Creatividad
Un buen sitio
Los fines de semana me gusta pasear por el barrio. Últimamente me he vuelto asiduo a un local que tiene una buena carta y, también, pone buena música. Caminaba por una calle colindante y me fijé en los colores de las sillas de su terraza, al ingresar no me defraudo, tenía una decoración entre vintage y moderna, con varios adornos en las paredes.
Era un sitio idóneo para pasar el rato, me senté y pedí un aperitivo, escogí una mesa tranquila, perfecta para sentarme a leer y ver el día pasar, pronto descubrí que mi ubicación era la ideal, los que entraban al lugar no incordiaban, pasaba desapercibido.
Me gustó la experiencia, por eso la repetí, convirtiéndose en una costumbre más que se sumó a otras tantas que había cultivado con el paso del tiempo.
El anterior fin de semana no fue la excepción, salí del apartamento con ganas de que me diera el aire y ubicarme en ese lugar que me gustaba, tranquilo, al lado de la ventana, desde donde podía fisgonear a la gente que deambulaba por la calle. Necesitaba despejarme.
Al salir me encontré con varias calles cerradas, debido a que filmaban una serie.
El barrio, durante la presente temporada, se había convertido en un buen escenario para realizar grabaciones, su ambiente otorgaba un plus a quienes lo elegían para desarrollar sus obras.
A pesar de lo interesante que pueda sonar, aceleré el paso —no me gustan nada estas cosas—, confiaba en no toparme con ninguna cámara o con sus figurantes, ni encontrar más zonas invadidas durante el trayecto.
Conforme deambulaba me iba acercando al bar de las sillas llamativamente coloreadas.
Al entrar noté que la zona que me gustaba estaba ocupada, probablemente hubiera sido mejor reservarlo, pero aun siendo amigo de los que atendían, podías sentarte en el lugar que quisieras.
Tal vez, mi error fue pensar que este fin de semana sería igual a los demás, por lo pronto ya estaba siendo diferente, en principio estaba bien, no tenían que ser todos iguales, pero los cambios, en especial, inesperados, me disgustaban, me costaba digerirlos, prefería lo acostumbrado, tener las mismas vistas, ese era mi problema, me sacabas de las cuatro cosas que me gustaban y me dejabas echo un lio.
A pesar de que la situación me descolocaba, no la exterioricé,
seguí de largo y ocupé una mesa desde la que podía estar atento de todo lo que pasaba en el bar, pedí un expreso, confiando en que pronto me cambiaría.
Seguí esperando.
De soslayo observé que el lugar seguía ocupado, ¿qué estaría haciendo aquel…?, por sus modos solo perdía el tiempo, ¿sería un…?
¿Desde cuándo estaría este negocio aquí?, era una construcción antigua, probablemente era uno de los tantos bajos remodelados durante la última década, para dedicarlos a otros fines que no fuese el de albergar a una familia.
Estaba a punto de terminar mi café, no sin intentar que el último sorbo demorara, trataba de pensar en cualquier cosa.
Con esto en mente me centré en los adornos de las paredes, parecían objetos de atrezo, tenían aspecto de haber sido restaurados, sin nada que hacer elucubraba sobre su procedencia.
Comprados originalmente en un estado paupérrimo, a un precio irrisorio —por su estado— en algún mercadillo de la ciudad, vieron la oportunidad de ataviar con ellos el muro que observaba. No les había quedado mal, es más, le daban un toque singular.
Aunque intenté seguir ahí, no pude alargar más mi consumo, pedí la cuenta, la pagué y cogí mis cosas.
Salí de aquel lugar y el tipo seguía igual, al lado de la ventana, por lo visto no tenía ganas de irse, está vez hacía unas anotaciones, estaría escribiendo cualquier cosa sin valor.