Creatividad

Su mejor lector

Cuando empezó a escribir sus críticas (literarias) era sumamente cuidadoso con la forma y el fondo, asimismo leía de inicio a fin cada libro sobre el que hablaría, era una forma de demostrar que controlaba el tema, en esta línea releía varias veces lo que había escrito y, tras publicarlo, lo volvía a revisar, casi nunca quedaba contento, era un perfeccionista.
A pesar de no tener un gran salario, se sentía bendecido, podía ganarse la vida escribiendo, cosa que le habían dicho, en la facultad, era difícil.
No tendría demasiadas posibilidades, pero por lo menos no vivía agobiado dedicándose a una actividad que no le gustaba, prefería ganar poco haciendo algo que le ilusionaba que tener lujos a costa de su salud mental.
De este modo se consolaba, era como la frase: los últimos serán los primeros…, aunque no era creyente, esto le caía a pelo, era algo a lo que se agarraba.
Confiaba en que su oportunidad llegaría, daría el salto y podría habitar en el olimpo de los intelectuales, porque, así se tenía: «como un intelectual».
Pensaba en lo ilusionado que empezó, años atrás, cuando gracias a sus buenas relaciones, luego de terminar la carrera, comenzó su aventura de redactar. Al estar desempleado, conversó con un colega y este pudo ubicarlo en un puesto.
−El sueldo no es alto, pero algo es algo −le dijeron.
A pesar de esto, lo aceptó, era un escribidor y esa era una buena oportunidad −se dijo.
Al inicio lo hizo con dudas, pero el material entregado gustó y comenzó a sentirse seguro de sus capacidades. No obstante, no pudo firmar con su nombre sus escritos —algo que no le dijeron y más adelante supo—, al no ser un puesto fijo, no podía aparecer por ningún lado, solo firmaban con su nombre los que estaban en nómina —le afirmó el director.
Esto no le importó, sabía que era el autor —con eso le bastaba—, aunque no se lo reconocieran, era un paso necesario para llegar a donde quería.
Así pues, no le cogió demasiado cariño al puesto, era algo eventual, un paso más en su proceso de aprendizaje. Con el tiempo adquirió experiencia, la suficiente como para tener su propia columna.
La primera vez que vio su nombre junto a una publicación se sintió realizado, había logrado una gran hazaña. Habló con todos sus conocidos y les indicó que periódico debían comprar. Pensaba que su momento de reconocimiento había llegado, podía cosechar lo sembrado, en su mente creía que todos en la calle lo reconocerían.
Pero este primer texto pasó desapercibido, quizá tendría que ver con el medio −se dijo−, si fuera uno con más reputación, ahora mismo lo tendrían como la gran revelación.
Con el tiempo fue tomando consciencia, sus demás escritos tuvieron el mismo alcance, por eso comenzó a resignarse, era mejor estar así y buscaba ideas que lo consolaran, no todo era malo −se decía−, podía estar peor, y volvía sobre eso de estar haciendo lo que le gustaba.
Además, le daban total libertad, por eso estaba cómodo, si tuviera que hacerlo por encargo, se sentiría asfixiado, pero gracias a conocer al editor, le daban estas facilidades. De tal modo que, si le apetecía escribir sobre una novela, no había problemas, los límites estaban en su inventiva, con unos parámetros mínimos de calidad.
Asimismo, era crítico con los que solo se leían el primer capítulo de un libro para hacer una reseña, engañando a su público con unos falsos conocimientos y rellenando folios con palabras rebuscadas para que no fuera posible entenderlos, pero como la mayoría tomaba este camino, no se podía hacer nada. El ser oscuro a la hora de escribir era la moda.
Con lo fácil que le resultaría desenmascararlos, mostrar sus limitaciones al vulgo, hacerles ver que tomaban el camino corto.
Podía ponerlos frente al espejo, aun cuando, le hicieran una campaña que lo desacreditara, poniendo en duda su ojo crítico y enfocándose en sus limitaciones a la hora de redactar, pues apelarían a que tenía un estilo pueril, un gusto poco sofisticado a la hora de plasmar sus ideas, en donde mostraba su poca preparación. Lo pondrían como el peor pseudo intelectual, que señalaba a los demás como tontos, cuando en realidad él era quien debía ser señalado.
Dando vueltas a estas premisas llegó a la conclusión de que esta no era su guerra, era mejor seguir a lo suyo, desgastarse en una empresa así, no tenía sentido, debía enfocar sus esfuerzos a seguir avanzando, a seguir creciendo en sus juicios, a pesar de que cada vez se expandía la costumbre de la simplificación en las reseñas, haciendo que fueran más confusas y extrañas.
Comprendía que en ese entorno era necesario tener un padrino, alguien que te allanara el camino y te diera el impulso necesario para avanzar.
Pero no se desanimaba, se ponía a buscar el tema de su siguiente texto, esperando cumplir sus exigencias, como siempre, a pesar de que nadie lo leyera, tenía un compromiso con su mejor lector, él.

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