Creatividad

Unos céntimos

—Sólo tengo cuarenta céntimos, ¿sabes lo que es tener eso en el bolsillo? Es una putada ser pobre…, no es ni calderilla, solo cuento con eso para comprar un cigarrillo… —mientras hablaba, se sentó en el suelo.
Todos se preguntaban de qué iba, nadie quería enterarse de sus problemas.
Una pareja comenzó a cuchichear.
—Me dan ganas de decirle: Mira bonita, estás estorbando el paso.
—Tampoco es para tanto, no molesta a nadie.
—¿Cómo que no molesta?
—A mí, por lo menos, no.
—Dos tipos que han subido han tenido que esquivarla. Claro, como estás de espaldas, no te enteras.
—Veo el reflejo en la ventana.
—Ahora empieza de nuevo, ya sabemos que sólo tiene cuarenta céntimos.
Su tono se iba haciendo más tosco, la voz del otro lado no conseguía calmarla.
—En serio tía, hoy tuve que comer comida casera, como para no creerlo, comiendo comida casera, imagíname buscando una esquina para comer. Sí, es lo que te digo, no tengo nada más en el bolsillo. Me siento fatal, es una mierda ser pobre —repitió.
Los que estaban por ahí siguieron haciendo comentarios.
—Otra vez con el tema de los cuarenta céntimos, ¡qué plasta! —expresó.
—Tú dirás que solo tiene cuarenta céntimos, pero ¿no te das cuenta de que ya tiene más que nosotros?, ¿cuánto dinero llevas tú?
—Ya sabes que no necesito cargar dinero en efectivo, pago con la tarjeta o con el móvil.
—¿Y sí te olvidas cualquiera de las dos cosas?
—No creo, siempre los tengo en el bolso.
La otra charla continuaba.
—No tía, pensé que el día sería tranquilo, pero los compañeros no me ayudan. Me siento subestimada, cuando soy la que se encarga de todo en esa oficina, sin mí, no harían nada —del otro lado le dijeron algo y continuó— sí, lo sé, entiendo que nadie es irremplazable, pero me gustaría ver lo que harían sin mí —su voz siguió variando de tono— no seré una pieza invaluable, pero deberían de cuidarme más —hizo una pausa y añadió una reflexión— viendo el percal, antes quiebran que reconocer que están actuando mal conmigo.
Algunos se preguntaban con quien hablaría.
—No sé cómo puede actuar así, sigo diciendo que los móviles agilipollan, pierdes la noción del espacio en el que estás.
—No hables demasiado alto, se va a enterar de que vas de cotilla.
—No voy de cotilla, lo sería sí tuviera que prestar atención para entender lo que va hablando, yo no quiero escucharla.
—Una misma actitud y diferentes opiniones.
—Ahora me sueltas filosofía.
—Una mala comparación…
—Detesto cuando te pones así, como ahora, cuando haces el tonto.
—Si te centraras en otras cosas, tal vez, dejarías de entender lo que dice.
—Lamentablemente me es imposible.
—No eleves la voz.
—Qué más da, ella no respeta mi espacio con sus sonidos.
—A ver, nadie respeta tu espacio en el vagón, los que no gritan, escuchan música con volumen alto.
—Pero no voy en plan qué guay, me da igual el resto.
—A veces, tú también vas hablando en alto.
—Ahí te equivocas, siempre trato de no molestar a nadie.
—Eso lo dirás tú, pero no sabes cómo se lo tomarán los demás.
—Hasta ahora nadie me ha dicho nada.
—Igual como nadie le dice nada a la chica que va charlando.
Su conversación continuaba, su ira crecía cada vez más, era como si del otro lado azuzaran su furia.
—Ya te digo tía, cualquier día dejo ese trabajo, no me valoran, te puedes creer que un tipo que entró hace un año ya ha sido ascendido, estoy rodeada de puro enchufado —afirmó indignada—, ya no puedo más, debería haber sido yo, por antigüedad, —volvieron a replicarle— lo sé, concuerdo con tus palabras, pero es un ambiente insostenible, yo callo, pero estoy llegando a mi límite, cualquier día reventaré y me escucharán. Estoy quemada —tras un breve silencio continuó— lo peor es que no sé cómo actuar.
Las palabras seguían fluyendo.
—Debe ser la mejor trabajadora de la empresa. Sólo le falta decir que gracias a ella el mundo gira.
—Todos podemos tener un mal día, pues esa chica lo ha tenido hoy.
—No me dá nada de pena.
—Qué poca empatía demuestras, ¿te gustaría que todos criticaran tus actitudes?
—Me da igual.
Probablemente hablaba con algún familiar, alguna amiga. Sólo ella lo sabía.
—Por eso estamos como estamos, ¿no tienes la percepción de que solo quiere ser escuchada, desahogarse?
—Pobre de quien tiene que aguantar a esa borde.
—Como te digo, sólo se está desahogando.
—Qué lo haga en su casa.
—Tú también en ocasiones puedes resultar molesta.
—No lo creo.
—Recuerdas esta misma mañana que con el bolso fuiste molestando a un chaval todo el trayecto.
—Ya, pero fue por algo puntual.
—Todo es por algo puntual. Imagínate que aquel chaval se hubiera enfadado y te hubiera increpado.
—No me había dado cuenta.
—Eso no te exime de culpa, según tú, el no darse cuenta, no es una justificación.
—He dicho, qué no me había dado cuenta o no lo entiendes.
—Lo entiendo, pero tu afirmas que no hay justificación posible cuando se molesta a los demás. Yo solo digo que, en esa línea, lo mismo pasa ahora, la chavala que está ahí, tampoco se da cuenta que está gritando.
—Cuando me di cuenta, tú estuviste de testigo —le recalcó—, pedí disculpas, no seguí incordiando.
—Entonces, como te ha molestado, ¿quieres que se disculpe?, si quieres voy y le digo lo que piensas.
—¿Para qué?, ¿para armar la tremenda?
—No, sólo para que entienda que, a pesar de ir a su bola, agobia a algunos viajantes.
—No, no me parece una buena idea.
—¿En qué quedamos?, si algo o alguien te molesta, lo normal es que se lo hagas saber. Ya entiendo, prefieres ir hablando entre dientes y ya está, amargándote innecesariamente.
Conforme discutían el espacio se iba llenando cada vez más, hasta que las palabras de la chica del teléfono comenzaron a hacerse ininteligibles, sus sonidos se comenzaron a sentir como simple ruido, como una resonancia más que se percibía en aquel lugar.
—Venga que nos bajamos en la siguiente parada y a ver como salimos…

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