Creatividad
El carrito del equipaje
En determinados momentos se hastiaba de la labor que ejercía, ¿cómo era posible que una actividad tan sencilla como ordenar equipajes, requiriera tanta concentración?, ni que trabajara en la NASA —se decía—, sin embargo, era intrincado en ocasiones, a pesar de lo controlado que lo tenía, porqué los vuelos no seguían un orden establecido, podía estar en la terminal internacional y luego ir a una de las que quedaban a tomar por saco.
No soy una máquina —recalcaba—, me gustaría serlo y poner buena cara a todo lo que me echaran encima, pero es imposible —añadía.
Se sentía descentrado, como si no pudiera cumplir su trabajo en los plazos establecidos y sí los cumplía, era a regañadientes. Se desgastaba lamentando su suerte, se sentía subestimado, desmotivado y algún epíteto más que no quería usar en ese momento, la vida era larga para darle un cometido así de baladí.
No obstante, no todo era monótono, pues, en determinadas circunstancias, podía sacar a relucir su vena dicharachera. A veces se topaba con maletas recién compradas, tal vez en un gran centro comercial. Lo deducía por los nombres pomposos que venían impresos en ellas y por el peso, por lo general, las más caras pesaban poco, de tal modo que eran las más fáciles de transportar y apilar, pero esto era lo anexo, ya que estás lo encandilaban por sus superficies, ahí podía dejar su firma. Cuando se daba el caso, colocaba una marca que surgía al instante, nada de iniciales, solo un rayón que podía haberse producido a causa de la mala manipulación, de tal modo que quien corría con los gastos era la aerolínea, evitando así ser responsabilizado por su sutil artimaña.
Una vez casi lo pillaron. Se le había dado por hacer una marca más profunda de lo habitual, la hizo en una parte en dónde era poco frecuente que los equipajes sufrieran daño. Por este desliz estuvo a punto de sentarse en el banquillo de los acusados y dar explicaciones de lo que había sucedido. Era un escenario poco halagüeño, tendría que confesar que era el autor de tales tropelías. En tal contexto seguramente lo despedirían y lo obligarían a pagar los daños.
Si le daban la oportunidad de contar su versión, podía argüir que solo adelantaba un proceso natural, ya que, con el continuo uso, tarde o temprano, terminarían sufriendo daños, no se mantendrían nuevas toda la vida.
Además, les estaba haciendo un favor a sus dueños, con las maletas en tal estado podrían ufanarse de que viajaban de forma habitual.
Pero si la cosa se complicaba, podía chivarse de sus compañeros, ya que no era el único que lo hacía. Podría relatar la manera en la que todos sus colegas hacían lo mismo. Quien más marcas dejaba era premiado como el mejor.
Cuando la competencia era demasiado reñida iban a una repesca, el certamen era inclusivo y serio, otorgaba varias oportunidades a los participantes.
Por eso dudaba en delatar a sus colegas, pero en tal situación, no tendría más opciones, tomaría el camino fácil. Se imaginaba la cara de los jefes, cuando les dijera: esto siempre pasó en sus narices y ustedes ni enterados. Sería grato echarse unas risas al ver su reacción —se dijo.
De repente, comenzaron a funcionar los mecanismos que se encargaban de trasladar la carga facturada.
Se acabó la tontería, cogería su vehículo, cargaría las maletas y seguiría la marcha. A pesar de que le jodía, espabilaría, se pondría manos a la obra y se entretendría con el rito de todos los días, con el de iniciación y desgaste.