno de tantos a los que no le iba la modernidad, pero no solo eso, lo pondrían en la lista negra, aquella en la que figuraban los que no se ceñían a las disposiciones de la empresa.
Mientras procedía a contactar con quienes podían solucionar su problema, le inquietaba esa facilidad con la que habían accedido a sus datos personales y, no solo eso, se dieron la molestia de hacer compras sin la necesidad de autorizarlos con la aplicación bancaria, aplicación que necesitó de la atención de un especialista para ser instalada en su móvil, le dijo, una vez que estuvo operativa, que nadie, solo él, podría autorizar las distintas transacciones que se efectuaran en su banca online.
Al llamar, y esperar un tiempo prudente, le cogió un contestador automático, le hizo una serie de indicaciones, como marcar los dígitos de su documento de identidad sin la letra, que eligiera la opción pertinente para su caso, luego de ese trance pudo pasar a lo que aparentemente le daría la solución a su reclamo.
En ese momento se sintió tonto al hablarle a una máquina, a un artificio que respondía en base a los valores con los que habían programado su algoritmo, un ente deshumanizado que estaba ahí para ahorrarle gastos innecesarios a la empresa.
La contestadora continuó con su discurso, aparentemente tenía sentido lo que decía, pero llegó a un punto en el que comenzó a repetirse, no serviría de nada seguir en esa tesitura, por eso solicitó hablar con un agente, una persona de carne y hueso. Al notar que no lo pasaba con quien quería, se cerró en banda, quería hablar con un agente, sí o sí. Cada vez que el contestador le preguntaba, respondía lo mismo, en ese instante empezó una pugna que fue ganada por su astucia, porque llegó un momento en el que le indicó que su llamada sería transferida a un agente.
Sintió cierta alegría, por haber saltado ese impase y llegar a ser atendido por un ser humano, pero esta fue efímera, ya que le dijo que el número al que llamaba no era el indicado, por eso lo derivaría a esa área, dejando claro que era un favor que le hacía.
No se había fijado en la hora al momento de llamar, pero según sus cálculos llevaría varios minutos. Se quejó para sí mismo de la manera en la que disponían de su tiempo, como si tuviera toda la disponibilidad del mundo, en esa situación se tranquilizó al caer en que era fin de semana, no tenía nada planificado.
Cuando le contestó quién, aparentemente, le podía solucionar su problema, le soltó de forma resumida la incidencia que tenía, asimismo añadió que para otras tonterías solicitaban claves y más, pero en este caso, no le saltó ningún aviso, lo cual le chirriaba.
El encargado se disculpó y señaló que eso solía pasar en las compras electrónicas, ya que los protocolos de seguridad no eran tan exigentes, pues bastaba con colocar el número de la tarjeta y dar a continuar con la transacción, nada de autorizarla, nada de ingresar la clave secreta, solo dar en continuar y listo.
Luego añadió más palabras, indicando que le parecía extraño que pasaran esas cosas, intentando demostrar empatía con él.
Para ese momento ya no prestaba atención, solo reaccionó cuando dijo que el problema no se podía solucionar de forma telemática, ya que, por la forma en la que se había producido, el software no le permitía continuar, tendría que acercarse a una oficina y hacerlo de forma presencial.
Al oír eso sintió un golpe en el estómago, no había nada que detestara más que ir a las oficinas del banco, pero según le comentó el agente, tendría que rellenar un formulario, que le proporcionaría su gestor, solo así se podría abrir un expediente que se enviaría al departamento de fraudes electrónicos, cuando ahí se corroboraba que había un delito, se procedía a reconocer que el problema era del banco.
Al explicarlo añadió que no demoraría más de seis meses, pero que dejaría un apunte indicando la necesidad de que lo solucionaran lo antes posible.
En ese punto pensó en todo lo que se estaría evitando si hubiera seguido cobrando su sueldo en efectivo, a la vieja usanza, y no en transferencias.
Ahora, con esos cargos que no eran suyos, sus juicios negativos en contra de la banca se estaban confirmado, pues no tenía la seguridad de que le fuesen a devolver su dinero.